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Lagarto

¡Se armó la camiseta de la selección!

Ha caído la primera gran nevada. Es diciembre. Las luces de colores ya adornan las calles, las radios cercanas a las tiendas entonan sus campanas sobre campana con la boca pequeña, rodeadas de detalles de papel pinocho realizados con cierto mimo y algo de prisa. Suena el teléfono, dentro de la americana, «Está nevando, es Navidad, ¿no te parece idílico?». Supongo que me ha llegado sin avisar por no estar al tanto de la publicidad. Lo decía una persona que en cosa de horas estará viviendo lo mismo a los pies del Rockefeller Center. Let it snow.

Escuchad, muchachos de ojos tristes, hay ciertas cosas que nos gustan, las cogemos, las abrazamos fuerte impidiendo sin éxito que se vayan porque tienen que dejar espacio a otras situaciones igualmente disparatadas en nuestras cómicas y chistosas vidas… que apenas importan a unos centenares detrás de un feed. La Navidad es una de esas cosas, que la gente espera con ilusión, y no, no digo que sea solamente El Corte Inglés; las parejas se acaramelan, se miran con más cariño, malditos hijos de Tyche, Sinatra suena aún mejor, las postales están a la puerta de casa y todo esto sin entrar en los reencuentros familiares, las tardes en el cine, los paseos con vuelta en taxi y los regalos inesperados. Pero terminan, y la gente guarda con cariño esos detalles, y llega marzo y el árbol de plástico sigue en pie, aún quedan restos de espumillón que el aspirador no ha alcanzado o el Belén permanece montado, ocupando una mesa entera o, en el mejor de los casos, una estantería. No lo queremos dejar ir aunque las rebajas nos obliguen.

Venía de camino a casa, en el asiento de atrás de mi coche, inmune a los pitidos, feliz, mirando por la ventana, y en un balcón seguía colgada una destrozada camiseta de Iniesta, el héroe manchego aquél que hace casi medio año (parece mentira) ridiculizó la proeza aquella del 12-1 a Malta la cual, esperemos, no nos veamos obligados a contar nunca más a ninguna generación. Sonreí. Ha comenzado la liga, se ha jugado hasta un partido del siglo o del milenio, pero aquella camiseta, impasible a nuevos acontecimientos, celebrando el gol más importante de la selección de fútbol española. Y es que imagino que, al igual que la navidad viene y va, así sucede con los mundiales, y el dueño aún tiene una ovejita de plastiquete caída entre una vieja copia de Moby Dick que nunca nadie leyó pero ayuda a sujetar bien el resto de libros y un VHS de Patton en el que han grabado Bambi encima, se corta a mitad de cinta.

Let it snow, let it snow, let it snow.

Visto en: María de Molina.