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Música Pensando en alto

Justin Bieber

Me he dado una vuelta por varios blogs musicales como de costumbre y he visto que se habla mucho de un crío canadiense que se llama Justin. Así… de primeras… ni flowers. No sé si alguno (a lo mejor alguna) ha oído hablar de él ahí fuera, ahora dicen que si se ha liado con una tía que sólo se dedica a estar buena (sin profesión conocida, pero con amenazas de muerte y todo) o que ha hecho el ridículo en Nueva Zelanda. Porque para él This is America, aunque sea canadiense. Su single (no sé si único) es uno de los quince vídeos más vistos de YouTube. Confieso que me lo he tragado para tener algo de lo que hablar y porque la Wikipedia lo presentaba como un éxito internacional, y escucha, que a lo mejor para esta gente internacional significa realmente más allá del Mississipi.

Justin Bieber

El crío tiene 16 añitos, y he de confesar que me aterrorizan toda esta gente que ha nacido más allá de 1990 y mucho más los que son de este siglo. ¿En serio hay gente tan joven? Me asustan. Y la canción es música de negros, ¿de Hendrix? no, ¿del de Thin Lizzy? tampoco, pues del de Bloc Party, ni eso. Es música de negros, pero de los chungos, de los de agarrarse los bolsillos de los pantalones desde fuera, ponerse de puntillas en unas Vans (sin patín ni nada) y girar la cara como si fuera un gesto aterradoramente tierno. Vamos, que prefiero el crío saliendo del dentista con la droga en el organismo. Pero lo está petando. Imagino que es la versión con pito de Hannah Montana, que sale con Metallica o algo así en el Rock in Rio, si alguien encuentra lo de rock que me avise, porfi. Sin juegos, sin programa de televisión y sin dientes enormes, pero una Hannah con pito. No me he leído mucho la historia del imberbe este, la verdad, no sé si es un producto de Disney o «se dedica» a esto por su cuenta y riesgo. Sólo os advierto que cuando esto aterrice en España (si no lo ha hecho, que estoy verde) nos hartaremos de ver críos con el pelo mofeta y su careto en las carpetas, fondos de pantalla de móviles y reportajes de televisión donde se ve a una madre haciendo cola con su hija durante días. Carguen, apunten, fuego.

Sólo la entrada dedicada a la canción de este niñato (al que no conozco pero ya aborrezco) ocupa más que la de Les Luthiers, con décadas de historias y anécdotas. Si yo fuese Mastropiero le reventaba a hostias. Que aprenda qué es el negocio de la música.

Visto en: Ontario.

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Lagarto Pensando en alto

Ruines migajas millonarias

Veréis, ha sido un día demasiado duro (no os digo más que son casi las once y media y ya estoy en la cama con medio ojo cerrado y creo que mi nocturnidad es bastante famosa ahí fuera), no ha funcionado nada, me han cambiado de proyecto así por que sí, no he hablado con nadie, he ido corriendo a todos los putos sitios chocándome con la cruda realidad. Mucho jaleo, demasiado. Y mucho subnormal. Echo de menos a mi fiel y refinada Jericho.

Ahora, al tema, me parece denigrante que una empresa (u organismo público) se deja 7, 10, 20 millones de euros en un proyecto y se decida si se firma o no en base a los regalos bajo cuerda que no superan ni los mil euros. Me explico, el día en el que todo está atado dejas caer que te gusta el tenis y alguien de la empresa se romperá los cuernos para conseguirte entradas de primera fila en un Master Open Tour lo que sea, ni siquiera entiendo de tenis, no me jodas. Una persona que fácilmente se mete 10000 al mes y racanea con algo tan volátil y carente de importancia. Cutres. Extrapolando esto a un ejemplo cercano es como si queremos comprar un Clio de segunda mano y nos piden 1200 pero forzamos a que además nos pague una cerveza extraña que no encuentras en el Día. No, hostia. A tomar por culo. Porque sí, vale, seguramente el trato se cierre, pero la empresa se la juega a que esta persona no vuelva a tener relaciones económicas con ellos, sería un fracaso. Qué estupidez.

Ya está, tenía que soltarlo.

Visto en: «la ofi». Qué puta cursilada, cago en todo.

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Pensando en alto

La deuda cervecil aplicada

Desde ayer lunes pertenezco a la generación YY, vamos, y estudio y trabajo, no salimos en la tele ni llevamos peinados raros o pendientes por doquier, pero existimos y somos héroes de esos buenos, de los de DC. Estoy de becario desarrollando portlets, yo dejo el enlace ahí por si algún curioso quiere indagar, y rollos de maquetación y CSS para LifeRay, aunque a decir verdad, de momento, lo único que he hecho ha sido darme de guarrazos con Tomcat y Eclipse, esto con NetBeans no pasaba.

Ahora que estáis centrados. Llevo dos días allí y ya le debo tres cañas a una compañera, no porque bebamos en el trabajo sino porque… bueno, discusiones tontas que se arreglan así. Sí, la gente (poca) trabaja para aumentar ingresos y yo de momento sólo veo cómo disminuyen: más buses, turno completo del gimnasio porque ya no puedo ir sólo por la mañana, cafés… Que son tonterías, pero coño, ¡mi AdSense! (que está capado en la oficina, por cierto). Y ya me he puesto a pensar, si yo a esta chica le tengo que pagar tres cañas, puedo aprovecharme de la gente que me debe una caña a mí y hacer un trasvase de deuda, sin intermediarios. Es cómodo cual Paypal, además, en una época en la que no vemos ni notamos el dinero que tenemos, que apenas son cifras que aumentan y disminuyen en la cuenta bancaria, nadie iba a quejarse de nada. Pero esto es más complicado. Imaginad que esta chica debe dos cañas a otras terceras personas, y que una de esas personas, por pura carambola del destino, me la debe a mí pero no es ninguna de las personas anteriores. Aquí ya se complica y este es el motivo real por el que al final todos calculamos las cañas que debemos a otros a ojo, llevar al día un registro de estas tontadas sería de enfermos, empezando por el concepto de caña, que no especifica ni cantidad ni marca, y para que me paguen dos Cruzcampos mejor me bebo mi propio orín.

Ahora cambiamos cerveza fría de barril por dinero y nos entendemos. Si una persona debe 1000€ a un banco por un préstamo, esa persona va a recibir 1000€ de otro que se lo debía porque vendieron un coche de segunda mano a medias y esta última persona va a recibir de ese mismo banco unos intereses de 1000€ por vete tú a saber qué chanchullo la solución con malta de cebada sería salomónica, mismas cantidades, que todo el mundo se quede con sus duros y santas pascuas. Si en lugar de coger cifras redondas e idénticas ponemos valores reales a lo mejor nos sale que entre dimes y diretes, pitos, flautas, pollos y peras la deuda real no es más que un par de céntimos que alguien debe a alguien (algún partido político a alguna caja de ahorros, ahorros dicen los cachondos).

¿Qué dice la teoría cervezoidal aplicada a las deudas al respecto? Que la deuda siempre tiende a cero de forma que deberían eliminarse ipsofácticamente (tres palabras en una, Carrefour) el cómputo global de todas las deudas económicas porque se contrarrestan e igualan en el infinito. Allí al fondo, para llegar tira todo tieso.

Y venga, joder, que después de cinco horitas de curro, otro tanto de clase y una serie de ejercicios más tres kilómetros a 11.5km/h no se me puede pedir más. O qué queréis, ¿una caña?

Visto en: Espacio patrocinado por Heineken.

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Lagarto

Shima, el perro del diablo que se llamaba Otto

Una de recuerdos del ayer, que eso triunfa mucho en internet y no me obliga a pensar. Corría la primavera (como ahora) de segundo de la ESO y decidimos, entre varios amigos, preparar una merienda en un parque bastante alejado de todo, enfrente de una urbanización, a unos 5 kilómetros de la casa del amigo más cercano, en un pinar. Justo al lado de un balneario centenario precioso (sitio en Flash 100% y con ruiditos) más unos edificios antiguos y abandonados alrededor. Ya lo habíamos hecho más veces y nos conocíamos la zona palmo a palmo. Había unas castas y un campo de tierra con una encina en el círculo central, naturaleza a tope.

Nos gustaba ir allí porque el carril bici, bordeando una carretera comarcal, era nuevo y casi intransitado. Todo para nosotros. No sabría decir muy bien por qué pero nos juntamos todos con bicis más o menos nuevas. Calculo que se nos fueron rompiendo las que nos regalaron por las comuniones y todos tuvimos a bien rogar a nuestros padres por otra nueva. Era una gozada. Yo, que lloré mucho, conseguí una con amortiguación en la rueda delantera y en el cuadro, además le coloqué un velocímetro con cuentakilómetros y tal. Una pasada de bici que ahora debe andar colgada en el garage cubierta por un plástico. Una de las características del camino, aparte de ser nuevo, es que no era precisamente llano y solía haber cuestecillas, una de ellas, la que dejaba justo en la entrada del pinar, era la más larga. No éramos grandes deportistas pero subíamos esa cuesta como si nos fuese la vida en ello porque la bajada merecía mucho la pena. Una recta que terminaba con una curva a la izquierda bastante peligrosa (que en alguna ocasión ya nos comimos y terminamos en una plantación de remolacha). Más de 45km/h. Sin ningún tipo de protección, con coches a un lado y peatones al otro. Qué sensación. Qué adrenalina… Qué frenos. Una mezcla de miedo, orgullo y precisión que se convertía en un cocktail muy sabroso.

Y llegamos allí. Uno llevaba las CocaColas, que terminaban calientes y nadie las quería, otro las patatas fritas, que llegaban rotas en la bolsa, otro el agua, algún bocata… Y un balón, por supuesto. Se nos juntó un perro, que estaba jugando con un carnero muerto, de verdad, pintorrojeado (la pieza estaba más o menos entera). La zona por donde estaba el bicho estaba quemada y había alguna vela por ahí. Así que nada, nosotros valientes, a jugar con el perro del rito satánico como unos campeones. Que esto me pasa ahora, puto acojonado, y hago que se presenten los Nacionales, los de Inteligencia y toda la comitiva de reporteros de Telecinco, ¡hombre no! Pero joder, un perrete aprovechándose de los restos de una fiesta de un grupo de chalados, nos parecía grandioso. Era un pastor belga, pero no negro, que ya nos hubiera asustado un tanto más, creo yo.

Se encaprichó de nuestra pelota pero no tuvo intención de morderla, eso nos pareció raro, nos terminamos encaprichando de él. Cuando empezamos a recoger para marcharnos ya nos extrañamos que nadie hubiese pasado a buscar al chucho o que él mismo no hubiese vuelto a su casa. De cualquier forma, mochilas vacías y vuelta a casa calculando que todavía quedaban un par de horitas de luz. El perro nos seguía. Era raro. Estaba bien alimentado (apenas mordisqueó al carnero y a nosotros no nos pidió comida de forma insistente) parecía sano y hasta limpio, no era un perro abandonado o callejero. Y si no era de nadie es que se había perdido y automáticamente era nuestro. Ya está.

Total, ya le habíamos cogido cariño. Le faltaba un nombre y aparte de las típicas paridas más o menos graciosas, alguna frikada fuera de tiesto y nombres de chicas de nuestra clase (sabiendo que era macho) terminamos llamándolo Shima. Un nombre precioso que tiene un origen de lo más curioso. Bueno, no, lo sacamos de Shimano, los de los componentes de las bicis, pero como era muy largo lo dejamos en Shima. Y juraría que el tío entendía cuando le llamábamos por el nombre que le acabábamos de poner. A todo el que nos cruzamos le preguntamos por el perro, si era suyo, si le sonaba, si lo había visto… Nadie nos dijo nada porque ni eran de la zona. Así que tocaba crear nuevo plan, ir a una Comisaría a ver si tiene chip. Prometo que estábamos convencidos de que era lo mejor y que nuestro deber en la vida era proteger ese puto perro y hacer por él todo lo que estuviera en nuestras manos, como si terminábamos haciéndole una casita. Nos parecía una idea cojonuda. Y eso que hicimos. Un buen rato después, y con un cansancio notable, llegamos a una Comisaria, los seis y el perro, nos metemos con una decisión que ahora mismo no tendría ni de coña y nos plantamos delante de una mesa y a ver qué podían hacer por nosotros. Les explicamos un poco todo lo que habíamos vivido (dando vital importancia al dato de dónde habíamos sacado el nombre, que nos parecía genial) y que, por favor, miraran a ver si estaba fichado. No, no lo estaba. Vino un veterinario y todo. «Anda… y ahora qué hacemos». Está claro: perro perdido, no tiene chip, nadie ha puesto una denuncia de ningún tipo… a la perrera a esperar que lo reclamen. Me pasa mucho. No podíamos permitir tal cosa. Llamamos a nuestros padres desde la comisaría (imaginad la conversación, «Hola mamá, soy yo, estoy con la policía») haciendo gasto de las arcas del estado porque aunque algunos ya tenían móvil (creo que yo aún no) no lo llevaban por ahí por si se les perdía. Sí, ya, los niños de esa edad ahora follan y son los amos del Tuenti, pero antes con hablar un rato por el MSN a partir de las 6 de la tarde y rezando para que no llamara nadie a casa ya nos creíamos mayores. A ver si alguien se quedaba con el chucho (los municipales ya estaban hasta los cojones de nosotros). Al final, como la lógica manda, nuestros padres sólo querían sacarnos de allí lo antes posible y nosotros quedarnos con Shima. Donde hay patrón no manda marinero.

El lunes siguiente a ese fin de semana comentamos en corrillo qué podría haber sido del perro. Una compañera nos escuchó y dijo algo así como que era temporada de pérdida de perros, se habría abierto la veda o algo. Había perdido el suyo, había hecho unos carteles (de esos predefinidos que traía Publisher 97) con una foto del animal jugando con ella y un número de teléfono. Todos flipamos al ver que se trataba de Shima y le contamos todo lo que nos pasó, por lo visto ella vivía en aquella urbanización y debieron celebrar un cumpleaños por lo que estuvo entrando y saliendo mucha gente de su finca y nadie se acordó de Otto, que así ponía en el folio.

Nos echó la bronca por haber escogido un nombre tan feo como Shima pero conseguimos permiso de los profesores para irnos de clase, volver a la comisaría y cerrar el caso (además en ese plan, «Vosotros no tenéis ni idea, tragadonuts») y al poco rato trajeron al perro de vuelta. Sólo le hizo caso a ella el muy mamón.

Sus padres nos invitaron a comer el sábado siguiente. No fuimos ninguno.

Visto en: «El pinar».