Categorías
Lagarto

Un lagarto tiene que hacer lo que un hombre tiene que hacer

Parecerá una tontería pero haber alcanzado la Edad-Jordan (es decir, 23) me ha hecho madurar con unas cuantas hostias finas. Así, en semanas. Fin de las tonterías. La primera, la más matemática, que estoy más cerca de los 30 que de los 15. Y yo cada dos por tres recuerdo cosas de cuando tenía 15 años, de 4º de la ESO, que no miento si digo que me parece que está muy cercano en el tiempo.

Otro dato que me ha hecho entender que «voy para maduro sexy» ha sido completamente cromático. El número de camisetas oscuras disminuye mientras el número de camisas blancas aumenta en el armario. Y este puede que sea el más significativo de cara a la galería. El siguiente paso es tomarme en serio los anuncios de L’Oreal en los que Hugh Laurie receta cosméticos para ligarse a una modelo en un descapotable. Yo empezaré con el coche.

Estos son simplemente dos tontos ejemplos de un montón que, sin que me vaya dando cuenta, me señalan con el dedo y me marcan el camino para arriba. Y ahora no me cabe duda de que he de seguir ese camino y quitarme la bobada, dejar de remolonear y coger (siempre con cierto miedo) la lista de cosas que he ido dejando para ElGekoNegro del futuro, comenzar a vaciar la pila «de mayor».

Calendar

Digo con cierto miedo pero, de una vez por todas, con decisión. Muchas de las cosas que he ido postergando podría haberlas llevado a cabo anteriormente pero por el motivo que sea (probablemente fobia a esa responsabilidad) las he ido empujando y echando a una lado con la intención de recuperarlas después. Ese momento es ahora. Podéis llamarme gallina y cobarde porque de verdad que a muchas de ellas no me he enfrentado por miedo (aunque me excusara en otras historias).

Siempre hablo de irme a vivir fuera y con frecuencia descargo información de diferentes embajadas o me meto en periódicos locales para buscar ofertas de trabajo, pero ahí se quedan hasta que se limpia la caché y nunca más se supo, una imagen flotando encima de mi cabeza dentro de una burbuja, como en una viñeta de un cómic. Basta ya. Cortemos la baraja y juguemos en serio. Tengo la suerte de trabajar en algo que no me da demasiado por saco, no me apasiona (aunque podría) y me estoy acostumbrando a ello. Me acostumbro a unos ingresos a finales de mes, a unas reuniones donde todos hablan mucho y nadie concreta nada y, sobretodo, a quejarme por ello pero no hacer realmente nada al respecto. Soy un afortunado por poder tomar decisiones más o menos importantes y hasta participar en contratos (validando presupuestos) e incluso instruyendo gente con cursos sobre lo que la empresa cree que es «mi materia». Todo esto sin haber acabado la maldita carrera. Esa es otra. Por supuesto que trabajo porque quiero ya que, afortunadamente, mis ingresos no son fundamentales, pero qué duda cabe que ayudan en casa y personalmente me hace sentir más responsable, conmigo mismo y con los demás.

Tengo la sensación de llevar más tiempo terminando la carrera que realizándola. Tanto es así que la semana pasada me crucé con un profesor y, en lugar de preguntarme por su asignatura (la mitad de lo que me queda), me pidió quedar una tarde para irnos de cañas. Y, cierto, esos profesores son los que marcan, que he aprendido muchísimo con él y ni siquiera se preocupa de que asista a clase, es de agradecer, no presiona, sabe que estoy currando y todo eso, pero aún así, me gustaría más porder decirle que le invito a una cerveza porque he terminado ese capítulo de mi vida. Un episodio largo pero autoconclusivo. Son cosas que, con 23 años, pesan.

Otro tema en el aire es el de hacerme rico y famoso con internet. Como varios de vosotros, vaya. Y no me refiero al email de ING de cada fin de mes con el asunto «Su nómina ha sido ingresada». Lo de famoso no lo sé, puede que aún haya pegatinas en Andalucía con mi cara tachada, cuando me preguntan afirmo llamarme Juanjo y a correr. Por si acaso. Hay gente muy loca en todas partes. Sí, sí, en todas partes, en todas y cada una de las provincias de todas las comunidades autónomas de España. Eso. Lo de ser rico se jodió cuando Google se cansó de mí (y a la larga yo de sus limosnas, asunto del que debería hablar). Cada dos por tres buscos servicios facilones que me ahorrarían unos minutillos o me entretendrían unas horillas mientras estoy delante de cualquier dispositivo con pantalla capaz de mostrar más de 4 colores simultáneamente. Y no los encuentro. Me toca sacarme las castañas del fuego con cosas que termino compartiendo por ahí u olvidando en un USB. Otras veces son ideas, proyectos más grandes que requieren pizarra y folios pero no pasan de garabatos en una libreta. Aprovechando que la buena gente de Bluehost me debía un .com gratis, acabo de registrar el nombre de dominio de la que espero que sea una fructífera y próspera empresa (o vaya usted a saber qué) de las que no cotizan en bolsa para mantener el lado humano y entrañable. Os mantendré informados al respecto de esta aventurilla que, de momento, es una barata forma de calmar mi diagnosticado y notable Husinger. Si lo he hecho (aparte de porque tengo en mente una idea que creo que puede salir bien, o al menos entretenerme mientras lo construyo y con suerte servirme como proyecto de fin de carrera) ha sido porque también en este plano de mi vida necesitaba dar un golpe en la mesa y dejar de apuntarle líneas vacías en un post-it a mi yo del mañana. Simple.

Hay, por supuesto, otros muchos temas que no dependen sólo de mí y que también he ido atrasando esperando que se vuelvan positivos por sí solos, la esperanza es lo último que vendemos. Como tampoco me quiero cargar de trabajo y creo que ya estaría pero que muy bien si consigo encauzar todo lo anterior para agosto del año próximo (fecha que he calculado como deadline contando con todo lo que tengo que aprender y preparar y que, de repente, me parece excesivamente próxima) voy a seguir dejándome deberes para más adelante confiando en que, si no se resuelven solos, no haga falta resolverlos.

Os preguntaréis si es necesario que escriba este post. Post que es, a todas luces, feo. Y la respuesta es sí, porque si bien es cierto que aporta poco al blog, consigue que ordene mis pensamientos, y ese es el primer punto que creo conveniente para poder ordenar mi vida. Paso a paso.

Visto en: Chicago Bulls.

Categorías
Pensando en alto

La percepción de los objetos según su poseedor

O de la estúpida manía de los humanos de ser humanos. Y no piedras. O árboles. O cascadas que van a dar a una playa frondosa de verdor como los ojos de la chica con la que te cruzaste ayer. No. Humanos. Repugnantes en su mayoría.

Veréis. Últimamente me han llamado materialista (y modernillo de pose). Y la primera mitad de esas cosas lo soy hasta la médula. No estoy descubriendo un nuevo mundo. A ratos no lo soy, es igual. Sigamos. Se ha despertado en mí una ligera ira, un punto de aspereza, un borde por limar o un purulento grano que alguien debe explotar cuando me he enterado de que una persona (que manda huevos pero, sin conocerlo personalmente, me causa una repulsión enorme sin que él tenga constancia de ello ni culpabilidad) conduce una Triumph. Los sujetadores no (o no es el caso, más bien), una moto.

¿Problema? Supongo que tenéis la memoria suficiente como para recordar que adoro esa marca británica (como tantas otras sólo por proceder del mismo país que Led Zeppelin o Dr Who) llamada Triumph, que desde hace década y algo se está reinventando con fuerza apostando por la calidad y el diseño, desempolvando bocetos y entrevistas con Steve McQueen. Siendo concretos la Triumph Bonneville y siendo específicos su terminado denominado T100. Desde que supe que esa persona en concreto montaba una Triumph (no exactamente de la gama clásica, según tengo entendido) siempre que veo una moto con ese sello rectangular y ese rabito alargado de la R me echo a temblar y a maldecir. No soporto a estas motos, ni a quienes las conducen, por obra y gracia de haber nacido humano. Me siento peor al reconocer que ni el vehículo ni quien lo construye tiene culpa ninguna sobre la no-relación entre esta persona y yo. Pero joder, se me crea ese incomodísimo nudo en la garganta. «Con lo que vosotras habéis representado para mí». En efecto, me siento avergonzado, traicionado y ridiculizado por una estúpida moto.

Pensadlo. Me crearía la misma sensación que si alguien intenta atracarme a punta de pistola y desenfunda una Jericho 941. «¿En serio? ¿De todos los modelos, de todas las marcas, de todos los países vas a intentar matarme con la 941 de Jericho de Israel? Por favor, roba un Winchester, compra un Colt, prometo que esperaré aquí, pero no me humilles amenazándome con esa pistola». Es lo que me faltaría. Como si todas las estúpidas posesiones (¡que no tienes!) se volvieran contra ti en un instante desalentador. Frío. Y no digo que quiera una pipa, ni que de verdad me quedaría arrodillado esperando que el sicario decorase el muro del callejón con mis entrañas. Pero le daría vueltas al tema en mi tentativa de fuga.

Supongo que lo mismo ha pasado con el Seat León, sin que Seat quisiera se ha convertido en un coche pensado para canis (motivo por el que publicita con empeño cada nueva revisión y sabor del Ibiza). En mi caso Triumph se ha convertido en una marca para gente que no me cae bien. Un día vas a por un vestido con volantes, precioso, que encaja perfectamente con los carísimos zapatos de tacón que hace mil años que no te pones. El día que te decides a comprar ese vestido aparece tu vecina, cuyo perro mea las ruedas de tu coche, vistiendo, sin pena ni gloria pero qué más da, el puto vestido que tenías entre ceja y ceja… Entre ceja y ceja. Una bala.

Visto en: Jupiter’s Travels