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Pensando en alto

Enseñar la casa

Aprovecho que me huele el antebrazo derecho a naranja, y que me pica por alguna alergia, para abrir el arcón de los congelados, rebuscar entre ideas por terminar, rescatar una caja envuelta en escarcha, limpiar con furia la parte superior, sólo por ver qué pone en la caja. Como si buscase un helado en concreto y se me quitase el hambre, la gula, al no encontrar lo que quería. Ese sucio manjar que calma la ira puntual de un estómago enfurecido de antemano. Y así os traigo este post, que lleva en ese arcón de mi memoria más de un par de años.

No sé a qué se debe pero me gustaría llegar a conocer el motivo. No sé por qué hay gente que, de una manera más o menos consciente, disfruta rasgando la cortina que cubría su más preciada intimidad personal, permitiendo a otras personas un acceso momentáneo a su más sagrado santuario. Invitando en muchos casos a que desconocidos pongan su pica cual tercio en Flandes, sin Alba de por medio.

Caracol-col-col

«Oye, que llevo ya un tiempo en la casa nueva y no me vienes a visitar, a ver si te pasas y te la enseño». Algo que me ha sucedido recientemente en tres ocasiones, sólo una de ellas con interés real por mi parte por dejarme caer, no por el hogar, dulce hogar, sino por el edificio. ¿A qué se debe? A ver, sabéis que soy bastante arisco en lo que se refiere a mi propia intimidad, que a mí ese rollo social y fingir que me caéis todos de puta madre no me va en absoluto. Bueno, es cierto que tiene bastante de pose, pero también de verdad, soy borde y ya está. A mí, algo que nunca, desde pequeñito, me ha hecho nada gracia es que mi madre abriese la puerta de mi habitación (que muy de niño compartía con mi hermana) y explicase que, obviamente, aquél era mi cuarto. Infinitud de mudanzas después es algo que ha seguido pasando pero el hecho de que haya que subir un piso más para llegar a la buhardilla hace que la gente no se moleste tanto (cuando, siendo sinceros, es lo más llamativo de la casa). De una manera algo hipócrita por parte de mi santa madre, luego se quejaba haber tenido que enseñar todo, «Porque a ellos ni les va ni les viene, porque ya son ganas de trastear» y demás refunfuños. Es sencillo, ellos ahí no pintan nada, que no entren. Es muy forzado, en serio, porque el propietario (dueño o, digamos, residente) se queda en el umbral de la puerta con una mano en el pomo con toda la intención de cerrar dos segundos después de terminar de pronunciar el nombre propio que da final a la sentencia, «Esta habitación es la de».

Eso en casa, desde el punto de vista de tu hogar y con gente que conoces, que si lo tienes ordenado (señal inequívoca de que, o bien lo has maqueado deprisa y corriendo a sabiendas de que llegaban los foráneos, o bien esa parte de la casa es prácticamente territorio ignoto para sus habitantes) pues quedas de puta madre, pero, encima, si no lo tienes bien te martirizas por el qué dirán cuando en su caso sucede exactamente igual.

Ahora, desde el punto de vista del visitante, hay dos opciones, que seas un cotilla criticón o que, como yo, te sientas incómodo cuando te presentan cada una de las estancias (porque sabes que, en el fondo, el ocupante del contenido de esas paredes también lo está). Si eres un cotilla, miras, analizas, alabas falsamente las cortinas y luego preguntas descaradamente cómo se ha hecho algo, cuánto ha costado y qué textura tenía el semen. No. Mal. Muy mal. No me enseñes eso, dime dónde está el baño y si vamos a comer en la cocina o hay que preparar algo, fin. Es un bloque de pisos, unos adosados o una chabola en un terreno aislado, no el palacete de un lord con molduras del decimo séptimo siglo, frescos y tapices en la pared, gárgolas importadas de una catedral francesa y chimeneas cálidas de anuncio de suelos de cerámica. Sed sinceros, no queréis que veamos si tienes un calcetín suelto al lado de la cama que se te ha caído al recoger el montón de ropa que has puesto a lavar antes. No estás interesado en que sepamos qué libro tienes en la mesilla o si junto a él hay un juguete erótico con el que disfrutas con tu pareja o el Apple Remote en caso de que duermas solo. No le encuentro sentido, es mi intimidad, tu intimidad, y está bien como está, protegida por una puerta cerrada.

Ahora viene el tercer caso y, para mí, el más hilarante y dañino, los programas de televisión que enseñan casa de otros. En teoría es un programa bastante guay, de decoración, arquitectura (ejem), diseño industrial y otras ramas del arte greco-romano como la domótica. En la práctica, un catálogo de una inmobiliaria. Una inmobiliaria de lujo, no como las de nuestros barrios, pero una puta inmobiliaria, con entradilla en Flash en su web y todo. Es la puta risa. En el mejor de los casos es el dueño quien construye a imagen y semejanza de lo que dicta su colega arquitecto una casa de escándalo, la decora bajo el mandato de su mujer, y se siente hombre mandando a sus hijas recoger el cepillo y la pasta de dientes del cuarto de baño. Todas las luces encendidas, los espejos recién pulidos, los cristales impolutos y, siempre, siempre al menos un mueble y una figura «artística» oriental y africana, aunque sea una puta y fea porquería, que se note que manejan y «saben» de arte. «Hemos sido muy felices aquí». Sí, en esa cama tamaño king-size es donde has trajinado bien a la teñida de tu mujer. Eso que tú llamas gimnasio hasta hace cuatro horas era un garage y una despensa, lo sabemos, acabas de quitar el plástico a la cinta de correr. Cerdo. No sólo está exponiendo la que fuera su intimidad ante toda persona que quiera arrimarse, es que además lo hace por dinero. Me resulta algo humillante, la verdad, prostitución de algún modo. No tienes intención de enseñar a todos qué bonitas vistas tienes, quieres que los demás se encaprichen del paisaje para quedarte su pasta.

No sé, estamos rodeados de panfletos y artículos que hablan sobre los peligros de no cuidar la privacidad en internet para que no se sepa ni a quién conocemos, por ejemplo, pero en nuestra propia casa no hay miedo ni vergüenza a enseñar la escobilla del baño, nuestra foto de la comunión o el color de los calzoncillos. Lo que un perfil de Facebook típico.

Visto en: 9º B.

6 respuestas a «Enseñar la casa»

A mi me gusta enseñar mi casa =(

Con el piso que teníamos antes reconozco que enseñaba la cocina con todo lujo de detalles («pero, mira, mira ¡que tenemos dos neveras! ¿has visto ya las dos neveras?») y luego el resto era una de «y aquí un pasillo y si sigues hay un montón de cuartos feos y cochambrosos sin ordenar… si te hace ilusión… yo te espero en el sofá que tenemos en la cocina ¿has visto el sofá que tenemos en la cocina? ¿te he enseñado ya la cocina?».

Y cuando voy a las casas de los demás es más o menos lo mismo. Qué bonita la cocina y tal y el resto te lo puedes ahorrar.

Deduzco que no me gusta enseñar la casa, me gusta enseñar y cotillear cocinas =P

A mi también me gusta enseñar mi casa, bueno no, me gusta cotillear la de los demás, pero sólo porque la decoración me fascina.
No le hagas caso Bea que hoy tiene la regla! Ah no, que soy yo T_T

Por cierto, es un bloque de pisos, no una bloque (no encuentro aquí la cajita esa de los errores)

Escribo sólo para decir que el verbo alabar es con b.

Y ya de paso suscribo lo dicho. El otro día unos amigos se empeñaron en enseñarme su casa, y con ella su habitación desordenada y con un tanga por ahí perdido (amén de montones aleatorios de ropa). Yo les dije amablemente que si me querían enseñar su casa, con las zonas comunes me basta, no quiero ver la escobilla del baño como bien dices.

Mejor tarde que nunca, aquí estoy yo. A mi me gusta enseñar la casa (hice un video que supongo ayudó a desempolvar este tema de tu cabeza, y no salgo en el vía ni nada). Me gusta porque me enorgullezco de tener mi casa/santuario arregladita, mona y agradable, como todo hombre de bien. Cuando enseño la casa tampoco voy abriendo cajones, ni nada así, y enseñar mi escritorio, cama y sofá no me parece nada intimo. Es como ir con una camiseta chula, la llevas para enseñarla, pero no enseñas los calzones que van a juego.

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