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Lagarto

De lo que hablo cuando hablo de correr

Sí, calla, lo sé, que sí. Hostias, que sí. De Murakami, sí. Pero a mí no me sirvió. Murakami empezó a correr porque, además de pasarse todo el día sentado, fumaba tres cajetillas de tabaco al día. 60 cigarrillos. Empezó su famoso diario de carreras y terminó disfrutando de la propia experiencia de correr.

Yo he empezado a correr y lo he abandonado un par de veces en mi vida. Ahora llevo una racha de continuar varios meses seguidos tomándomelo con cierta seriedad (si bien a veces pasan dos o tres semanas sin que me calce las deportivas, no dejo de pensar que debo hacerlo). Y yo, esta vez, no lo empecé a hacer por mera estética sino por salud mental: lo de abrir las ventanas de la cabeza y lanzar desde allí la televisión como si The Who estuviera emborrachándose en un hotel. Se ha dado una casuística que ha ayudado mucho a que pueda ser constante con esta papanatada: el punkipop y una ruta cómoda (un rectángulo de 4, 6, 8 ó 10km de longitud, según me apetezca correr). Esta mañana, siendo sábado, me he despertado antes de las 8 y me he bajado a hincar el diente al de los 10 kilómetros. He marcado un tiempo espantoso, pero tan sólo a mí me importa eso.

Hay una persona en la oficina a quien veo solamente un día a la semana, el profesor de inglés (startups, tíos, dos horas de conversación y gramática que disfruto como un enano), que me permite, por su forma de ser, tener una cercanía mucho más palpable que con otra gente. Pese a que se note un ligero salto generacional (pues es aproximadamente una década mayor que yo) nos entendemos de maravilla y hemos descubierto tener inquietudes similares; motos clásicas, viajes al sureste asiático y una repulsa muy grande por la educación. Y él, además, sale a correr con mucha frecuencia. Vale, sí, él me pule en cualquier tipo de ejercicio atlético.

La semana pasada estuve confesándole lo que vengo a explicaros aquí a vosotros: debí haber empezado a correr antes. Él, como cualquier persona, asentía sin mucho asombroso. Hasta que le expliqué qué me ha enseñado lo de hacer el gilipollas en pantalones cortos. Me ha enseñado a esforzarme. Y ahí, sí, sabía perfectamente qué iba a decir a continuación.

Cuando yo era un niño pequeño, hasta el fin de la E.S.O., aprobaba las asignaturas del cole sin casi ningún esfuerzo. En 4º, último curso, sí que noté que los resultados no eran como en los años anteriores y no di ninguna importancia a ello porque tampoco me alarmaba mucho. Pero llegó Bachiller. Dos cursos horribles, con suspensos y quebraderos de cabeza porque ahora no funcionaba nada de lo que había estado haciendo previamente. La frustración de ser una persona que apenas necesitaba leer de qué iba algo para poder bordar un examen sobre ello a convertirme en una persona simple y llanamente incapaz. Mientras, otros chavales que anteriormente parecían cenutrios y verdaderamente bobos salían adelante manteniendo la compostura. Pensad en todo ese orgullo. Lo que hacía, por no saber qué hacer, fue no hacer nada. Naturalmente yo creía que estaba estudiando más, pero no era, ni por asomo, lo suficiente. Una vez terminada esa pesadilla tuve la suerte de realizar con cierta dignidad gran parte de la carrera. Y pensé que nunca más tendría esa sensación.

Lógicamente, este peso ha vuelto. Cuando empecé a correr sufrí mucho, mis músculos gritaban y mi cara no sabía expresar otro gesto que no declarase públicamente dolor, pero, por cabezonería, me obligué a continuar un poco más ya que apenas había recorrido unos cientos de metros. Y, por descontado, la segunda mitad de ellos los hice caminando. Correr durante diez minutos seguidos parecía una labor imposible. Fui alternando canciones y calles hasta poder superar esa barrera que, si bien resulta insignificante para mí fue una auténtica hazaña: Me había esforzado. Tal vez, a fin de cuentas, lo de esos kilos de más me hayan salvado la vida.

Aprendí a esforzarme de verdad por algo, no a autoengañarme creyendo que me esfuerzo. Y esto me ha ayudado muchísimo. Es lo que los chavales que de pequeños apenas podían sumar dos y dos habían aprendido mientras yo me dedicaba a estar por ahí y esperar a que las cosas siguieran fluyendo. Pocas cosas tan peligrosas como la comodidad.
Sobra decir que ese comportamiento lo he ido arrastrando y aplicando en casi todos los aspectos de mi vida: en lugar de aprender a tocar la guitarra aprendía a defenderme con dos o tres canciones y, cuando creía que era suficiente y que me costaba mucho hacer algo más, lo abandonaba. No quería ver que no era capaz y, por tanto, no lo intentaba.

El libro de Murakami lo he leído varias veces. No es común que lea algo más de una vez. Hay libros que me han gustado muchísimo que sé que nunca releeré, como el Quijote. De Murakami ya hay dos obras que he releído, si bien este no ha sido por su calidad o por haber movido mi alma a un estado superior, ha sido porque no lo entendí, porque lo leí y salí a correr y no noté nada. Se lo presté a un amigo y todo surgió efecto en él. «Este libro ha sido una puta varita mágica que funciona con todos menos conmigo.», pensaba. Tiempo después, corriendo, lo entendí, no me gusta correr: sudas, duele, el tiempo te puede hacer volver a casa empapado, te adelanta gente a quien odias de inmediato, a los demás se les nota una cuadrícula bien marcada en el vientre…, sin embargo me gusta sentir que mejoro en algo. Y que, naturalmente, ese esfuerzo sí tiene recompensa.

Visto en: Castellana.

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2014 lies down on Broadway

Recuerdo que me fascinaba escribir. Ay, no sé qué haré con esto con el tiempo. Ha aguantado, arrastrándose, el año natural 2014 (salvo descalabro de todo el tinglado de aquí a dentro de una decena de días). Creo que eso suman unos ocho años. OCHO. PUTOS. AÑOS. La mitad de ellos de deriva, sí, pero eh, ha estado aquí cuando lo he necesitado. Y los tres locos que quedéis ahí, imagino que también.

Probablemente la gente sensata recuerde este año como el de la vuelta de Genesis que anunciaron en verano. Que ha sido un año movido en muchos aspectos, pera vamos a priorizar: el rock progresivo aquí va delante de cualquier cosa. Y los trajes de Peter Gabriel son referencia para muchas mierdas carnavalescas. Yo, que no soy sensato, recordaré 2014 desde un subjetivo egoísmo. Qué menos, vaya.

2013 fue, para mí, un año aburrido, pesado, y si hay algo que una persona no puede permitirse es ser pesado. Un año tampoco. No tuvo emoción, ni retos laborales importantes ni Cenicientas a quien probar la talla del pie. Sí tuvo, en cambio, un accidente de moto del que ya ni quiero hablar. Menuda chapuza de año, caray. Quienquiera que lo hubiese diseñado debería pasarse por su respectiva escuela a pedir explicaciones.

Y partiendo de esa situación anodina comenzó 2014. Y comenzó con una mudanza a un piso de mi misma calle, pero con balcones. Luz. La mudanza, ojo, se realizó aún en 2013, pero no voy a permitir que un tecnicismo me joda una bonita historia. Un cambio, por definición, ya hace que algo sea diferente, y es lo que necesitaba. Como necesitaba aún más también cambié de trabajo. Y, ahora sí, metí la cantidad adecuada de emoción y quebraderos de cabeza que necesitaba. Era finales de marzo, comenzaba la primavera y ya tenía una vida completamente diferente. Qué genial todo, vaya.

Da rabia decir que, ahora serio, mientras veo a mí alrededor cómo mucha gente está realmente destrozada yo me he divertido mucho este año, he aprendido una barbaridad este año, he crecido mucho este año (y ya tocaba), he salido mucho este año, he perdido peso este año, he vuelto a jugar al baloncesto después de… demasiados años: algún curso de la E.S.O., he perdido peso y he sido capaz de correr 8km en unos 40 minutos cosa que no imaginaba que ningún año consiguiese hacer. Este año he conocido gente que realmente ha aportado valor a mi vida. Este año he estado con chicas estupendas que se han olvidado de mí antes de lo que me hubiera gustado y he estado con chicas horribles que, bueno, ¡hola!
Este año he escuchado discos que no había saboreado por estúpido con anterioridad. 2014 lo recordaré siempre como el año en el que pisé California, el año en el que tuve una reunión con ingenieros de Google y la NASA. El año en el que hice un videojuego en un fin de semana. El año en el que volví a pedir un Fitzgerald en un bar. Este ha sido el año en el que por fin le he pillado el punto a cocinar lentejas. 2014 sin hummus no tiene sentido para mí. El año en el que me hubiera encantado viajar más. El año en el que volví a intentar leer Moby Dick con espantoso resultado. El año en el que he puesto cebolla caramelizada y pimienta a cada ensalada.

2014 me ha gustado. ElGekoNegro que fantaseaba con su futuro debería decirle a quien sea que lleve el timón ahora que ha llegado a un puerto donde merece la pena atracar la nave. Y que gracias. Feliz año, feliz Navidad, disfrutad. Coño. Y, si tenéis hora y media suelta, pues ya sabéis dónde está el cordero.

Visto en: 2014.

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Escaleras de incendios con vistas al Pacífico

Durante años, Guinness, aquella cerveza negra del país donde todo es verde, utilizó como publicidad una frase que, si bien parece de abuela, terminó en las cabezas de todos los nietos: «Good things come to those who wait.» Hay decenas de anuncios y hasta un artículo en la Wikipedia con toda la campaña. A mi juicio, mejor que el carismático tucán que la anunciaba anteriormente. Hace referencia a los aproximadamente dos minutos que se tarda en preparar una pinta y ésta esté lista para beber. Dos minutos que, en un pub, se hacen largos. Quizá el spot más recordado de esta campaña sea el de los surferos que cuentan olas hasta saber cuándo viene la que es perfecta y se convierten en jinetes que cabalgan el agua.

A mí, que sigo con cierta curiosidad todo lo que rodea a la marca de St. James’s Gate, ese anuncio me encantaba cuando lo lanzaron y echo de menos la seriedad que emanaba. Era algo religioso: si te portas bien te pasarán cosas buenas. Y, hablando de surferos, así pasé unos días en California.

Hace poco más de tres meses cambié de empleo por el principal motivo por el que lo hace todo el que se gana la vida pintando botones que al pulsarlos envían datos y luego pasan cosas, o se cae todo el sistema de alquiler de bicicletas nuevecito: por aburrimiento. Y diría una chorrada como que la primera mitad de 2014 ha sido benévola para mí, pero no voy a quitarme mérito para asignárselo a la astrología y quién dijo miedo habiendo hospitales. El proyecto que desarrollo se realiza con la colaboración de varias empresas y organismos de esos que te hacen flipar mucho (Google o NASA) y hace unas semanas se vio la necesidad de tratar algunos temas allí, por lo que tuve la oportunidad de trabajar en la zona de San Francisco, Berkeley y Oakland o asistir a una reunión en las oficinas de Google con vistas a la bahía hace apenas unos días. Aún me cuesta escribirlo sin ponerme nervioso. Hasta aquí lo referente a lo laboral.

Retomando la premisa de Guinness, vaya, no contaba con tener el gustazo de hacer algo así y si me veía bajando por la parte fotografiada de Lombard Street sería porque habría engañado a mi novia para descubrirlo (soltad el aire, que no, que no tengo novia). Pero, como dije, un poco de la noche a la mañana me planté allí y tuve la opción de pateármelo durante un par de días en los que aproveché para hacer todo lo turísticamente obligatorio. Y hacedme un favor y escuchad Hellhole Ratrace (♪, ►) del primero de Girls mientras seguís leyendo.

Es mi segunda visita a Estados Unidos y la primera en la que he tenido contacto continuo con gente de allí que me ha permitido mucho más saber cómo se trabaja y cómo se vive en uno de los países que, a mí, tanto me atraen, al menos en una cara y pequeñísima parte como es la bahía. Os dejo apuntes sueltos sobre esta magnífica y acelerada experiencia. Si tenéis dudas sobre alguno, os explico lo que queráis en los comentarios, que igual así añado anécdotas.

  • Está lejos, la vuelta es un aburrimiento.
  • Ya lo dije hace tiempo, no me gusta estar descalzo.
  • ¿Qué narices es eso de pasar del Ford F150 al Prius o, aún más raro, al Tesla?
  • La gente es extrañamente confiada.
  • Hay muchas personas que adoran San Sebastián pero que a duras penas aciertan a ponerlo en un mapa.
  • Si dicen que van a hacer algo, por muy tonto que sea, van a hacer esa tontería,
  • Las dietas macrobióticas y el café cultivado de no sé qué manera está acabando con las hamburguesas de héroes y los Starbucks.
  • Pregunté en un supermercado dónde estaba la Coca Cola y me dijeron que no tenían porque no era sana. Sí, pregunté por la Zero, les dio igual.
  • Me pidieron el carnet cuando pedí una cerveza en una terraza de Sausalito.
  • En esa misma terraza había dos parejas de Bilbao.
  • Si se te va la mano con la bici es fácil caerte al agua desde el Golden Gate, o a la carretera con los coches circulando (ayer vi que lo pretenden arreglar un poco).
  • Los taxistas se quejan de Uber, pero no gritan mucho.
  • El precio de la carrera de los taxis me pareció barato.
  • Tacos, tacos, tacos, tacos, tacos, tacos.
  • La gente dice que no se baña porque está fría pero cuando me lo propuse me advirtieron de que había tiburones.
  • El siguiente pueblo después de Sausalito se llama Tiburon.
  • Las oficinas de Google son como esos artículos que circulan a veces sobre cómo son las oficinas de Google.
  • Esos artículos no mencionan lo callados y aburridos que resultan.
  • No probéis un Negroni si no os gusta el vermú.
  • Entienden que puedes ir desde España sin que te guste el vino.
  • Les cuesta comprender que necesiten persianas porque no han de proteger su intimidad si los de fuera no miran hacia adentro.
  • Si Nueva York está en pie a las 7, en esta costa amanecen a las 4.
  • Sí ven el Mundial.
  • Tacos.
  • Hice mal un cambio de sentido con la bici y me vi pidiendo ayuda a la embajada.
  • Los vecinos estaban más cabreados que el policía, pero sólo el policía me insultaba.
  • Las cervezas que hacen allí son suaves. Las cervezas que llegan allí son caras.
  • Me ofrecieron LSD y me pareció el único sitio del mundo donde deberían ofrecerlo.
  • VW Westfalia Camper.
  • Eso de que te chocas con una chica al salir de la tienda y se caen las naranjas para que puedas disculparte mientras una voz alerta de las ofertas en pimientos amarillos y termináis intercambiando teléfonos y quedando para cenar sucede.
  • Recordad que la gente es muy confiada y ya he repetido que tacos.
  • Twin Peaks.
  • Cuando íbamos caminando por Berkeley y Oakland nos preguntaban si estábamos bien y si se nos había estropeado el coche.
  • Subir algunas cuestas de San Francisco andando responde tímidamente a lo anterior.
  • Escaleras de incendio con vistas al mar.
  • «This has nothing to do with L.A.»
  • La verdad es que para decir que estás en la calle Ávila te quedas donde estás.
  • Llevad protección solar.
  • Puedes ir de hipster, que irás de hipster europeo, y es que al menos sabemos vestir un poquitín.
  • Loco, qué haces con la fixie, anda, baja.
  • Yo diría que se puede nadar hasta Alcatraz.
  • Faltan Vespas. Sobran Golfs.
  • El mayor océano del mundo.
  • Es la polla.

Visto en: San Francisco, Oakland y Berkeley.

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Lagarto

Arriba

Back in business, bitches! Y los 25 me han sentado rematadamente mal. Lo peor de cumplir un cuarto de siglo, ay, es que se te acumulan las cosas pendientes del TO-DO antes de los 30 y, además, te das cuenta con mayor pavor que el tiempo se acorta. Porque no hace nada que cumplí 20 y eso significa que dentro de nada llegará el temido deadline psicológico. En fin, todos conocéis lo que me gustan las listas. (Mira a los oyentes esperando que alguno grite «¡Y las tontas!» para poder continuar.)

Si bien no he sido realmente consecuente con, fiel a y buen amigo del tío que antes escribía aquí, sí me parece que no ha ido del todo mal. Correcto, lo sé, no ha ido exactamente como mi subconsciente me quería ver. Pero no está todo perdido si me pongo manos a la obra. Ahora bien, como todo yo, mis circunstancias han condicionado el resultado. Que es una forma ‘ortegaygassetística’ de decir que, bueno, viendo el panorama algo jodido y a mí dentro de una apacible comodidad donde no me salpicaba mucho la mierda, me bajé el cuello del abrigo de Corto Maltés y eché el amarre en el puerto un poco más de lo que hubiese debido.

Girl from the North Country

Es asombroso cómo Bob Dylan ha compuesto una canción que semánticamente viene al pelo para casi cada momento. Después de cincuenta y pico años guitarreando y soplando armónicas debe estar acostumbrado a que vayan metiendo con calzador cualquier letra, título, ritmo o acorde en todo tipo de medio. Gracias, tío. En fin: Norte.

¿Qué mierdas quiero decir con esto? Ya va, pasa las palomitas. Decía que me faltan historias. Historias de las de contar. Historias de las de sentirte orgulloso, de las de salvar niños en un incendio, de construir tu propio artilugio raro que da vueltas y sirve para[…], de despertarse en Albacete y no recordar cómo se ha llegado allí ni porqué tu amigo va disfrazado de bebé. Supongamos algo que no de vergüenza ajena y que, realmente, tampoco mucha gente realiza. Yo he escogido ir arriba. Ir al Norte. Os dejo un dibujo.

Mapa con la ruta en Google Maps

Bonito, ¿verdad? Madrid – Irún – París – Luxemburgo – Copenhague – Estocolmo – Alta (Noruega). No es exactamente la ruta que aparece en el mapa, pero sirve para quedarse con la big picture. De Malasaña al Ártico. La vuelta querría hacerla descendiendo por el oeste, así que bajaría por Oslo. Algo menos de 5000km. Para que os hagáis una idea, la Ruta 66 son 4000 y no está asfaltada como debe ser. En diez días y si no se me ha olvidado tachar ceros, 500km al día. Una cifra asequible para cualquiera de nosotros si no tuvieses un depósito de 8 litros y una velocidad máxima de algo más de 95 km/h para no quemar el motor de dos tiempos que ya ha demostrado ser capaz de todo. Ya, ya, no lo había mencionado, quiero ir con The Townshend. ¡Ahora sí es una historia para contar!

Recorro aproximadamente 15 kilómetros al día con ella, si no estoy cansado y el tráfico ayuda I elongate[d] my lift home, pero nunca me he ido ‘de ruta’ que es como los [dichosos] moteros utilizan para decir que no van de casa al trabajo y fuera del núcleo urbano. En dos ocasiones, repito, dos ocasiones, la he paseado por autovía y reconozco que disminuía mi hombría cada vez que tenía que lidiar con un camión en una de esas radiales de la capital. Ah, sí, y un par de huesos rotos con caras visitas al taller decorando el regalo. No estoy preparado aún para una aventura semejante, pero tampoco pretendo zarpar mañana. (Se atusa el cuello del abrigo de Corto Maltés.)

La tontería (o hazaña si eres un periodista que me quiera entrevistar, pon hazaña) sale por unos cuantos fajos, empezando por poner en punto la moto, que aún le quedan unos detalles, y terminando por los peajes que guían al Círculo Polar. Para que esto no quede en palabras, en tinta electrónica sobre la pantalla de un Kindle, en LEDs iluminados de un MacBook Pro Retina o uno de esos Samsung desechables, me he creado una orden en el banco para reservar en otra cuenta, automáticamente, 60€ al mes. Eso hace, en 3 añitos, 2000 y pico euros. Habría que contar intereses que eso produjera, por supuesto. Y, si queréis colaborar, me lo decís. Además, en caso de que todo este plan se vaya a pique, podré dedicar ese dinero a financiar mis caprichos de runner de manera que acentúe el hecho de rondar la treintena. Espero que haya un club privado y hagan tarjetitas.

¿Por qué al Ártico? Empecé a interesarme por Kiruna (Suecia) hace algo más de dos años, sin motivo aparente, hablé con gente que había estado y todos respondían que era una pérdida de tiempo siquiera intentar llegar allí. En verano coincidí con dos suecos empleados de Spotify y les pregunté acerca de lo mismo, aparte de la comparación necesaria entre turismo en España de sol y cerveza en la playa y la poco apetecible idea de dar de comer a renos, tampoco me animaron a ir en ningún momento. «No es tan bonito.» Después, y siguiendo con mi cabezonería, llegó Medem y aunque yo no tenía mucha idea del origen del temazo (en serio) de La Oreja de Van Gogh, marca. Lo sé, una película española y tal, pero, confiad, ésta es buena. A eso hay que sumar que ya ha habido locos con cacharros más modestos que han accedido a la parte más septentrional de Europa. Originalmente planeaba conducir hasta Mongolia, no hay explicación, pero soñé repetidas veces que después de prepararlo y partir, moría. Además de una manera absurda y al poco de salir, recién arrancada la aventura. Retomé mi interés por el frío. Acojona demasiado plantearse realizar el trayecto en invierno aunque cuentes con la postal de la aurora boreal, habrá que coger cariño al sol de medianoche. Pensad en todos los momentos mágicos que regalaré al Instagram del momento.

Estaréis echando algo en falta, ¿y la chica? ¿De verdad pretendes hacerlo sin compañía? No es algo que tenga decidido, no es algo que tenga siquiera pensado, no es algo de lo que haya hablado con nadie, no es algo que haría si tuviese pareja.

Visto en: I ride a GS scooter with my hair cut neat.

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Buhardilla Lagarto

Yo escribiré cuando tú bailes

El pasado jueves resbalé con la moto, una Vespa PX 200 del ’99 bautizada como The Townshend, en la glorieta de Rubén Darío, que es una rotonda de una de las zonas guays de Madrid. Terminé en el hospital con una fisura en el pie, muchos moratones, abrasiones, heridas abiertas y una clavícula rota. Poco, muy poco, me ha durado el capricho. Pero el del taller se va a alegrar. Esta anécdota, la del piñazo, a priori irrelevante, sirve como entradilla para que entendáis porqué, debido a la baja, ha aparecido un numeroso grupo de personas (no) pidiendo que escriba, que ahora iba a tener tiempo y ninguna excusa. Y es verdad.

Me aproximo a esto con cariño y lejanía, como si fuese un bar cercano que siempre ha estado ahí, donde el camarero te conoce perfectamente y donde has echado muchas horas, muchas risas y muchos llantos, pero que sabes que no puede ofrecerte más cosas. Con nostalgia. Y, ojo, eso está bien. No quieres que cierre ese bar, por la pena, porque es tuyo, porque has invertido mucho tiempo y esfuerzo en él.

Recuerdo, de crío, en no sé qué curso del colegio, una frase que decía que, en España, no se escriben libros porque no se leen y, a la vez, no se leen porque no se es escriben. Es la típica chorrada de Lengua y Literatura que juega a meterte el miedo en el cuerpo y a hacerte creer que si lees más eres más listo, como una ecuación matemática. Cuando nos da por pensar ya vemos que no hay ninguna relación directa entre cantidad de lectura e inteligencia. Peligrosamente también implica que si escribes mucho eres mejor que el resto. Pero que Anastasia siga follando con Christian. Y ya está.

No es por falta de temas, porque, mismamente, podría ponerme aquí a desarrollar un ensayo sobre algo tan aparentemente trivial y tonto como enrollar manualmente el papel higiénico. Eh, todos lo hemos hecho. Y es una chapuza. Y te preguntas cómo será la máquina que se encarga de ello, si hace girar el canuto de papel o éste permanece inmóvil mientras un brazo giratorio se desplaza a su alrededor, abrazándolo con el papel, primero una capa, luego otra, tal vez ambas a la vez. Quién sabe, tal vez ese mismo brazo va corrigiendo su posición cada décima de segundo. Hay que aclarar esto. Están pasando cosas chungas con esto. Igual hay gente que está muriendo con esto. No. No es por temas. Es por nostalgia.

Me da mucha rabia la gente de unos treinta años, bienio más bienio menos, que habla maravillas de los putos ochenta, los 80. Aquella década de heroína y música pésimamente producida que comenzó con el fallecimiento de Bonzo sólo dos años después del de Moon. No podía salir nada bueno de ahí. Y no quiero decir que todo tiempo pasado fuera mejor, sino que, por una vez, quiero decir lo contrario.

Cuando esta gente habla de esa década, de esos peinados y esas fotos vistiendo un chandal verde con reflectantes amarillos (ropa de yonki, que diríamos ahora), y dice que ojalá pudieran volver allí lo dicen con nostalgia, con mucha nostalgia, pero sabiendo que en el fondo no desean revivirlo ni siquiera superficialmente. Ni por los muertos por el SIDA ni, sobretodo, por las comodidades a las que ahora sí están acostumbrados: ya sea todo el conocimiento del mundo en segundos en la palma de la mano, poder escoger millones de opciones de ocio incluyendo las de cualquier país globalizado, los coches cómodos y seguros que apenas sufren problemas mecánicos, la democratización de la fotografía, ver que el 12-1 a Malta no queda en nada si miramos a Casillas y a Iniesta o, incluso, la carne de Kobe. Los videojuegos eran más difíciles, sí, pero ahora puedes jugar contra tu hermano que está viviendo en Edimburgo y os visita con cierta frecuencia gracias a las aerolíneas low-cost porque ahora volar en avión ya no es un acontecimiento especial.

La nostalgia nos engaña. La nostalgia nos hace venir a este bar. A este recuerdo de hace unos años donde no escribía dos post seguidos sin meter un ergo. Ni los 80 ni la Buhardilla tienen culpa de nada, en realidad. La comunicación ha cambiado y, aunque estoy disfrutando mucho escribiendo esto y recordando el bullicio que se generaba en mi alcantarilla underground, no sé si dejé de escribir porque no se leía o si se dejó de leer porque no se escribía. Pero he escrito sabiendo que se leerá. Cada tap del teclado. Sigue siendo una sensación maravillosa lo de escribir porque haya gente que quiera leerte y no lo de escribir porque yo lo necesite.

No sé cuánto pasará hasta el siguiente click en el botón azul de publicar, pero tal vez haya concluido mi reposo y mi rehabilitación. Tal vez se haya pasado de moda el buey Kobe y las bicis sin frenos ni cambios. Tal vez una factura desproporcionada del taller. Tal vez haya aprendido a colocar bien los hombros, recta la espalda, como en un vals vienés. Ese compás 3/4 tan marcado.

Visto en: 50 Shades of Geko.