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Lagarto

Caballero Miguel Ángel y la tarjetita de la cárcel

Público, esta noche voy a contar cómo casi termino en prisión por pasarme de listo, de gracioso y sin buscar nada. Entre diciembre y enero se produjo una mudanza en la empresa de manera que la oficina pasó de ser un piso en una divertida zona de bares a ser toda una planta en una seria y concurrida calle muy cara. Una de las novedades que introdujeron fue un teléfono para cada uno de nosotros. Aquí empezaron las risas de lo que terminó como una historia absurda y documentada.

Los teléfonos eran dispositivos de Vodafone. Su apariencia es de un teléfono fijo aunque realmente lleva una tarjeta GSM como un móvil cualquiera, con batería y todo, sólo que con carcasa grande, teclado separado del auricular etc. Podías hacer llamadas internas entre los cientos de empleados, llamadas nacionales, recibir mensajitos y la verdad es que no les metieron 3G porque así se ahorraban un proxy, pero ya poco les faltaba. La función de centralita era bidireccional, es decir, existe un número fijo nacional (983XXXXXX) al que, cuando llamas, te constestan desde uno de estos móviles y de ahí te pasan la llamada a la persona con quien quieras hablar. En mi caso concreto, llaman del ayuntamiento, es por mi proyecto, el personal de administración pasa esa llamada a mi extensión y esa llamada se sigue realizando desde la línea fija y al mismo tiempo si yo recibo una llamada a mi número móvil (el número de la tarjeta Vodafone que me han asignado en la empresa) puedo pasar esa llamada a otro compañero igual que con la llamada anterior.

Bien, como es frecuente en estos casos, el número que me dieron había pertenecido a otra personas anteriormente y es algo que supimos desde el mismísimo primer día que lo conectaron. Pero no una persona cualquiera como una modelo de Victoria’s Secret o una sexy asistente de vuelo. No. El número de un caballero, Caballero Miguel Ángel Gómez. No pongo el segundo apellido porque algún resultado en Google sí que sale y no demasiado bonito. Extraño es el día que no enciendo el teléfono y recibo un par de mensajes de llamadas perdidas de números externos que ni pertenecen a la empresa ni al proyecto, además de haberse realizado a horas en las que generalmente ninguna oficina trabaja. Rutina.

Imagino que como a vosotros lo que más llama la atención es el título de caballero. Nada puntual, es una constante. Ninguna llamada comenzaba con un «Buenos días, mi nombre es Daisy Johanna Rubiales le llamo porque estamos promocionando un producto telefónico, ¿por favor podría decirme cuál es su actual compañía?», ninguna llamada empezaba por «Hombre, tío, por fin contestas». Simplemente eran empresas, ningún particular, de Cataluña que preguntaban por él con solemnidad, luego me preguntaban a mí si yo, aparte de tener su número, tenía sus datos para poder localizarlo (obviamente no, ni conocía la existencia de este caballerete, risas).

Ejemplo de mensaje

Un día llamaron de un bufete de abogados con cierta urgencia. Ese mismo día recibí un SMS de Carrefour en el que se comprometían a rebajar en un 80% la deuda de esta persona si realizaba el pago del 20% restante en un plazo de tres días. Imaginad qué cantidad de dinero debía el tal Miguel Ángel, perdón, Caballero Miguel Ángel, para que una empresa prefiera perder una gran mayoría del dinero si se asegura una pequeñísima parte. Posteriormente llamaron de Cofidis y de otras compañías dedicadas a los microcréditos y créditos rápidos con un tono cada vez más problemático.

Hace unas semanas llamó una mujer muy calmada y me pilló en un día un poco… tonto, digamos, trabajando en automático, pasando las horas sin pena ni gloria. Y contesté que sí, que era yo. Había dado ya tantas veces la explicación sobre el cambio de teléfono que no sé por qué en ese preciso instante decidí ponerme en su piel. Mi compañera ya me avisó de que no era buena idea. Esta mujer me preguntó directamente los motivos que tenía para justificar mi falta de asistencia a la cita, por qué ando tan desaparecido, por qué no he avisado y, de nuevo, qué razón tenía para no asistir a esa cita. Muy romántico, pensaréis, yo le seguí el juego y dije que había decidido dar un cambio en mi vida (sin tener ni idea de lo que estaba hablando) y ese fue el primer paso para hundirme en el fango. Tuvimos una charla breve y la verdad es que no demasiado intensa pero tan llena de sinsentidos que al final confesé no ser él, aunque le había cogido gusto a lo de ser llamado caballero, como si Arturo Pendragón posara a Excalibur en mi hombro mientras me arrodillo. Lástima que no se lo creyó. Sorpresa desagradable, la mierda me llegaba a la cintura. Tras una pequeña discusión en la que yo repetía una y otra vez que no la había entendido (porque eso de confesar que me estaba haciendo pasar por otro me sonaba muy mal) ella me dijo que llamaba desde los juzgados de Barcelona, que yo, es decir, Miguel Ángel, debía haberse presentado a la vista de un juicio o algo así. Como vi que el tema se ponía serio le explique una vez (pero con todos los detalles) que esto, para mí, no era más que una broma con la que nadie se había terminado riendo. La mujer, que no terminaba de tragar, me pidió los datos y no tuve problema en facilitárselos. Quedó en revisar el titular de la línea (para lo que creo que es obligatorio una orden) y, lo que sí me dejó seguro, fue una de las broncas que más escalofríos me han producido nunca. Me hizo sentir un delincuente, pero no un ratero, me hizo sentir una culpa que no se me quita ni con tres décadas en Sing Sing. Un rato de usurpación a cambio de una vida a la sombra no compensaba y aunque no han vuelto a llamar de ningún juzgado (o eso creo) para confirmar o desmentir nada sobre la titularidad de la línea, a mí ya me metió el miedo en el cuerpo con lo referente a bromas telefónicas. No sé, tal y como me dijo tuve suerte de que no me denunciara por nada. Y seguro que fue así.

Cárcel del Monopoly

Ya desde ese momento aprendí la lección que aquí os quiero dejar escrita, no juguéis con estas cosas. Tocan las narices, pero no hay otra que confiar en que se apacigüen y se extingan por sí solas a base «No, ya no es su número, lo siento».

Visto en: Seis tal tal.

4 respuestas a «Caballero Miguel Ángel y la tarjetita de la cárcel»

Ha querido cerrarte el ojete porque tu te has reído de ella telefónicamente con la guasa. Pero es todo mentira.

Es mas, han llamado a tu número, delito hubiera sido que desviaras la linea o le quitaras el teléfono al Caballero Miguel Angel.

La verdad es que fue un poco imprudente por tu parte, además sabiendo que el tipo tenía un huevo de deudas. Si hubiera llamado su madre es una broma, si llama una empresa es suplantación.

Pero vamos, que me alegro que al final haya salido todo bien.

Personalmente, sin muchos conocimientos del tema, yo creo que no te hubiese pasado nada, más que nada por que antes de colgar en esa conversación aseguraste que no eras el tal «Caballero» al que se refería. Y lo digo porque, según como lo cuentas, ella te llamó y no te dijo que te llamaba del juzgado hasta después de que dijeses que no eras él.
Incluso podrías alegar que pensabas que era una amiga y estabas bromeando con ella, o vete a saber tú que estabas haciendo. Simplemente la tía se cabreó porque le tomaste el pelo y dijo: «Ahora se va a enterar este».

Nada importante tío. Al fin y al cabo, tal como ha dicho Miguel arriba, han llamado a tu número, y se podía comprobar que no estaba a nombre del Caballero Miguel Ángel.

P.D.: Bonita historia por cierto, aunque creo que para tí no resultó tan bonita…

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