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Relatos cortos de tintero

Del color del oro

Sin duda era una de las pocas cosas en las que Ed ponía atención. Una chica, vecina, le ofrecía su ayuda siempre que podía. Ella y su familia. De pequeños fueron amigos, pero Ed nunca vio necesidad de andar molestando a nadie. Sabía manejarse solo y quería hacerlo así.

De cualquier forma, Ed terminó conociendo mujer. No fue bonito, atardeció entre besos y amaneció vomitando, con una desconocida en la cama y varios dólares menos. Pero eso sí, un tachón más en su lista de cosas por hacer antes de morir.

Morir. Como las estrellas fugaces, desvanecerse. Simplemente dejar de existir. Esa era una idea que le había rondado desde pequeño, desde que le arrebataron a su padre.

Nunca fue religioso, no pensaba que la religión pudiese consolarle. Lo intentó, ya nadie podía hacer nada para devolverle a su familia y no buscaba paz consigo mismo, pues estaba bien.

Un día estaba mirando por la ventana, al tractor habría que ponerlo a punto y aprovechar mejor el agua del sistema de regadío del fondo. El trigo, antaño reluciente, vivo, del color del oro, y ahora, casi desaparecido. «He hecho lo que he podido para que salgas… pero te resistes, ¿eh?».

Aquél verano fue peor, no tuvo trigo para vender, apenas tuvo trigo para comer. Como tantas otras noches salió a dar una vuelta para terminar tirado mirando el firmamento. Saltando de cometa en cometa y parando en cada asteroide pensaba en si debía aceptar la ayuda de la familia vecina, la mujer le quería regalar una camisa y darle algo de comida para que pudiera variar, le resultaba extraño que no hubiesen insistido, hacía semanas que no le decían nada. Nunca dejó que nadie colaborase con él desde la muerte de su madre y sentía que de hacerlo ahora sería dar un paso atrás en su autosuficiencia y uno adelante en su escasa vida pública. Mientras divagaba escuchó unos ladridos, muchos de los vecinos tenían perros en sus granjas, pero no solían ladrar con tanta euforia. «Así no hay Cristo que mire el cielo». Entre los ladridos, que iban a mayores, gritos. Sonidos violentos. No era sino su amiga de la infancia la que estaba gritando. Ed no estaba seguro de qué hacer así que miró en aquella dirección esperando diferenciar alguna forma sin éxito. Los gritos parecían calmarse. Ed no se preocupó más y volvió al suelo. Los perros también se habían relajado, volvía la paz y él se estiró tumbado haciendo sonar algunas de sus articulaciones.

Aproximadamente media hora después sonó un disparo. Un ruido seco. Los perros volvieron a ladrar, algunos aullaban y la joven volvía a gritar.

Ed estaba nervioso, cogió con fuerza el rifle y escudriñaba la oscuridad intentando adivinar qué pasaba en esa casa. Un segundo disparo, de nuevo, en la dirección del hogar.

Cargó el arma con prisa y echó a correr hacia allí intentando adivinar quién había entrado y estaba disparando a sus vecinos, que aunque les había tratado con rudeza, no le apetecía que los molestaran, eran buenos vecinos.

Al llegar se oía discutir al padre con la hija, la luz de la cocina dibujaba sus siluetas.  La chica lloraba y el joven no se lo pensó dos veces, derribó una de las puertas sin mucha dificultad y se colocó la culata en el hombro. Recorrió el pasillo hasta llegar a la cocina donde estaba la mujer en el suelo con una pierna sangrando, el padre con un revólver, sudando y con los ojos desorbitados mirando a la hija, de rodillas en un rincón y semi desnuda, con el camisón roto, jadeando.

Ed apuntó al padre y preguntó qué pasaba, «Mi hija es una sucia, ¡una sucia!». Hacía muecas, giraba la cabeza con claros signos de locura, «Su madre lo sabía… y lo consentía. Esta noche lo deberá consentir conmigo, a ver cuán puta es». Frunció el ceño y se acercó a la joven, la madre gritaba que se apartara de ella, algo inútil. «Oye, suéltala y hablemos» dijo Ed con claro nerviosismo. «¿Hablar? Mi niña se ha arrimado a un hombre sin mi permiso, han pasado una noche juntos sin estar siquiera casados… No hay nada de lo que hablar, ¡que me haga lo que hizo con ese hombre! Y tú… vuelve a intentar cultivar tu trigo a escupitajos y déjanos en paz…» Como era de esperar apuntó a Ed con el revólver, la chica rompió a llorar al ver a su padre y su vecino enfrentados. «He dicho que te vayas, ¿a caso quieres reencontrarte con tu familia?». Ed comenzó a sudar, ese comentario sobre la muerte de sus padres le había molestado, era la primera vez desde que ellos murieron que se siente mal. El hombre se acercó y colocó la pistola aún más cerca. «Vete, huérfano». Un latigazo a modo de escalofrío recorrió la columna vertical de Ed que no se había inmutado desde que había llegado, era la primera vez que alguien le apuntaba con un arma y el pánico se apoderó de su mente, o caminaba hacia atrás y dejaba al hombre violar a su hija y seguir vivo, o permanecía ahí y, o bien disparaba primero, o sabía que el contrincante no tendría problema en deshacerse de él (nadie iba a preguntar).

19 respuestas a «Del color del oro»

Me ha gustado mucho, está magníficamente escrito y el argumento es convincente.

Puestos a hacer una crítica constructiva, diré que estaba muy metido en la historia, pero la explicación de la madre de lo ocurrido, en la última página, me ha descolocado, por inverosimil. Me resulta extraño que una mujer con un disparo en la pierna y que acaba de presenciar cómo matan a su marido se exprese de esa forma. No parecía que fueran palabras que salieran de la boca de esa mujer, parecía el narrador, pero hablando en primera persona.

Aparte de ese punto flaco, la historia es muy buena. Quiero leer la siguiente.

Bien, bien.
Este me ha gustado bastante. Coincido con el comentario de Aloisius, por cierto.
Yo creo que con un poco de pulido en esa parte, y una buena edición (tienes ciertos errores gramaticales que habría que corregir) sería perfectamente publicable.
Sigue así.

BONUS TRACK: El Adsense sugiere abogados, ¡Cómo controla el robotín!

Bueno, gracias a todos. Fran, un notable me convence.
En respuesta a Aloisius y Ponzonha, intentaré limar esos salientes que parecen molestar. La verdad es que tenéis razón en lo del final, de todas formas, ni que todos hubiéseis visto a una mujer medio desangrada viendo cómo le vuelan la cabeza al amor de su vida. Listos. No, es coña, resulta algo extraño tanta naturalidad.
Por cierto no son errores gramaticales, preferimos el término «licencia artística». Marketing puro.

La siguiente está a medias. Gracias por leer semejante cantidad de palabras.

Gran historia… había parado de leer un rato un libro por que llevan varios capítulos quejándose de hambre y de que no crece nada en el campo y me encuentro con una historia que bien podría pasar en el mismo lugar cien años después. Me ha gustado que luego no fuera nada de lo que pensaba al principio y el final me ha pillado de sorpresa, para bien.

Puestos a quejarme de algo… la parte de Elvis me ha descolocado un poco (sólo un poco… y no sabría decir si es por donde está o por el dato en sí mismo). La madre también sorprendía, supongo que demasiados detalles para tal situación. Pero, vamos, nada grave.

Me quedo con el final como lo que más me ha gustado. Ed me ha caído bien, era un gran tipo. Resumiendo, un aplauso y un click (empiezo a cogerle ojeriza a AdSense, parece una casamentera).

Me ha encantado, muchacho. Y estoy de acuerdo con Ponzonha. Lo pules un poco (pero poco) y es perfectamente publicable. Y, por cierto, servidor suspendió examenes por escudarse en las «licencias atrtísticas. EN SERIO.

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