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Relatos cortos de tintero

El humano selenita

Al recién nacido lo llamaron Ernest M. Botsford, Bostford el apellido de su madre y M, como no podía ser de otra manera, por su lugar de nacimiento, Moon.
Desde antes de nacer ya se le ideó un plan de vida, tendría todo pagado por el mismo gobiernos, sólo tenía que nacer y demostrar cómo América era capaz de crear vida fuera de la Tierra. Los mejores colegios, la universidad que desease, un puesto dentro de cualquier institución pública y una cálida jubilación en Tampa, Florida. Su padre recibiría una pensión y una placa conmemorativa por su incuestionable colaboración.

Ernest vivió unas primeras semanas completamente normales y fue cuidado por el mejor equipo de matronas que se pudo reunir, incluso su mamá tuvo acceso a él en estos meses. Según el chico iba creciendo le explicaban porqué no tenía padre, porqué casi tampoco madre y porqué era tan conocido, conocido como El Hijo de la Luna, pero conocido. Esto le permitió ser el alumno más buscado en todas las escuelas, sin comerlo ni beberlo era el más famoso del lugar, y por amor de Dios, con 4 años eso te encanta. Claro que a veces te gustaría ser como los demás, con su familia, sus viajes en coche, sus tradiciones únicas, pero si recibes regalos y halagos casi continuamente eres el crío más feliz del parque.

La adolescencia de Ernest fue, sin duda, peor. No tenía pasaporte, no tenía patria, con todo lo que ello conlleva, no puede identificarse alguien que proviene de la Luna. Legalmente no es estadounidense pese a haber sido parido por una ciudadana de ese país. ¿Qué era? Extraterrestre. Y esto ya no era tan divertido como en preescolar. A ojos de sus compatriotas y del propio gobierno Ernest vivía en calidad de ciudadano norteamericano, pero, ¿por qué? No tenía en común con nadie la tierra donde nació, se le impuso esa nacionalidad, ¿qué pondrá en su carnet de conducir? ¿Nacido en la Luna? Eso es lo que escribieron en su partida de nacimiento, sin especificar qué parte del satélite, aunque todos lo vimos por vídeo varias veces.

Ernest estaba solo. Aislado mientras le rodeaban 300 millones de personas que cuanto más crecía menos héroe les parecía. Y es que ciertamente, nada tiene de heroico el haber sido el resultado de una experimento acertado a miles de kilómetros de donde resides. Y él lo sabía.

La NASA comenzó otros proyectos y dejó al joven volar solo, más bien, se despreocuparon como los soviéticos con Laika, funcionó, sí, pues ya está.
A los pocos años ya nadie se ilusionaba al pensar que entre los pasajeros del vagón del metro podía haber un extraterrestre.

6 respuestas a «El humano selenita»

La historia, bien molona, como dice Ellohir, muy a lo Asimov. El fallo ha sido querer darle un final, que no era narrable en cinco páginas. Si quieres cinco páginas, lo dejas abierto, si quieres final, te hace falta el doble, para que no parezca que se corta abruptamente y el final va un poco pegado como un pegote. Pero me ha gustado, eh?

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