Categorías
Lagarto

De cómo estuve a punto de escribir un post sobre motocicletas y al final no

Érase una vez un blogger que dijo… Creo que nunca en la vida de este blog me había costado tanto terminar una entrada. Me refiero a cómo lo he ido posponiendo porque siempre que venía a escribir pasaba algo relacionado con el tema que me impedía continuar para ver qué iba pasando. Hoy, simplemente, quiero dejar de marear la pobre perdiz y ponerle un punto final a la historia inacabada.

Harley Davidson Forty Eight

Y es que todo comenzó a mediados del mes pasado cuando me disponía a quejarme, porque apetecía, sobre el diseño de las motos. Quiero decir, hablando de vehículos, todas las marcas de coches suelen tener una línea similar, con matices idénticos que hacen que no necesites consultar la insignia del capó para saber que aquello es un Audi «A algo» o aquello otro tiene toda la pinta de ser un Peugeot porque esos faros son de Peugeot. Cuento con que conocéis bastantes ejemplos más. Con las motos, generalmente, no ocurre nada de esto (o bien yo, pese a haberlo intentado, no consigo encontrar esas diferencias). Distinguir una moto de otra, si pertenecen al mismo grupo en las que se subdividen comercialmente, es una tarea muy complicada. Las motos de competición, con pegatinas de caracteres asiáticos y pinturas chillonas suelen ser las peores, junto con las scooters. ¿He estado sin terminar una historia que iba sobre esta porquería? Sí. Pero es que luego me hice un ranking sobre motocicletas que estética y sonoramente no dan vergüenza o son, digamos, distinguibles de las otras 40 que están aparcadas sin tener que recurrir a un carenado amarillo o verde fosforito. Vespa, Triumph y Harley-Davidson. Por supuesto, no todos los modelos. Decía lo del sonido porque aquí sí es importante, así como hay quien se flipa e insiste en que nada suena como el V8 de un BMW M5, por ejemplo, porque lo ha leído en una revista «especializada», al fin y al cabo cualquiera que vaya en un coche amortigua el sonido con la carrocería y, además, lo camufla con el equipo de radio. En una moto lo único que está entre tus oídos y el sonido del motor es el casco, e incluso puede que no te cierre las orejas, motivo por el cual el sonido que produce el movimiento de los pistones y vas a tenerlo que escuchar durante mucho tiempo. No hay horas de Youtube que muestren realmente cómo suena cualquiera de esos motores. ¿Terminaba ahí la entrada original? Me temo que no.

Cuando estaba dando por hecho que esa basura sería publicada revisé el correo y vi una oferta (Let’sBonus, creo recordar) con un descuento para la autoescuela, para el carnet A2. Y me apunté. ¿Lo podría haber publicado en ese momento? Sí, pero quise ver cómo iba un poco el asunto y dejé pasar unos días. ¿Y luego? Me presenté al teórico esta semana. Y lo aprobé. ¿Hemos llegado al final de la no-publicación? Para nada.

Retrocedemos un poco en el tiempo. El viernes de la semana pasada, día 27, me pasé por Makinostra, concesionario de Harley-Davidson de Madrid aprovechando que por la noche asistiría al concierto de Arctic Monkeys. Y muy bien, el concierto el concesionario. Como estaba más que informado sobre la firma y sus modelos (desde crío) sabía más o menos qué me iban a explicar, con lo que no conté fue con un dato que Google me intentó revelar hace unas semanas y al que no quise dar importancia: soy demasiado alto para el modelo de Harley que me gusta, que es uno de los de iniciación. No podría pagar ninguno de ellos, pero bueno, no costaba nada pasarse por allí. El dependiente me lo explicó muy bien y no tuvo problemas para decirme que podría estar incómodo en esos modelos. Volví del concierto y pensé en escribir sobre ello ya que no era la primera vez que medir algo más de lo normal me causaba inconvenientes. Con estas marcas da gusto. Me refiero a las que han creado una imagen y son emblema de generaciones y de situaciones, igual que la gente que mira ordenadores se pasa una tarde en Media Markt, quien quiere una moto se pasa las mañana con catálogos en las manos, quien quiere un Mac se conoce al dedillo las gamas y las diferencias entre ellos y no va al Corte Inglés a esperar a que le detallen tal o cual cosa aunque finja prestarle atención y asiente con su cabeza, aquí igual, buscas un icono (la Harley) y si has ido hasta allí no es porque, ya que miras motos te acercas a cotillear. No, no funciona así, todos sabemos que ese reflejo premium queda patente en el precio y, si queremos ir de A a B, cualquier otra cosa nos sirve. ¿Lo hubiese publicado después de mover una Harley de 300 kilogramos que, si bien era de mi talla y cómoda como ella sola, se llevaba con un dedo y que sólo aceptan conducir los cincuentones caprichosos? No, falta por tratar un punto que se ha ido sucediendo en paralelo.

La gente cambia de moto como de calzoncillos. Y esto es así. Aún no conozco a nadie cuya primera motocicleta haya sido nueva. EL mercado de segunda mano con estos vehículos es bestial. Muy ágil. De hecho encuentras muchísimas gangas que, llegado un punto, dejan de sorprenderte. Confieso que me llama la atención porque siempre he sido poco amigo del mundo de segunda mano en lo que a vehículos se refiere. Me explico, yo no vendería el Fiat Punto que utilizo casi a diario por 9.000€ y, con mucha suerte, un desguace podría darme 1.500 por él. De igual modo no entiendo que un coche nuevo valga 15.000 y el mismo modelo de segunda mano 13.000. No lo veo una diferencia decisiva, ni aunque fuese de 20.000 a 15.000. Soy el menos indicado para meterme en el fango que genera este mercado. Entonces, ver una motocicleta con pocos años que cuesta menos de una cuarta parte de su valor original, como comprador me motiva, pero, si la tuviera que vender, me parece una pérdida de dinero y, por tanto, me la quedaría aunque no la utilizase y simplemente saber que lo tienes, salvo caso de necesidad inmediata del dinero. Y este punto iba a haberse tratado de una entrada completa e independiente con relación a este tema, nada más, pero sus caminos se han cruzado por lo que veis.

Y, colorín colorado, este post ha terminado. Esta es la historia donde se ve cómo estuve muy, muy cerca de escribir una entrada sobre motos, una entrada, por cierto, que se la va a soplar a todos y que nadie recordará con especial cariño. Un parto complicado, pero tenía que nacer.

Visto en: Nunca he cogido una moto, va a ser divertido.

Categorías
Lagarto

Anhedonia a un grado bajo cero

Soy la persona más apática que conozco. Y conozco a bastantes personas, siempre espero conocer a algún otro ser que además de parecer majo o arisco muestre una clara indiferencia y una falta de motivación por emprender cualquier tipo de aventura. Hola a los del fondo.

Hoy he ido al cine. Sólo por comentar. Una señora ha dicho en alto que Sherlock no puede morir. Ahí tengo los libros, creo que la colección no está completa, pero bueno, muere. La gente es imbécil. No se preocupe, mujer, que el bueno de Doyle lo resucitó para ustedes.

La verdad es que no tengo nada de lo que quejarme, y eso que soy un quejica, no hay nada a mi alrededor que merezca una sola mala cara, nada. Estoy en una posición envidiable y que, de hecho, algunos ya envidian. «Terminando» la carrera, con un empleo relativamente cómodo, con la capacidad económica suficiente como para darme prácticamente cualquier capricho (cosa que no hago, pero ahí está). Es una rutina cálida, manejable, de esas de «No me jodas ya he perdido el bus». Un sin más, un meh, un vacío completo.

Me sumerjo en un autismo voluntario. Sin explicaciones, sin preguntarme nada para ahorrarme el tener que buscar respuestas aunque sepa de antemano lo que contestar. A veces pienso que me he acostumbrado, tal vez por haberme forzado yo mismo a ello, a esta sensación de frialdad interesada que consigue que no me entusiasme un ápice por prácticamente una mierda. En fin, hace casi un año, una psicóloga, que a efectos prácticos no era más que una chica con la que un amigo estuvo hace un tiempo me hizo contarle mi vida por encima y terminó llamándome «Jodido loco de los cojones». No me fastidies, tantos años de carrera refinada y habla igual que un tertuliano de un programa de corazón o un entrenador de fútbol cañí. Su parte de razón tendría y, la verdad, me hizo mucha gracia, no siempre uno tiene la oportunidad de que le diagnostiquen una locura de manera médicamente aceptable.

No pongáis esa cara, no le hice mucho caso, aunque igual hubiese sido mejor quedarme un rato más en el diván. No lo sé, y lo mejor es que no me importa. Vale, no sé si es lo mejor, ya he dejado de querer saberlo todo. Eso sí es preocupante, no recuerdo en qué puto momento de mi vida reciente he dejado de ser curioso. Creo que fue en el mismo en el que empecé a adelgazar mucho sin saber por qué y luego a engordar al mismo ritmo sin ninguna explicación. Cualquier persona dirá que es por algo tiroideo, está de moda entre los enteradillos hospitalarios y a todos se lo hacen mirar, me he hecho pruebas, está todo bien. Es mi maldita cabeza. Hay algo que no funciona bien ahí arriba. Ha habido hoy un par de momentos chungos, dos hostias, bajones momentáneos. Me he salido como he podido de los dos jardines en los que me había metido. En uno me metieron, pero es igual. Son pijadas que afectan. Me duele la cabeza cuando intento descubrir qué falla, qué tuerca tengo que apretar o aflojar para que pueda volver a fluir esa… vida, no sé, no me encuentro bien. Imaginad que tenéis un puto mapa del Sokoban en vuestro cerebro, pero un mapa enorme, con millones de cajas y tienes que ir moviendo todas y colocando cada una paso a paso. Bueno, más o menos es lo que llevo unas semanas, unos meses, intentando hacer: poner orden. He intentado priorizar las cosas que me rodean, como si crease una lista de tareas pendientes y nada fuese simultáneo, no hay concurrencias, cada cosa a su tiempo. Y no iba mal, era cómodo, pero después de un tiempo me he dado cuenta de que me sentía exactamente igual. Vacío.

Pero un vacío creciente, un agujero negro que está apoderándose de mi ingenio, de mi creatividad, diría que hasta de mi memoria. No suelo utilizar borradores pero en octubre escribí un pequeño relato, uno de esos oscuros, malvados, en fin, que sólo lo entendía yo y que me hacen sentir bien sólo dejando por escrito que no es así. En ese relato escribí una cosa que me parecía que encajaba con toda la ambientación catastrofista y casi sanguinolenta de la historia «[…] y así sucumbir a los siete pecados capitales de provincia que ahora […]». Y va José Mota y se marca un puto especial de nochevieja con esa coñita. Antes me hubiese enfurecido pero entré aquí y me cepillé el relato, sin cabos sueltos ni lamentaciones. Y no me molestó, joder, no me reconozco. Os aseguro que ese agujero negro es bestial. Nada agradable.

En fin, sed felices, que es de lo que va todo este asunto de la vida y tal, aprovechadlo, mamones. Imaginad que dejáis de leer esta clase de mierda literaria, escrita desde lo más profundo de mi putrefacta cloaca mental para convertiros en los que escriben una basura semejante desde un pozo de lodo creyendo que covierten sus textos en oro. No, deja, mejor, sed felices.

Visto en: A serotonina revuelta, ganancia de psiquiatras.

Categorías
Lagarto Música Pensando en alto

Vinilos y surcos mentales

Desde hace semanas estoy realmente obsesionado con el trabajo de Dieter Rams y la culpa es de las entrevistas a Erik Spiekermann y la trilogía filmográfica firmada por Gary Hustwit (mientras espero que alguien suba a Demonoid el último tercio). Yo antes era una persona normal, pijotera, pero normal. De esas películas, el documental sobre Helvetica está sorprendentemente bien, la de diseño industrial comienza bien, con Rams, quien ya conocía de oídas gracias al tipógrafo ahí enlazado cuyo trabajo me ha tocado seguir y quien se declaraba fan del diseñador de Braun, y continúa ojeando por encima el trabajo de su heredero natural Jonathan Ive. Bueno, si os interesa, comprad el DVD (NANA NANA, NANA NANA, ¡BATMAN!).

Braun es una empresa que, para mí, siempre había pasado desapercibida. Sus afeitadoras me parecen (sin haberlas probado, lo que es un juicio completamente injusto) una serie B comparadas con las de Phillips. Lo poco que recuerdo son batidoras y tostadoras, nada que llame mi atención. Cuando me comencé a sumergir en el mundo de Dieter Rams (quien diseñó una serie de productos para la marca alemana en los 60 y 70 y que hoy en día sigue permitiéndose el dudosos lujo de llevar pantalones cortos y americana) me encontré con uno de los artilugios musicales más bonitos y llamativos que jamás podría haber imaginado, un tocadiscos, o giradiscos, o plato o como prefiráis llamarlo ahora. Este de la imagen es un ejemplo de uno de los modelos más sencillos del catálogo que nos dejó en herencia bajo la patente de Braun.

No es mi favorito, podemos encontrar algunos de ellos en el Tumblr que le han montado (no todo son gatitos ni líderes coreano en ese portal, afortunadamente) y me encantan. Tanto como para haber buscado ya algún modelo asequible de segunda mano. Releed la frase anterior, omitid lo de asequible, continuad con el post. Lo retro se paga mejor que lo nuevo a estrenar, tanto es así que el iPod de 30GB cuya pantalla tiene unos arañazos y la clavija del Jack sigue estropeada va a serme más rentable que un plan de pensiones. Calculo que en 2030 lo podré vender por medio millón de gigaeurólares. Recuerdo con cariño el episodio de Cowboy Bebop en el que se las ven y se las desean para encontrar un reproductor de vídeo Beta, Habla como un niño.

Este año no he escrito lista, no hace falta, no dejo de pedir, soy el capitalismo personificado. No compro nada por motivos meramente económicos, no si me hace falta o no, simplemente porque no lo puedo pagar. Pero joder, os aseguro que, de ser rico, no sería uno de esos horteras que se compran un Hummer y camisas de firmas exclusivas que no saben conjuntar. Sería de agradecer.

¿Y a qué viene esta paranoia sonora aderezada con una pequeña introducción al diseño industrial? Simple. Me he encontrado por ahí a la venta en una tienda con el vinilo de Band of Joy, junto con unas reediciones de Metallica, he recordado la colección de mi padre (las discografías completas de King Crimson, Led Zeppelin, Pink Floyd… ahm… Emerson, Lake & Palmer, Yes, por supuesto, algo suelto de Simon & Garfunkel… Deep Purple… joder, así he salido yo, ya sabéis). Y la música digitalizada está bien, un .mp3 guarro o los 256kbps de Spotify Premium en el bus que pagas religiosamente profeses la religión que sea. Es muy cómodo, no tienes que pensar en qué disco está grabado tal o cual tema o si era de este o aquél artista porque, en la mayoría de los casos, buscas la canción y ahí está, inmediatamente, como magia. Y joder, está genial, es un puto inventazo, inapelable.

Ahora. Llegas a casa, ¿vale? A tu casa, tú solo, o mejor, te espera tu pareja que ha salido algo antes que de costumbre o no ha pillado tanto tráfico. Y vas a la estantería, selecciones con precisión el vinilo que contiene los singles de Gorillaz, pinchas la aguja, suena ese característico «Gsh…», giras la ruleta del amplificador y vas a la cocina, preparas algo fácil de cena al ritmo que marca el ex-componente de los grandes The Clash que acompañan al de Blur. Tu novia [imaginaria] sonríe con ese «I’m happy!». Y sí, sería prácticamente igual si conectásemos nuestro teléfono súperinteligente a un altavoz o una microcadena. Pero es que toca cenar y coges dos putas velas y regulas la intesidad de la luz y suena una una guitarra con acordes de sobra conocidos y es ella quien se lanza con «Di, diriririri, and here’s to you, Mrs. Robinson!» cuando tú aún estás bajando la tapa del plato y le devuelves la sonrisa que antes te había regalado. Giras el dial para bajar el volumen sintiéndote el mejor pincha de la historia de la música popular y cuando te quieres dar cuenta el condor ha pasado y estás disfrutando del puto mejor risotto que jamás hubieras imaginado siquiera degustar. ¡Joder!

Visto en: Fantasías de aguja con punta de diamante.

Categorías
Lagarto Pensando en alto

Viajar solo

Toc, toc, ¿se puede? Bueno, paso, ¿eh? ¿Hola? Creo que me sentaré ahí. Verá, eh… a ver, me he enterado que voy a tener puente en diciembre, el de la Constitución y tal, ya sabe, y bueno, he estado preguntando por ahí qué hacer, porque me gustaría ir a algún sitio, sí, ya entiende, «siempre quise ir a L.A., dejar algún día esta ciudad, cruzar el mar en tu compañía». Pero nada, no hay manera, no hay opción de que nadie pueda acoplarse a mis planes, por dinero, por trabajo o por estudios. Y es, digamos, un puto asco.

Pasajero esperando al tren

He estado mirando en internet, ¿sabe? Hay bastante información sobre viajar solo. Casi todo, usted disculpe, son gilipolleces para solteros y, sobretodo por lo que he visto, solteras desesperados por pillar cacho en vacaciones: cruceros, escapadas románticas con desconocidos. Sí, un espectáculo en el que no quiero participar. No me atrae, no me motiva, me resulta bastante deprimente, ¿no lo ve así? No, espere, deje que me explique. Sí, a ver, yo no soy (aún) un desquiciado pasteloso exasperante que aspira a pasar su vida con alguien siempre que se alguien se cruce ya mismo en su camino. Por dios, es que es demencial. No quiero tener nada que ver con eso. Entonces, bueno, ¿por qué no me voy yo solo por mi cuenta? Principalmente, sí, ¿cómo dice? sí, sí, yo mismo respondo, principalmente porque no me llama la atención esa idea. En un viaje compartes experiencias, ¿qué sentido tiene visitar un lugar si al final del día no tienes a ningún compañero de aventuras con quien hablar de ello? No me va el rollo mochilero, triste trotamundos, no, de verdad que no lo veo. ¿Es normal?

¿Qué hago yo en medio de Londres, o Berlín o Katmandú más solo que la una? Fuera bromas, lo de Katmandú lo veo, pero por tonterías esotéricas más propias de aventuras de Corto Maltés y su Samarkanda literaria. Tendría sentido si fuera por algún motivo que justifique todo y no diera opción ni espacio a duda alguna, como una mudanza o un asunto laboral, pero por favor, hablamos de turismo, ¡yo solo! Todo para aprovechar unas vacaciones largas. ¿Usted lo ha hecho alguna vez? Oh, no, no me mire así, seguro que conoce a alguien pirado… ¿eh? sí, vale, aparte de mí, pero no es el caso, decía, fijo que conoce de casos de algún tarado que se ha atado una sudadera Reebok a la cintura y se ha plantado el solito con una vieja Kodak a recorrerse el mundo en un fin de semana.

Sólo le pido que comprenda mi miedo, que yo estaría encantado de curiosear a mi aire por Forbidden Planet o no pensármelo dos veces a la hora de comprar la mayor pijada y horterada imaginable únicamente porque no hay ningún otro cerebro cercano que pueda juzgarme o reprocharme nada. Pero seamos caudillos, ¿qué?, oh, vamos, era un chiste, ¿sí?, no me joda, gilipollas ñoño, sí, ¿y?, no hay huevos, pues no se ría, que vale… A lo que iba, subnormal, que, por ejemplo, sin un colega a mano que haga un sutil gesto con la cabeza para informar del rubiazo monumento que nos vamos a cruzar, creo que los viajes no me gustan. Pesado, que sí, que ya sé que existe gente que se hace el Camino de Santiago por su cuenta y riesgo, pero yo para eso pago 200 dólares al día y me voy a Bután, al Monasterio del Tigre, a rezar en un acantilado. No busco paz interior, ni expiar mis pecados, ni encontrarme a mí mismo, ni probar sustancias raras. Quiero irme, por ahí, de normal, conocer otros lugares, y no sé si hacerlo yo solito o dedicar esos días a arrepentirme y convencerme de que he tomado una decisión correcta, sea cual sea, mientras me entretengo con otra actividad. Cerdo, pero sí, eso por ejemplo.

Y bueno, no ha dicho nada, ¿qué me recomienda? ¿Debería volverme aún más loco y lanzar un dardo a un mapa para conocer mi nuevo destino? ¿Perdón? Ah, no, no, era una forma de ha… Sí, Ryanair, por ejemplo, bueno, ¿qué más da? Que si hago la mochila, vamos. ¿Lo está apuntando todo? No, no, no me diga eso de que se ha terminado mi turno porque… eh, ¡espere!, ¡cretino!

Visto en: Psicotravel.

Categorías
Lagarto Pensando en alto

Punica granatum

Soy el peor devorador de granadas del mundo. Pero me encantan y es temporada. En casa tenemos un granado (el compositor no, su bisnieto mago que conozco en persona y que durante un tiempo vivió en mi cuarto tampoco) y, cosas de la naturaleza, ha dado granadas. Deliciosas. Excepto dos, que eran las más bonitas por fuera. Una bella metáfora de la vida, ¿no? La típica guapa de postín que resulta estar podrida por dentro, ¿no? Rodeada de otras muchas chicas del montón pero que guardan un interior asombroso, ¿no? Ya sé que a nadie le gusta esta coletilla, ¿no?

Granada abierta con granos esparcidos

Es un fruto espectacular. Maravilloso. La granada es la quintaesencia del packaging en la naturaleza. Es el puto no va más del mundo del empaquetado. El hecho de tener una hermana [que me quiere] diseñadora es que te hace estudiar este tipo de materias (que de lejos son gilipolleces pero desde dentro asustan al más Norris de nosotros). ¿Hay algo en el mundo que venga mejor envuelto que los granos de una granada? Suena a pregunta chorra de monólogo del Club de la «Comedia». Pero lo cuestiono sinceramente, el recubrimiento, la protección y el envase de su manjar es una joya al alcance de pocas frutas y mucho menos, empresas. Una plátano, por ejemplo, la piel del plátano lo protege pero se reblandece con facilidad y el extremo que separa la pieza del tallo es particularmente blando. No se puede comparar. Aparte, la forma del árbol y, por supuesto, las flores, son estéticamente más llamativos en el caso del granado.

La granada es una fruta inteligente. Extremadamente inteligente. Intenta esparcir sus semillas para que sobreviva la especie (más granados) y vamos que lo consigue. He comenzado diciendo que soy una pésima persona comiendo granadas. «Una pésima» no, la peor. Las semillas de las granadas, los granos, en mi caso, menos en un plato o en mi aparato digestivo terminan en todas partes, ¡el sistema funciona a la perfección! Es cierto que aún no he visto a absolutamente nadie capaz de comer todos los granos de una pieza de estas frutas (alguno siempre se va de excursión). Mi caso es más alarmante. Quiero decir, si dejamos a un invidente enfermo de Parkinson haciendo equilibrios encima de una pelota grande de goma cortando el pelo a un Terrier os aseguro que ese perro tendrás más posibilidades de ganar un concurso de belleza canina que yo de comerme más de la mitad de los granos de una granada. Y, lo mejor, aunque sólo tuviera una tijera de jardín de infancia que apenas corta papel de escaso gramaje, tardaría menos que yo con mi tarea, a la que puedo dedicar, fácilmente, veinte minutos, como un señor (un señor inútil, pero un señor). Hay a quien esto le da pena (no yo, dan por hecho que no hay solución si dejamos de lado el encierro psiquiátrico, lo de desperdiciar esos granos) y me mira con odio. «¡Estás malgastando recursos naturales!». No va a acabar muy bien este post pero ese tema del aprovechamiento me la sopla. A mí me gustan las granadas, con lo que ello conlleva para el fruto y las manchas del suelo.

Visto en: Wikipedia, que yo ni idea de cuál era el nombre científico de la frambuesa. Ah, ni del granado.