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Fotografía Los píxeles del jueves

Los píxeles del jueves

Band on the road

Alambrada

Flores amarillas

Pucela industrial

Seto

Festival de nebulosa

3 flores

Ya no importa ni día, ni formato ni nada. Tal cual vaya haciendo las cuelgo.

Visto en: Flickr.

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Lagarto Pensando en alto

Paseos por los pisos bajos

Probablemente el mejor momento del día sea el que dedico a pasear al único miembro de la familia que come en un bol. Es curioso que los humanos no tenemos reparo en decir que meamos o hacemos pipí y que cagamos o hacemos popó, pero en cambio los perritos hacen sus cositas, que es mucho más cursi, pero nos quedamos observando sin pudor como liberan excrementos (y nos miran fijamente mientras tanto). Es extraño.

Ese paseo suele durar menos de una hora, aunque hoy (después de pasar toda la tarde fuera cámara en mano y, por fin, comerme un burrito) me ha dado tiempo a escuchar enteros un par de discos así que calculo que hora y media, de fondo sonaban los bajos profundos del recital del amigo Bruce. Una temperatura agradable, una brisa deliciosa, nadie por la calle, calma… Me encanta.

A diferencia de los días laborables, los fines de semana suelo salir más tarde, después de las diez incluso, y así no me encuentro con nadie, total libertad.
Camino despreocupado, a un ritmo más lento del usual, seguramente debido a que no tengo ninguna prisa en dar la vuelta a todo el barrio. En esta ocasión acompañado del buen pop de Nena Daconte, donde se nota la mano de Carlos Jean. Como costumbre que es, tiene aspectos que han derivado en manías. Me fijo siempre en los pisos bajos.

Me fascinan los bajos, pero no me veo viviendo en ninguno. Son magníficos para el paseante, sobre todo de noche y en verano. Voy pasito a pasito, susurrando a la Luna la letra de la canción, relajado, y paso al lado de un edificio con ventanas a mi nivel, la imagen dura un segundo escaso, pero es de cine. Los pisos bajos generan fotogramas, te permiten observar un cuadro de la escena y tú debes ponerle un marco.
He visto cómo un hombre entraba en su cocina con una bandeja, vestía un delantal de plástico con el cuerpo sin cabeza de una chavala en bikini, iba riendo, ajeno a que le estaba viendo a través de su cortina. Juego a qué estará haciendo, qué pasará ahí dentro, ¿una cena entre amigos que concluye con una partida de Cluedo? ¿Su hija les está presentando los padres del novio? ¿Cómo será el novio?
Después una familia estaba metiendo en su casa las maletas que descargaban del coche, el niño con pantalones cortos y camiseta blanca de tirantes, la hermana en los brazos de papá, dormida… ¿Habrán tenido vacaciones y el lunes otra vez al tajo? ¿Dónde han estado? El niño no parece que se lo haya pasado muy bien.

Poco después hay una construcción con un diseño que me gusta mucho, tiene ventanas hasta el suelo y permite ver la vida de los que viven en las tres primeras plantas, lo que ven en la tele, discusiones y en el piso superior una celebración al mismo tiempo, son escaparates de la vida de cada uno. Repúblicas independientes de sus casas.

Más divertido es saber que, al estar solo, hago tonterías, y como dice la canción, «tengo que dejar de hacer estupideces cuando salgo a pasear… uh… uh…». Suelo caminar por encima de los bordillos, con los brazos estirados intentando mantener el equilibrio, rara es la vez que doy más de ocho pasos seguidos sin caer. Silbo mientras hago eso, ajeno al mundo, como un autista. Una tarde estuve jugando a eso y cuando ya llevaba un rato me di la vuelta, detrás mío me seguía un grupo de niños pequeños riéndose divertidos, también sobre el bordillo -y con más arte que yo- . Al lado estaba la madre de uno de ellos (o eso supongo) que me miró con la mirada habladora, «Cada noche rezo para que mi hija no termine con un loco como tú, habrase visto, con los años que tienes que tener, haciendo eso…» Pues 20, señora, 20.

Por eso prefiero la noche, puedo hacer todas estas tontadas sin sentirme humillado. Bueno, eso pensaba hasta hoy, una planta baja me ha devuelto el golpe con mi misma medicina. Y es que andaba haciendo esto absorto en mi «un pie, ahora el otro, ahora el otro… epa… ahora el otro…» hasta que me tuve que bajar por desequilibrarme, y cerca había una chica (porque siempre que quedo mal o me luzco haciendo mamarrachadas hay una chica), castaña, con una camiseta azul y pecas, delgadita, apoyada en una ventana, a oscuras, con una lata de Kas Naranja en la mano, por lo visto llevaba un rato mirando y se dio cuenta de que ya me había fijado en que me observaba, se produjo ese momento cuasi mágico en el que ninguno va a hablar y el primero que sonríe sin desviar la mirada gana. Así que sonreí, que no me gusta perder, pero perdí. Ella frunció el ceño y su mirada se transformó, de inofensiva indiferencia curiosa a «Mi madre reza todos los días para que yo no termine con gilipollas como tú». Motivo por el que dejé de mirar y me volví a bajar del bordillo, comencé a andar arrastrando los pies, pensando en lo que había hecho y en la cantidad de madres que se preocupan en exceso por sus hijas, todavía sentía en mi nuca los pestañeos de superioridad de la moza.

Lo curioso es que mi acompañante, que se entretenía con una rama de sauce, bajó la cabeza y se colocó a mi lado, moviendo con desgana sus patas de un palmo de alto, como si aquél trozo de madera también le hubiese repudiado sin decir nada.

Y es que así somos los tipos duros cuando nadie mira, escuchamos éxitos de la radio y tenemos tendencias intimistas y lelas que nos avergüenzan tanto que sólo se cuentan en blogs.

Visto en: Zona Sur.