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¿Cómo hago para...?

La publicidad que ya debería ser y los bocatas de mañana

Uno de los entretenimientos de la gente que nos dedicamos a ‘esto’, sea ‘esto’ lo que sea, es comparar cómo trabajamos ahora y cómo se trabajaba antes. De ahí pasar al cómo se hará en el futuro. Imaginar el futuro, pedir a gritos que lleguen nuestros jetpacks, nuestros trajes plateados con antenas y vehículos voladores. The year two thousand.

Como todos los ingenieritos, ingeniertos wannabe, ‘picatas’, gente de back, gente de front, gente que ojea la National Geographic en el Metro mientras sufre por lo que mañana le dirá el mecánico del taller, gente subvencionada por Wacom, gente de vi (que es el bueno) y gente de Emacs (que no es lo malo, sí lo peor), como todos ellos, yo quiero y aspiro a ser un Zuckerberg, un Bezos o la jubilación de Ballmer. Así que todos buscamos pertenecer a (o crear, incluso mejor) la next big thing. Os dejo, de manera altruista (pero mi cumple es este mes y ahí abajo aparecen cosas que podéis regalarme) un par de ideas que pueden ayudaros a convertiros en esos nuevos niños ricos asentados en Menlo Park, Palo Alto, Los Gatos o Aliso Viejo.

La publicidad online en los tiempos de la cool-era

La publicidad online es un engorro y una patraña. Un mal menor que aceptamos y soportamos, pero que está mal planteado de raíz. Muy mal pensado, tanto, que hasta nuestro propio organismo ha desarrollado sus anticuerpos que distinguen un anuncio a tres millas y, correctamente, lo obvia, un AdBlock en la retina. No puede decirse nada más, es un sistema fracasado. Y hay que cambiarlo. Porque debe ser eficaz (y, se sobreentiende, efectiva).

La publicidad online debe salir, con urgencia, de cualquier margen de Google (incluso el superior) y olvidarse de la paparruchada (funcional, eso sí) de las subastas de palabras en una bolsa. Adiós al tanto pagas tanto vales. No. Tenemos herramientas (de verdad) que nos permitirían presentar una publicidad que, ojo, resultaría útil. Y si eso funciona, no hay mejor publicidad.

Me explicaré. Hay que centrar las vallas publicitarias allá donde mira el ojo, tan simple como eso: Facebook. Sí, esperad, hay que hacerlo bien. Podemos consultar varias APIs y destornilladores de estrella para saber exactamente qué hará tal o cual fulano, dónde va a estar, qué va a necesitar, a qué hora, qué clima hará y si ya lo tiene.

Era de noche y, sin embargo, llovía

Un caso práctico. Es noviembre de 2013 y todo el dinero que no te has gastado en intermitentes traseros lo has destinado a llevar a una bailarina de ballet retirada a ver a Jamie Cullum en La Riviera. Y Facebook (y Google) lo saben, porque has marcado que vas a ese evento, y no hay drama ni espionaje, ojo, abandonad las paranoias de patio de colegio y panfleto de Área 51. Y se saben los horarios, y ahí está el momento, ahí la publicidad es útil. Porque sales del recinto habiéndote dejado el corazón en Photograph y quieres ver qué dicen tus amigos o subir alguna foto por la mera envidia y ahí no puede aparecer, repito, no puede aparecer un anuncio de una empresucha forzándote a comprar acciones de Apple o Yahoo (Yahoo! si me dejáis ir de guay). Porque es una fría noche de noviembre de 2013 y tú y la chica de pelo trenzado que antaño vestía tutús tenéis hambre, frío y nadie ha comentado tu estado absurdo ni tu foto de una maceta y un perro dormido a su lado. No quieres comprar acciones, nadie se despierta un día, ve un anuncio de stock options de palo y decide jugar en Wall Street. Pero, eh, sigues con frío y con hambre y tenemos las herramientas suficientes como para que Facebook sepa la hora que es, que intuya que no hemos cenado porque sabe que hemos salido de un concierto, que me localice un sitio cercano donde me va a apetecer comer algo (porque, además, ¡conoce mis gustos!) y esto lo hace mejor que cualquier Siri de medio pelo, me plante ahí un anuncio que diga «¡Todos los miércoles 30% de descuento en Sidrería Martutene! ¿Reservamos?» con una letra pequeña diciendo que consumo mínimo de 25€ y un cartelón bien grande que diga «Sidrería Martutene, 250m, 3min, calcular ruta». Y, bingo, una mínima inversión de un bar se convierte en dos clientes más la tropa que acompañe porque Facebook (o la herramienta del momento que sea) ha sabido realizar un data-mining correcto de toda la grandísima información de la que dispone. Tenemos esa capacidad, hagámoslo.

La idea no resulta tan innovadora, ojo, sólo hay que fijarse en los anuncios de las radios, no son los mismos anuncios los que aparecen en una cadena de música comercial que los que aparecen en COPE, por ejemplo, y tampoco los mismos los que aparecen en COPE retransmitiendo un partido de fútbol que los que acompañan una misa. Y ahí buscan su nicho. Y más o menos bien, van tirando. Pero es que se puede hilar más fino porque ninguno de los dos de la pareja anterior ha sido previsor y cuando salen con la barriga llena y habiendo aprovechado la oferta del descuento empieza a jarrear y la misma aplicación, que no tiene derecho a hacerse la tonta con tantos datos con los que cuenta, sabe dónde estás y lo mínimo que puede hacer es sacarte un fotograma de Lost in Translation con una preciosa Scarlett en el paraguas que te propone comprar uno para que no te vuelva a pasar, y es probable que tú ya tengas uno, dos, diez paraguas, aunque, ojo, es probable también que ayer se te olvidara uno en un vagón de la línea 5, la semana pasada se te rompió al salir de la oficina y, oye, ese tiene orejas de oso panda y no puedes decir que no a esa melena que te golpea el hombro mientras se intenta colocar la capucha. Vendido por una tienda minorista que se dedica a ofrecer ese tipo de curiosidades.

¿No debería ser así ya? No tiene sentido que Amazon insista en ofrecerme en todas las webs que tienen su cajita de affiliates una y otra vez cualquier último producto que no he comprado. Puede que ni siquiera lo quiera o no me lo pueda permitir, no es cómodo recordarlo. No voy a comprarlo. Sí, sé que puedes marcar cierta publicidad en Facebook y especificar que no quieres ver anuncios de empresuchas intermediarias entre el Dow Jones y tú, pero ni se le acerca al funcionamiento que realmente entiendo debe tener. Y, de nuevo, contamos, de sobra, con la tecnología y la gente capaz de montar algo así en pocas tardes. Contentas a los anunciantes (que son los que te pagan por aparecer) y contentas a los clientes (que son los que dan dinero a los primeros).

500_mejores_recetas_jamie_oliver.torrent

Segundo plato de la entrada, los emparedados del mañana. Si bien en los párrafos anteriores me he hartado a decir que es algo que ya se puede hacer, o, mejor, que ya debería estar hecho, esta segunda parte la veo real en una década, aproximadamente. Veréis, ¿recordáis la hamburguesa de laboratorio? Pues ya está. Esa es la clave. Crear artificialmente un producto idéntico al que podemos comprar en una tienda. Crearlo, que es fascinante. La idea que se me ha ocurrido para sacaros de pobres desgraciados, llorones y quejicas, es desarrollar (cuando se pueda) una impresora 3D que imprima comida terminada. Me explico, que los ingredientes sean artificiales, que te descargues las recetas y las imprimas colocando un plato de cerámica blanca en la salida de la bandeja del papel y rebosen manjares exquisitos. Es una locura sólo pensar en que alguien haya tenido esta descacharrante idea, sin embargo, cuidado, lo veo. Se puede ir más allá, una máquina expendedora de platos cocinados (impresos) en el momento con diferentes precios según se configure el menú. La tecnología, poco a poco está llegando ahí.

Visto en: A Cullum lo vi en el Huerta del Rey de Valladolid, pero repetiría.

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