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Lagarto Pensando en alto

Imprimir y fotocopiar en la oficina

Pues nada, ya es viernes otra vez. Y nadie sabe cómo ha sido. Debería estar estudiando. Hace un rato lo estaba, concretamente, estaba imprimiendo (desde el portátil a la impresora conectada al exhausto sobremesa y sin ningún problema, curioso) unos apuntes y unos manuales que necesitaba. Puedo tenerlos en pantalla, pero soy bastante old-school para estas historias, me va el rollo de sujetar el papel y pasar una hoja, volver a la anterior, apuntar una línea con el dedo dando a entender que es importante, volver a mirar el título de qué coño estoy leyendo… Este tipo de cositas que, en un PDF, pues, oye, que no es igual.

En estas andaba, folio por aquí, grapa por allá, cuando me vino a la cabeza un recuerdo de este verano. Yo aún estaba de becario, un día, solo en la oficina. Estaba preparando una asignatura de septiembre y en ese momento me dedicaba más a ello que a la aplicación que se suponía estábamos montando. Decidí imprimir lo que tenía de aquella asignatura por la impresora del despacho, una HP láser monocromo grotescamente grande e insultantemente rápida. Y no pude parar. Una vez lo tuve impreso me pregunté, «Coño, tío… ¿y por qué no?». Aquello para mí era como un hotel con buffet de folios y tinta. Todo el tóner para mí. Sabía que muy difícilmente fuera a terminar leyendo todo lo que puse en cola de la misma forma que sabes que 3 tostadas más te las comes por gula y no por desnutrición. Sí, en casa imprimo lo justito y desayuno más bien poco. Pero cuando se abre la veda… Me quedé sin folios, bajé a por más. Y me ventilé cerca de 700. No sé cuántos árboles son, el tejano rico estaría orgulloso. Una puta burrada. Me lo pasé pipa y lo más chachi de todo es que no tardé prácticamente nada, apenas un par de horas y eso que mientras tanto estuve buscando más papel hasta que decidí ir a pedirlo. Confieso que carecía completamente de moral y ética. Vergonzoso.

Tenemos a disposición de los alumnos una láser pequeñita. No la utilizamos más que un puñado de chavales. No va muy fina y a veces se cuelga, a veces se calienta, a veces no coge los folios y a veces sólo imprime los laterales. Nos cambian su tóner gratis. Si funcionase bien la tendríamos esclavizada. Montaríamos nuestro McGraw-Hill de tapadillo en un minuto.

Ahora que estaba tirando hojas y he visto los pocos folios que me quedaban en la bandeja, los otros pocos que tengo en la estantería y la lentitud de las máquinas de inyección de tinta he echado de menos aquella mañana veraniega donde, lo reconozco, no di un palo al agua, y pude derrochar tinta y papel a placer.

Sé que esto pasa en todas las oficinas. Yo quiero volver a estar en una y echarle morro aprovechándome de los recursos de otros para poder explicar mejor mis ideas, cual Marshall cuando descubrió el departamento gráfico. Claro que lo volvería a hacer, y claro que debería seguir empollando.

Visto en: Y de las copisterías hablaré en breve.

7 respuestas a «Imprimir y fotocopiar en la oficina»

En mi facultad tenemos a un chaval flacucho y muy feo delante de un ordenador con dos impresoras: la de blanco y negro que no tiene límite por alumno y la de color que no sé si eran quince páginas o algo así por día (en ambas tienes que aportar el folio). Al principio pensábamos que el pobre era un poco retrasadillo porque le costaba un montón hacerse a ello, pero como mis amigas lo imprimen todo ahí (y a quince folios al día, son muchos días yendo) hemos visto un aumento en sus capacidades cognitivas culminado con el día que nos hizo una gráfica que no nos salía por que sí. Desde entonces se le quiere mucho y es muy apreciado en mi entorno social.

Doctor Mapache; monta un grupo de rock y ese detalle deja de ser importante. Pero entiendame, no soy ni bajita ni poca cosa así que tiendo a descartar todo el que ocupe claramente un espacio menor que el mío.

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