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¿Cómo hago para...?

Cómo vender en el mercado negro

Poco a poco me voy descubriendo como delincuente en potencia, hace escasas semanas os explicaba los pasos que yo seguiría para conseguir una pistola de contrabando eficazmente (peligrosamente es una de las lecturas favoritas de mis amigos googlers). Hoy doy un paso más en mi carrera literaria-delictiva mostrando cómo me las intentaría arreglar para vender productos al margen de la ley. Pero no unos gramillos de cualquier substancia ni tampoco grandes cantidades de narcóticos. Ahora veréis.

¿Qué vendemos? ¿A quién lo vendemos? ¿Cuánto ganamos?

Muchos artículos están adscritos a una normativa que impide su venta de forma normal, las entradas, por ejemplo, la reventa no se debería permitir, pero ahí está. Hacerlo a pie de calle tiene sus riesgos. Creo que todos conocemos los métodos que se han buscado estas personas para comercializar este tipo de pases, en eBay, por ejemplo, te venden un boli Bic por cientos de euros pero te regalan una entrada para el concierto de quien toque. Ingenioso y legal.

A diferencia de una pistola, donde en la mayoría de los casos el modelo que nos consigan da lo mismo, cuando estamos al otro lado debemos conocer exactamente qué y a quién estamos vendiendo. Nadie va a meterse a ladrón de cuadros per sé, es necesario (y suele urgir) tener detrás a alguien con el dinero en mano para finalizar la transacción. Esto es tan obvio como importante pues, aunque se tarde en entregar el material acordado, hay que darle salida. Muchas de las piezas que se substraen (a lo Ocean’s Eleven) terminan siendo encontradas abandonadas a propósito por una falta de acuerdo entre las dos partes. Estamos hablando de unos negocios sin contrato.

Como os podéis imaginar en caso de no haber un comprador de antemano todo el proceso se complica una bestialidad, el mercado negro, afortunadamente (o no) no es un local por el que pasear con un carrito y en el que no se permite pagar con trozos de cuerda. Podríamos recurrir a un Mercadona del arte que nos distribuyera nuestros objetos robados, pero no es viable. Aquí es cuando esta entrada comienza a ser útil (es decir, cuando hago como que me he rebanado los sesos y os sirvo mis ideas en bandeja), acudir a un anticuario. Sin la pieza, claro. A ver, si hemos robado televisores o autorradios no, eso los pones en eBay como «poco uso» y sin garantía y listo. Pero si tenemos un objeto que creemos valioso (o que para llegar a poseer hemos tenido que saltarnos varias medidas de seguridad y atentar contra un puñado de leyes) es bastante fácil que podamos tantear a esta gente para saber cuánto dinero podemos sacar y si hay alguien interesado en ello. Pero esto con delicadeza, claro, que si tienes a todo Scotland Yard siguiendo los rastros de una obra de arte no puedes plantarte en un establecimiento de estos y decir, «Mire, abuelo, le vendo aquél Matisse que sale en la portada de ese periódico por 50 millones de euros, ¿le hace?». No. Si es una figura pequeñita o unos bocetos de Da Vinci que nos hemos encontrado en un baúl, pues cuela, cuela, «No, si esto lo tenía mi abuelo en un cofre y cuando murió, pues lo abrimos y tal, a ver qué había, y mira con lo que nos encontramos». Da el pego. Además, que todo el dinero que saquemos de estas cosas va a ir directamente a nuestro bolsillo sin que Hacienda lo huela, si nos sale bien.

Y así quedaría la entrada. Mal.

Visto en: Instruyendo a jóvenes pilluelos en mis ratos libres.

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Apple Pensando en alto

Hispanoespañolatino

Hace unas noches me encontraba registrándome en la web de Apple para bajar sus herramientas de desarrollo de software, dando mi información para alimentar su base de datos y que sus publicistas sepan hacia dónde orientar las campañas, descargué todo el DVD de Xcode para tener un primer contacto con Cocoa y, no es por ser tiquismiquis, pero la documentación que ofrece, por muy 10.6 que lleve en el nombre, está desactualizada. Para más llantos el IDE se congeló un par de veces mientras hacía un Hola Mundo.

Mientras desfilaba por sus formularios de registro me encontré con el siguiente desplegable;

latino

Debía elegir una opción que describiese «mi raza». La guasa, para mí, fueron los «Not Hispanic or Latino», con sus mayúsculas correspondientes, repitiéndose a lo largo de eso que los profesionales llaman drop-down list.

Sinceramente, no sabía cual elegir pues, si bien es cierto que me lo ponen a huevo para que escoja Hispanic or Latino, físicamente no creo que sea ni el uno ni el otro. Eso dejando aparte algo que me toca las narices sobremanera, los latinos (romanos) no llegaron a Sudamérica ni de coña, que los italianos se hagan llamar así, fetén, pero que lo sea un guatemalteco, mexicano o nicaragüense, no. Por parecido físico yo puedo pasar por un francés o un italiano, miento, el pelo en el pecho me delata. Ciertamente no soy un blanquito irlandés mantecoso con pecas, pero tampoco tengo rasgos de sudamericano (que es lo que pensamos cuando se hace referencia a esto), porque sí, los colombianos, peruanos y tal, y por favor, que no se me ofenda la audiencia, tienen unos rasgos faciales, una estatura baja y una tonalidad de la piel que yo no.

Este fue mi dilema hasta que me decidí por White porque, llegados a este punto, no me iba a quedar con la mariconada de «Prefiero no revelarlo».

Mi duda me surge con Portugal. Alguien que llega aquí desde Portugal, apartando la coña de las chicas con bigote (que igual antes era cierto, pero siempre que he ido a sus costas me he encontrado con algunas chicas mejores que cualquier poligonera patria, simpáticas, coquetas y buenorrilas y, además, es una población que derroca una dictadura y lo hace con claveles, con clase, joder, no se pasan 30 años hablando de esos 30 años y los 40 anteriores -me parece vergonzoso lo poco que se escribe de ese país en nuestros libros de Historia una vez superado Felipe II-) son idénticos a un español y ponen Blanco de cabeza. Realmente no sé si son hispanos porque cuando las reuniones estas donde Juancar manda callar a Chávez pone Iberoamericana sólo si va Portugal de la mano de Lula, así que imagino que a esta peña lo del hispanimo se la sopla. ¿Es así o no? ¿Dudan también? ¿Y qué pondría un gitano?

En fin, que si preguntan, yo soy más pálido, rubio y ario que cualquier Johansen de pelo liso. Si preguntan.

Visto en: Apple.

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Música Pensando en alto

Para hacer bien el amor

Dice la canción que hay que ir al Sur. Y no seré yo quien lo desmienta, pues cada vez que se me ocurre dejar volar mis manos sobre el teclado pensando en la mitad meridional española terminan apareciendo los GEOs de internet y me boicotean el tenderete. No quiero tampoco dejarlo de lado porque voy a hablar, damos y caballeras, de la conocida canción de la protagonista de Aló, Raffaella.

El mayor alegato a favor de la promiscuidad jamás gritado. Se te pasa por la cabeza hacer un tema así hoy en día y te cortan las pelotas por fomentar el embarazo adolescente como poco.

Como digo, dejando a un lado el problema del dónde (está claro que si vas muy arriba vas a mojar poco, ahí está el problema vasco), quiero subrayar otros puntos mencionados en la letra que creo que todos conocemos y hemos coreado en alguna ocasión.

  • Tuve muchas experiencias y he llegado a la conclusión que perdida la inocencia en el Sur se pasa mejor. Tuve muchas experiencias. No necesita explicación.
  • ¡Sin amantes!, ¿quién se puede consolar? ¡Sin amantes!, esta vida es infernal. No he mencionado que la canción comienza con, Por si acaso se acaba el mundo todo el tiempo he de aprovechar, ¿esto qué significa?, que la chica va pidiendo guerra a todos. Libertad y libertinaje, amigos.
  • Lo importante es que lo hagas con quien quieras tú. Y, si te deja, no lo pienses más, búscate otro más bueno, ¡vuélvete a enamorar! Esta es mi parte favorita porque intenta maquillar el sentido de la canción. Se rebaja un poco a «Bueno, tampoco tienes que ir abriéndote de patas con cualquiera, si te gusta a ti y a él tú, pues sí, pero no hay que ser una pelandrusca, ¿eh?». Pelandrusca, adorable palabra. Y luego cambia de tercio al instante, que él se pira (porque tú eres una zorra, sí, pero él es un cabrón) pues tú tranquila, no llores, a por el siguiente y, si se puede, que sea más bueno, dale cancha, que ya caerá en tus brazos y cenaréis perdices durante un par de polvos.
  • Todos dicen que el amor es amigo de la locura. Pero a mí, que ya estoy loca, es lo único que me cura. Supongo que se refiere a que ha desarrollado eso que llaman ninfomanía. No puede parar. Y esto es grave. Michael Douglas estuvo ingresado en un centro de tratamiento contra la adicción al sexo, cosa que entendemos al ver a su parienta.
  • ¿Cuántas veces la inconsciencia rompe con la vulgaridad? Venceremos resistencias para amarnos cada vez más. Mojigatos, apartad a un lado. Este es el resumen de la canción.

Ahora, lo que más me divierte de semejante temazo (además del magnífico videoclip con una estrambótica coreografía que ya quisieran en Cuatro y un simpatiquísimo pelirrojo), es que lo pinchan en todas las bodas. Sí, musicalmente pega para estos festejos cual Paquito el Chocolatero, pero una vez examinado el mensaje… no cuela. Dos personas se prometen amor eterno a los ojos de Dios y del Registro (o sólo a los ojos de un concejal, me la sopla cómo se casen) y al rato se encuentran cantando, animados, (aún en la cabeza de los suegros y los padres la imagen de una casadera virgen y pura), que esto de estar sólo con una persona y durante tantísimo tiempo… mira, que no. Que la niña se va a por dos cubatas, que ya han pagado la barra libre, y ese camarero tiene unos brazos que le comía todo el badajo.

Y nadie dice nada.

Así que niñas, ya sabéis, el ser más puerca que vuestras compañeras no sólo os hace mejores y más apetecibles a los ojos de Kevin, os hará líderes de un movimiento sexualmente revolucionario. Aprovechad, que si no a los niñitos les expló, expló, explota, les expló, los huevos.

Visto en: From the seventies with love, pero que mucho love.

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Lagarto

El accesorio delator

Por Edgar Allan Poe. Bueno, realmente no, pero para mí podría ser otra historia más que meter en el recopilatorio Tales of Mistery & Imagination, que es uno de esos libros que lees en versión original y te olvidas del nombre traducido. Ya me perdonaréis los que tengáis corazón (guiño, guiño).

Al tema, todo comenzó una fría mañana (o tarde, no recuerdo) de diciembre en un centro comercial del Norte de España. Teníamos todavía una curiosa lista de gente a la que encontrar algo que colocar bajo su abeto. Esto requería, como es lógico, entrar en diversas tiendas y mirar cositas pues, como he dicho, teníamos una lista, nos hubiese gustado tener otra con posibles regalos, pero no  eramos tan afortunados.

Entramos en Natura, esa curiosa cadena comercial que tiene la simpática costumbre de darte la bienvenida con un oso pidiendo un abrazo. Yo iba hablando por teléfono, a mi bola, entraba y salía mucha gente así que ni me percaté de los pitidos que hicieron los aros de seguridad colocados a la entrada. Sí me di cuenta a la salida, pero no me di por aludido (yo seguí colgado del móvil).
De ahí pasamos, si no recuerdo mal, a Bershka, donde volví a pitar y donde me tocó dar explicaciones a una dependienta. Su comentario fue extrañamente tranquilo, imagino que ya han de estar más que acostumbrados a que pase estas historias «Si pitas al entrar no pasa nada, algo que lleves de ropa o… no sé, avisa cuando vayáis a salir». Y eso hice, y volví a pitar. Me pasó también en Media Markt (donde sí me revisaron con bastante cautela para asegurarse de que realmente no me había llevado nada, aunque bromeaban preguntándome dónde había escondido la tele de plasma -algo que no ayuda a calmarte, prometido-) y en varias otras tiendas.

Saqué en claro tres cosas. Uno, que la selección de personal de INDITEX la hace un hombre heterosexual o una lesbiana (son, por lo general, chicas comprensibles y bastante resultonas). Dos, si quieres, mangar algo en una tienda de estas es bastante sencillo aunque no pites al comienzo (y sí a la salida de la tienda) porque no se preocupan de nada cuando dices «Jobar, si es que llevo pitando todo el día, en cada tienda que entro». No tiene porqué ser verdad. Y tres, a parte de la vergüenza que se pasa (sobretodo si sólo pitas al salir) y de las explicaciones que te toca repetir, te crea una angustia y un malestar realmente incómodo.

Ese día dejé de entrar en las tiendas y decidí quedarme por los pasillos intentando adivinar qué prenda, de repente (ya que no había ningún elemento nuevo), podía hacer saltar las alarmas.

Días más tarde se repitió toda la escena en una tienda de regalos de Autogrill, lógicamente, también sólo a la salida. Aquí ya fue peor, porque cualquier minúscula cosita de las estanterías podía estar en cualquiera de los bolsillos. Y ojo, que a esta peña se la suda lo de que lleves días pitando.
Para mayor sorpresa lo único que coincidía entre la vestimenta del día del centro comercial y aquél eran las zapatillas.
En cuanto pude me fui a El Corte Inglés, donde compré las mencionadas Adidas, y les expuse el problema, las revisaron, las llevaron al detector y no encontraron nada. Su respuesta fue clara, «Si no es esto y sigues pitando es que tienes varias prendas con alguna etiqueta electrónica». No soy un enfermo que quite todas las etiquetas de la ropa nada más comprarla, sólo las que molestan y generalmente estos pequeños y alargados plastiquitos suelen fastidiar. Revisé toda la ropa y no encontré nada.

Han ido pasando los días y ya me había despreocupado del tema hasta hoy. Acompañé a mi madre a Cortefiel (y de paso me pillé unos vaqueros y una camisa) y al atravesar el umbral algo en mí dijo «Esto va a ponerse a pitar en tres… dos…». Y justo. Otra vez decenas de ojos mirándome mientras sujetaban ridículos polos de color rosa y chalecos de lana verde. Se acercó una sonriente joven (y si las de Pull and Bear, que es ropa normal, son normalitas pero monas, las de estos establecimientos, cuya ropa se supone mejor, son verdaderamente mejores) y me vi, una vez más, dando explicaciones pese a que, en esta ocasión, ya no coincidía ni el calzado. Pregunté si podría ser algo electrónico (el reloj), algo metálico (una pulsera)… en definitva, algo que no fuese «de poner». No, estas cosas saltan únicamente con prendas, ya puedes ir armado que para estas máquinas da igual. Muy complaciente, se limitó a pedirme que avisara cuando me dispusiera a salir.

Mi madre, santa ella, preguntó con el ceño fruncido, «¿Has metido algo nuevo en la cartera?». En mi puta vida se me hubiera imaginado pensar en la cartera, me estaba autoconvenciendo de que tenía incrustada una placa metálica en una vértebra porque ya no comprendía nada. Y acertó.

Del, pita, pita del.

La cartera tiene aproximadamente tres años y nunca había pasado nada. Pero tenía, en lo más bajo y profundo del compartimento de los billetes, una tela blanca bastante dura y en la que se puede leer «QUITAR ANTES DE USAR». Se puede leer cuando lo quitas, no dentro de la cartera. 3€ me costó en Pull and Bear. Pregunté a la comprensiva joven si podría ser eso. Acercó la cartera a una puerta y, en efecto, se oyó un chirrido infernal. Intentamos cortarlo allí mismo pero se resistía lo suficiente como para desistir al segundo intento, se la presté para deshabilitarlo y mi salida del establecimiento fue silenciosa.

Es una tontería, pero respiras. No os voy a engañar. Sigo un poco con el miedo a tener que verme defendiéndome entre curritos de Eulen, pero joder, es un alivio.

Como se ve en la foto yo ya he destrozado el interior de la cartera para sacar esta tecnología del averno. Lo voy a hacer con toda la ropa que me llegue a las manos porque, según comentó la chica de Cortefiel, es común que estas plaquitas se reactiven con el tiempo sin motivo alguno. Vamos, sólo por joder,

Aunque todo este largo post suene a anécdota, que, en efecto, lo es, quiero que os molestéis un poco y, por vuestro bien, aniquiléis sin miramientos todos estos artilugios que podáis estar llevando encima. A no ser, claro está, que nunca hayas sabido cómo entrarle a la rubita del Zara.

Visto en: Bip. Bip.

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Música Pensando en alto

Alejandro Sanz

Hay una duda que me corroe desde hace mucho tiempo y la comparto con vosotros como regalo del Día de Reyes. Antes incluso de que en Flickr colgaran el cartelito que reza «De Yahoo!». Antes de que Loizaga se intentara reinventar en una diluida y aguada versión burda de Warhol con nulo éxito (pensé que ya ni estaba en internet cuando de repente, zas). Antes de que Enrique del Pozo se hiciera su primera gayola. ¿Cuántos calificativos despectivos encajan con Alejandro Sanz? No hay Dios que lo soporte, amiga mía.

Desde mi colorista y caleidoscópica visión, muchos.

  • Gordo.
  • Ex-Gordo.
  • Gilipollas.
  • Inútil.
  • Engreído.

Por 0,15 céntimos de AdSense, calificativos despectivos que encajen con la persona de Alejandro Sanz, como por ejemplo, «Engreído». Un, dos, tres, responda otra vez.

Visto en: Un Lagarto Abuhardillado, arremetiendo con casi todo sin motivo since 2006.