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Relatos cortos de tintero

Del color del oro

Granos. Eso era todo lo que le preocupaba, sus granos. Más exactamente la carencia de ellos. La tierra ya no es lo que era y el cultivo no germina como debiera. Ed M. Teagarden no tenía más. Lo más parecido a un amigo que consiguió en la vida se llamaba Winchester y lo heredó de su abuelo.

Tenía su juventud, pero con eso no se come en los primeros sesenta de Arkansas. Con trigo sí.

Ese día estaba especialmente débil, pues aunque sus brazos eran fuertes (en parte debido a que día sí día también paseaba con su Jhon Deere) hacía veinte años de la muerte de su padre y cinco de la de su madre.

No le dolía ninguna de las dos. Le dolía la incomprensión.

Según la carta que le entregaron a su madre cuando el primero falleció parecía que era normal. Un asqueroso alemán, seguramente joven como él, lo mató. El acto de suprimir el cabeza de familia de repente es tan injusto como las cabezas de familia que suprimió su propio padre en Europa. Eso era más difícil de comprender. En alguna parte de Francia, Alemania quizás, habría un chico al que le quitaron el padre cuando tenía siete años, como él, y cuya madre no lo soportó.

No sabe si junto con la carta en la que anunciaron el fallecimiento del padre de ese chico que se imaginaba incluyeron una Cruz de Hierro o cualquier otro honor. A él no, despidió a su padre una mañana y la siguiente vez que lo vio iba dentro de una caja, sin medallas ni cornetas.

A su edad tuvo que encargarse del campo y de su madre, que como previsora que era «sabía desde el mismo momento en que se lo llevaron que no le volvería a ver». A todos nos gusta tener razón. No lo creo.

Se quedaron solos. Ed aprendió a leer en la escuela de su pueblo, aprendió a sumar, lo justo para poder mantener todas las hectáreas de cultivo. Verse en una situación así con apenas doce años te obliga a madurar. Aún más si tu madre no colabora en otra cosa que no sean los lamentos.

Desesperanzador. En el 58 no pudo más y también tuvo que enterrarla, de nuevo, sin honores.

Con ese panorama sólo podía hacer una cosa, encender la radio y descubrir a Elvis. Y el rock and roll le entonó el cuerpo.

Ed tenía tres pasiones, el tiro, el whisky y la astronomía. Por parte de su abuelo recibió, aparte del rifle, un antiguo libro de astronomía. Cuando tienes tanto tiempo libre y tus preocupaciones se limitan a producir para vivir la vida no te trata tan mal. Acostumbraba a tirarse entre las varas de sus trigales y contemplar constelaciones. Ya se sabía que los soviético no sólo habían sido capaces de colocar un satélite allí arriba, habían enviado un perro. Si apenas se inmutó por la pérdida de sus padres es lógico pensar que a Ed no le molestaba que Laika hubiese muerto en un experimento asesino en una carrera donde valía cualquier cosa, puede que hasta filmar un alunizaje años después.

De estrella en estrella. Nada era tan fascinante como el universo que fisgaba casi cada noche.

19 respuestas a «Del color del oro»

Me ha gustado mucho, está magníficamente escrito y el argumento es convincente.

Puestos a hacer una crítica constructiva, diré que estaba muy metido en la historia, pero la explicación de la madre de lo ocurrido, en la última página, me ha descolocado, por inverosimil. Me resulta extraño que una mujer con un disparo en la pierna y que acaba de presenciar cómo matan a su marido se exprese de esa forma. No parecía que fueran palabras que salieran de la boca de esa mujer, parecía el narrador, pero hablando en primera persona.

Aparte de ese punto flaco, la historia es muy buena. Quiero leer la siguiente.

Bien, bien.
Este me ha gustado bastante. Coincido con el comentario de Aloisius, por cierto.
Yo creo que con un poco de pulido en esa parte, y una buena edición (tienes ciertos errores gramaticales que habría que corregir) sería perfectamente publicable.
Sigue así.

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Bueno, gracias a todos. Fran, un notable me convence.
En respuesta a Aloisius y Ponzonha, intentaré limar esos salientes que parecen molestar. La verdad es que tenéis razón en lo del final, de todas formas, ni que todos hubiéseis visto a una mujer medio desangrada viendo cómo le vuelan la cabeza al amor de su vida. Listos. No, es coña, resulta algo extraño tanta naturalidad.
Por cierto no son errores gramaticales, preferimos el término «licencia artística». Marketing puro.

La siguiente está a medias. Gracias por leer semejante cantidad de palabras.

Gran historia… había parado de leer un rato un libro por que llevan varios capítulos quejándose de hambre y de que no crece nada en el campo y me encuentro con una historia que bien podría pasar en el mismo lugar cien años después. Me ha gustado que luego no fuera nada de lo que pensaba al principio y el final me ha pillado de sorpresa, para bien.

Puestos a quejarme de algo… la parte de Elvis me ha descolocado un poco (sólo un poco… y no sabría decir si es por donde está o por el dato en sí mismo). La madre también sorprendía, supongo que demasiados detalles para tal situación. Pero, vamos, nada grave.

Me quedo con el final como lo que más me ha gustado. Ed me ha caído bien, era un gran tipo. Resumiendo, un aplauso y un click (empiezo a cogerle ojeriza a AdSense, parece una casamentera).

Me ha encantado, muchacho. Y estoy de acuerdo con Ponzonha. Lo pules un poco (pero poco) y es perfectamente publicable. Y, por cierto, servidor suspendió examenes por escudarse en las «licencias atrtísticas. EN SERIO.

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