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Lagarto

Igual

Igual que cuando llega, como ahora, esa sensación de domingo por la tarde. Igual es porque el asesino del libro de Paul Auster se llama Paul Auster o igual es porque lo único que quise hacer con Dubliners de Joyce fue terminarlo. Igual hacía una década que no escuchaba entero éste LP que suena. Igual es que nunca se me hubiera ocurrido decir que las mangas de Blancanieves eran abollonadas hasta que me lo tuviste que explicar. Igual es que me acaban de poner un Bogart y, la verdad, aún no he sabido bautizarlo. Igual el ‘timing’ de todo esto me está jodiendo la merienda, que es agua. Igual mi arte para lo creepy ya ha llegado a su más alto nivel. Igual es que me has hecho más Geko de lo que me sentía desde hace años. Igual es que mi egoísmo está a igual nivel que la maestría anterior. Igual que los agudos de este tema instrumental. Igual es que no he sabido agradecer que no me cruzaras la cara cuando he pisado las hierbas del jardín en el que nadie me ordenó meterme cuatro veces, cinco, tal vez seis. Igual era la media sonrisa acompañada de un «¡Orozco!» las dos veces que me recogí el pelo. Igual Kit Harington. Igual que el temblor en la mano al saber que su nombre era una flor que estaba… no recuerdo dónde y, él, Manuel. Igual que haber tenido que aprender qué es un geranio. Igual es la paradoja de que hablaras hasta tener sueño y todo ésto venía de una pesadilla. Igual es tu repulsión hacia esa porquería llamada kalimotxo. Igual la cordobesa. Igual que cuando te atreviste a soltar un no sé qué en el hombro y otro tal detrás de la oreja. Igual que cuando miras diciendo «Pues, tío, la has cagado.» y agarras un Tomahawk. Igual era Tailandia. Igual que taparme la cara con el pelo porque me conoces tan bien. Igual por juguetear con un boli y una etiqueta de Mahou. Igual que enredar, pero era otra palabra. Igual es que nunca te puse «Cosas que hacer en Islandia» pero sí hablamos de «Amantes del Círculo Polar», que sólo conocía por Amaia y Xabi, y tal. Igual es que la regla aquella que siempre me dijiste que no tenía sentido nunca tuvo sentido. Igual es una camiseta de Jack Daniels. Igual que debí contestar todo, entonces. Igual que cuando preferiste el Rojo Fuego y yo no tenía favorito, pero confieso que el Amarillo, con Pikachu detrás todo el rato me parecía el más mono. Igual es la escayola o igual es la silicona. Igual fue la croqueta que quedó sola. Igual es el tiempo que hace que no pisas una playa. Igual las viejas de la cola de la estación de buses. Igual tu cara de rechazo cuando te explicaba la sensación de velocidad desde el puño hasta el cuello. Igual la tela que tuvieron que cortar. Igual el semáforo parpadeante indicando preferencia o igual el intermitente que no puso el coche aquél y la sonrisa de la madre aquella. Igual que todo esto te resulta impresentable. Igual lo es. Igual es el reflejo de tu impactante melena. Igual es que te gustó el correo que parafraseaba a Hemingway y continuaba diciendo que nunca me he acercado a «El viejo y el mar» y soy poquito de San Fermines. Igual fue el momento en que dijiste que era una pena que tuviese esto tan abandonado. Igual la sonrisa con la que acompañaste aquella firma, sí, justo, la de ahora. Igual «Lolita» de Nabokov. Igual Lulú. Igual las tortitas en lugar de crêpes. Igual los golpes en el hombro por cada disculpa. Igual era aquello del amor propio y no el otro que dijiste. Igual un huargo. Igual ‘tu’ Sara. Igual es una historia de las que oía Patricia. Igual lo bien que pones todo en su sitio. Igual lo que lo necesitabas. Igual es que no me permito estar interesado si fuera fácil. Igual el vestido de princesa que nunca vestiste. Igual que decir ‘pequeñaja’.

Visto en: @.

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Lagarto

La gente que se presenta al carnet de moto

A diferencia del carnet de coche, y feliz año nuevo a vosotros también, que parece una imposición lógica por parte de la sociedad y una fecha a enmarcar en la vida de todos (como tu primer beso, tu boda, tu primer polvo, la muerte de un ser querido, el nacimiento de alguien etc, etcétera, et cÅ“tera, & y otros etceterísmos) el carnet de moto es algo a lo que uno se apunta por capricho, salvando el caso de los aspirantes a maderos que lo hacen para tachar una casilla requerida en una oposición. Esto es jodido de entender en un momento en el que, sobretodo a la gente joven, nos viene mal lo de gastarnos los cuartos: o mi percepción de la realidad me engaña o hace unos 7 o 10 años la cantidad de chavalitos en ciclomotores y motocicletas de plastiquete era mucho, mucho más llamativa, por su vistosidad cutrilla y por su sonido exagerado. Pero sí, capricho. Pues al fin y al cabo hay que seguir dando salida al estocaje de nuevos iPhones y nuevos Galaxies (probablemente ‘Galaxys’) que es el único teléfono que la gente que lo compra decididamente y no por promoción o descarte, lo compra por despecho y aún no consigo que me entre en la cabeza, lo cual es comprensible porque, primero, no te permitirán actualizarlo de manera que su vida útil comienza con una sentencia de muerte y, segundo, los hacen exageradamente grandes.

Soy un caprichitos y, perdonad que no me haya molestado en buscarlo, pero imagino que todos sabéis que hace exactamente un año me apunté en una autoescuela para sacarme el carnet A2, y tengo miedo de que cuando publique esto el carnet no se llame así. Con todo el ajetreo de mudanza, cambio de vida, prima de riesgo y robots en Marte lo fui dejando durante mucho tiempo. Allí, en Valladolid, aprobé milagrosamente y a la primera el teórico (pues me limité a hacer un puñado de tests la noche anterior) y comencé con las prácticas hasta que empezó a hacer bueno y me vine a Madrid. Después de un jaleo de papeles, cuando dejó de hacer bueno en Madrid conseguí homologar todo (las tasas y el examen, realmente) y apuntarme a la autoescuela que está más cerca de la Mansión Wayne de Provincias según Google Maps. Fui a dos prácticas, me repateaba que tuviese una hora de metro por trayecto para llegar al circuito y me dejé convencer por mi comodidad alegando que ya en noviembre tampoco era plan ponerse a ver si lo sacamos o no, que como capricho que es, prisa no hay ninguna. Me voy dejando de rollos y os planto el tema directamente. Ahora que tengo los ahorrillos para poder gastar en una moto (de segunda mano y apta para ser destrozada con cierta alegría) sin rezar a todo el santoral cristiano y a las deidades hindúes porque no haya ningún movimiento extraño en el curro, me ha dado por volver a pedir prácticas y quitarme de encima este asunto en cuanto pueda).

Vespa ss180 por mennyj

Curiosamente, lo que más me pone nervioso del asuntillo es el tipo de gente que va a prácticas de moto conmigo. Y es otra de las diferencias con el tema del coche, nadie está en la obligación de conducir motos (vale, coches, tampoco, pero me entendéis) por lo que la gente que viene a estas historias son personas que realmente quieren estar en estas historias. Y se alejan, por mucho, de la clase de gente con la que a mí me gusta hablar de motos (que es un tema recurrentemente cani, y jode). Encontramos desde críos, seguramente mayores que yo, la verdad, de los de camiseta interior blanca de tirantes y casco propio abierto que, por mucho que me joda, hace mil virguerías con la puta moto y te deja a ti y a tu precaución a la altura del betún. Pensaréis que no pasa nada porque es la clase de persona que termina abriéndose en dos contra un guarda-raíl en cuanto te despistas en la carretera. Y lo peor es que no, para nada, pues, al final, lo que cuenta en el examen aparte de la habilidad en parado es cómo manejas el vehículo cuando vas acojonantemente rápido. Pero acojonante de acojonar, de peligroso (es la parte que peor me sale). Los propios profesores no hacen otra cosa que animar a todas las personas a ‘dar gas’ sin miedo en la parte rápida y a frenar con brusquedad al final del acelerón. Hay que reconocer que estas movidas de ruido y humo repentino son divertimento de manual para «los fitis», pero para mí y para un reducidísimo grupo de personas más no.

Todo esto es algo que se nota cuando hablas de la moto que te gustaría querer (ya que, a diferencia del coche, de nuevo, no quieres ‘un coche’, sino que aquí ya sueñas con el modelo concreto o incluso el preparador al que le solicitarás tal o cual retoque). Mi concepto del motociclismo se aleja mucho de las carreras de grandes premios, o Grandes Premios, como se escriba, aunque se me escapa una sonrisilla con esa imagen clásica de competiciones que culminan con un podio a pie de pista y un señor sudoroso con gorra y bigote arropado por otros dos cafres que también se han jugado la vida, y que lleva en su cuello una corona de flores. Ya sabéis, aquellas épocas donde la competición en sí era tan peligrosa que nadie se planteaba en absoluto el ridículo daño en comparación que podían hacer las tabacaleras anunciándose. Motociclismo de viajes épicos entre continentes perpetrados por pilotos con una escasísima preparación y un presupuesto nulo que apenas tienen ilusión y una llave inglesa con la que intentar reparar todos los pequeños trances que les surjan. Glamour dentro de la suciedad de la grasa, sin telemetrías ni morirse de ganas de ‘tocar rodilla’ en cada curva. Motociclismo de manta enrollada en el macuto. Puro disfrute a marcha relajada en una compañía reducida al máximo. Y, la verdad, pensaba que en este mundillo (dentro de él) encontraría gente así, interesada por cosas así y no sólo en si Yamaha ha sacado ‘una mil nueva’.

Cafe Racer por Sam Zhang Photography

Y como por este pianobar cada vez pasa menos gente, aprovecho para lanzar mis inquietudes al aire, más pronto que tarde, y saber si, ya que estamos y hoy me toca escribir, alguno de los pocos pero exquisitos lectores apoltronados que se dejan ver al fondo se animaría, en el futuro, a una excursioncita similar. Ya me decís.

Visto en: Este sitio.

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¿Cómo hago para...? Lagarto

La pose de la etapa de los cereales de marca

Una de Capitán Obvio, pero que tiene su miga y es conveniente (creo) recordarlo. Esto de vivir por uno mismo es toda una experiencia, sobretodo, porque en el mayor de los casos también vives para ti mismo. ¡Es único! Sin duda es una etapa de mi vida que debo aprovechar y de la cual me he dado cuenta hace más bien poco tiempo, cosa de semanas. Yo lo he bautizado como «la etapa de los cereales de marca». El nombre lo dice absolutamente todo.

Cuando comencé a vivir de mí mismo y en mi propio espacio quedé expectante intentando intuir por dónde podrían venir las balas y, durante los primeros dos o tres meses vivía literalmente dentro de una hojita de cálculo e intentando ser lo más minucioso posible en ella. No se puede decir que fuera algo enfermizo, pero sí le otorgaba una grandísima importancia. Tiempo después, el suficiente como para poder prever los gastos venideros, cuando ya creía tener la sartén por el mango, comencé a soltarme poco a poco hasta llegar al momento actual. No hablo sólo de economía (pues la economía doméstica, en la mayoría de los casos, no es más que sumar un mucho de una vez y restar un poco muchas veces hasta la siguiente suma), hablo de lo que se extiende de la economía pues, una vez tenido sujeto el tema de las cuatro perras de cada mes, si añadimos la mezcla adecuada de administración y caprichos alcanzaremos un modo de vida desahogado y de lo más placentero a la vez, ese en el que puedes decantarte por los cereales en base a su renombre y no a su nombre. Todo esto, por supuesto, desde el punto de vista de un puñetero pijo de la hostia como aparento ser y, peor, soy.

Todo se basa en pequeños trucos que, aparte de dar ambiente y hacerte sentir mejor por pura estética, te suben un poquito en la escala social de tu vecindad (o algo así). Son cosas como darte cuenta de que tienes unas latas de cerveza en el frigorífico por tener, para cuando viene alguien y quieres invitarle a que tome algo, lo mismo que el surtido Cuétara que, de niño, sólo veías en la mesita del salón cuando venía algún familiar concreto. ¿Tomas cerveza en casa? Siguiendo con el ejemplo. En mi caso concreto veía que sólo bebía, como he dicho, cuando venía alguien o, en tres ocasiones, viendo un partido de la Real Sociedad por streaming. ¿Qué he hecho? Comprar botellines, ¿por qué? Por puro glamour, por pura imagen, por puro ego, por pura sonrisa del que llega a la Mansión Wayne de provincias y le sale una chispita en los ojos al ver las jarras de cervezas siempre en el congelador y sentirse extrañamente entretenido y disfrutando del simple gesto de utilizar un abridor en lugar de urgar con la uña en el tirador de la lata. Por supuesto que los botellines son más caros que las latas, el vidrio (reciclado) se paga mejor que el latón. ¿Qué pasó con mi adicción a la cafeína? Se sigue alimentando de baratas latas de Coca-Cola Zero. Sin drama.

La magia de estos caprichos, de quedarte con el queso bueno y no con el queso, de darte el gusto cada semana de coger dos o tres ingredientes de cocina que sabes que son de la máxima calidad porque, por algún motivo, te has molestado en buscar y conocer lo mejor, en conocer quién hace el queso del Auchan y cómo, de disfrutar de las diferencias entre un embutido tradicional que te hace babear con el primer aroma una vez abierto el envoltorio envasado al vacío y el sobrecito de lonchas de algo que cogía antes por costumbre. Son detalles, algo más caros, pero que ahora me puedo permitir, no sé si dentro de otro medio año lo podré seguir haciendo, no sé cuándo me veré obligado a dar fin a esta etapa de Chocapic y pose. Caprichos de apenas cinco euros más a la semana que no te hacen sentir desgraciado cuando abres el frigo, el armarito de las especias o la maleta porque ahora puedes permitirte visitar Londres despreocupadamente con la excusa de tener un amigo allí.

Y, es que, manda cojones, a ratos se nos olvida que todo este tinglado que nos hemos montado de la sociedad, la vida y su convivencia, lo de pasar tiempo por aquí, de nada sirve si no disfrutamos, y se disfruta mejor con lo mejor, y su disfruta mejor buscando lo mejor, aprendiendo a conocerlo, sorprendiendo a los demás. Sacudiéndonos los complejos ridículos de pobre escondidos bajo la caspa siempre que podamos permitirnos detalles con nosotros mismos, ya sea un salchichón exquisito, una edición especial de Moby Dick editada por Penguin con un tacto extraordinario, la aplicación móvil de moda o sabiendo apreciar la alpaca en lugar de la lana. Creyéndote un dandi.

Visto en: Malasaña, Camden y alrededores.

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Lagarto Pensando en alto

La efe

La letra efe es rara. F. No llega a E. Ni a A. Tiene un glifo, con f, curioso. Llevo toda la tarde, en la oficina, pensando en la dichosa letra. Efe, efe, efe. Ha sido una tarde aterradora, extrañamente productiva, gracias al cielo. O algo. Efe. Cuando empezamos a escribir todos intentamos tener la misma caligrafía, la que nos enseñan en la escuela, la que mantienen muchos abuelos, la de la A minúscula, redondita, con circulito. La de la O, minúscula también, que, lejos de ser un simple redondel, se decora con un detalle en su parte superior derecha. Naturalmente, todos nos damos cuenta de que no se puede seguir el ritmo del dictado de tu seño de primaria si te dedicas a terminar cada letraja, por eso la o es un cículo y la i termina siendo indistinguible del signo dos puntos. La efe cambia mucho. Desde un ocho inclinado y algo abierto por el centro a una te tumbada, con un pequeño sombrerito. Ayer vi una efe preciosa. Una efe minúscula, inicial de la palabra feliz. Estaba a medio camino entre aquél ocho infantil y esa te desganada que indica que ya somos demasiado mayores como para preocuparnos por hacer cosas bonitas, «y, bueno, sí, pero se entiende, ¿no?». Aquella nota de «[…] feliz no cumpleaños!» estaba escrita por una chica, generalmente tienen una caligrafía más legible y preciosista. Más coqueta. La letra efe destacaba.

Siempre me he intentado esforzar en hacer una efe fácilmente entendible, quiero decir, cómoda de escribir pero que no requiera releer para saber qué pone. La efe tiene un sonido feo. Ffffffeo. La efe es la culpable de que a los Franciscos se les llame Pacos. Y a las Josefas, Pepis. Sin personalidad como las bilabiales, sin fuerza como la Ce cuando es Ka. Feliz, felicidad, empiezan por efe, por lo que se entiende que es una letra agradable. Pero también lo hace furcia. O follar. Esas, como palabras, no son bonitas. Hace un tiempo, no sé, un año, dos, tres o incluso algo más, adoraba la puta efe. La adoraba de verdad. Sólo veía cosas buenas en ella, era singular, era bonita, era cercana, era comprensible dentro de su polimorfismo. Era alegre. Alegre de gol de tu equipo de Fútbol, alegre de divertido y agudo soplido equivocado de un crío en una Flauta, alegre de repentina luz que se enciende en una zona oscura al acercarte a una Farola, alegre de ver las complejidades y que terminaran resultando Fáciles, alegre de recordar el viaje de Bachillerato en Florencia, alegre de verano en un Festival, alegre de soñar con vivir en San Francisco, alegre del sonido que se escapa cuando pronunciamos Triumph, alegre de Fantástico. Alegre de inundarte con sus Fotos.

Ahora que vuelvo a echar un ojo a esa notita y descubro alguna efe más en ella me quedo pensando, no, continúo pensando, que a ver qué hago con esas ahora Fatídicas Fotos. Que a ver cómo Funciona. Jodida efe, estás en todas partes, que me expliquen cómo te lo has montado, porque menuda Faena. Una pequeña chispa de esperanza que se vislumbra al Final, y es que, antes, hace un tiempo, no sé, un año, dos, tres o incluso algo más, cuando ponía una dichosa efe en la barra de direcciones, ya ves tú qué tontería, el navegador tiraba para Flickr u otra concreta web que me leía con Filosofía. Será culpa de Instagram, supongo, que ahora cuando me posiciono en esa misma barra y pulso esa misma tecla esto arrea hacia sus dueños, Facebook. Dándome a entender que cualquier otro lado sería malo, no, Fatal. Y esa es la chispa, tal vez no un cambio de sentido, pero sí un Freno. Al menos evita lo que parecía un descarado Funeral.

«¡Feliz, feliz no cumpleaños!». Qué cojones. Eso es algo alegre. También. Al menos ahora lo parece. Pues mira, oye, Fenomenal. A ver si dura así para siempre. Ay, perdón, Forever.

Visto en: …D, E, F, G, H…

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Blogs Buhardilla Lagarto Pensando en alto

Me he leído el blog

Niños, el verano de 2012 fue un verano algo raro para vuestro padre. No llevaba mucho tiempo en Madrid y su cabeza seguía inquieta, intentando ubicarse, preguntándose qué es lo que realmente quería. Y a lo largo de ese caluroso agosto tuvo la idea de releer todo el material que ya había publicado. Tal cual. Yo, que nunca he sido un tío de crear ni mantener borradores, me encontré hace mes y algo con media docena de títulos de post con su correspondiente parrafito introductorio. Sin nada más. Y me pregunté qué me pasaba y qué me había hecho desplazarme a otros métodos de comunicación más directa, rápida (inmediata, de hecho) y tan estéticamente pobre como puede ser Facebook, Instagram o Twitter. Ha sido fácil de calcular, todo esto viene desde el momento en que empecé a utilizar un teléfono con tarifa de datos que me permite desarrollar ciertos temas on the fly sin la aparente pesadez de sentarte a pensar qué quieres escribir. En resumen, todo apuntaba a que no escribía nada decente desde agosto de 2010 (dos años, hijos).

Es cierto que ha habido un movimiento similar al que he llevado yo acabo por parte de todas las personas que me animaban a seguir escribiendo al menos tres veces por semana (algo que ahora me parece inalcanzable). También las empresas, pues desde que Google se fulminó su servicio de Reader (que permanece catatónicamente encamado hasta que el matarife degolle su cuello cual cochino en San Martín) me despegué de otros blogs que solía leer hasta el extremo de entrar en únicamente dos sitios cada dos o tres días introduciendo los primeros caracteres de la URL en la barra de navegación de Chrome. Y esto hace tiempo que dejó de ser frío para parecerme helador.

Ha habido motivos personales, los reconozco, que me han llevado a separarme voluntariamente tanto del blog como de ciertas personas que conocí a través de él. A diferencia de un curso del colegio o incluso de la facultad, aquí no pasan nueve meses y con la llegada del verano no los vuelves a ver, sino que siempre vas teniendo referencias y por pura comodidad he evitado bastantes… situaciones que podrían haberme molestado. Han sido unos meses jodidos. Varios meses. Y ni siquiera sé por qué hablo en pasado, la verdad, me estoy creyendo mejor de lo que soy en este aspecto, pero hostia, alguien se lo tiene que creer, ¿no?

Retomemos. Agosto del 2010. Un Lagarto Abuhardillado ya contaba con unos lustrosos cuatro años a sus espaldas y un tráfico que, si bien nunca ha despuntado (y me considero afortunado por ello, cada vez más), resultaba interesante. Aquí comenzó todo eso de quedar con amigos y que cada uno, en cada uno de los cuatro lados de la mesa, nos encontrásemos mirando nuestros teléfonos mientras las cañas y el servilletero se preguntasen qué habíamos ido a hacer. Todo este problema de la sobreinformación, de que podemos enterarnos en segundos de cualquier cosa que suceda en Sumatra o en La Rioja, con imágenes y vídeos en alta definición, pero una información pésima, volátil, extremadamente caduca y meritoriamente olvidable. Consuelo de tontos, pero no soy el único en esta situación. Me tuve que encontrar para saber cómo era yo antes de aquello. Y empecé por el principio. Mes a mes, post a post. Naturalmente muchos me los he saltado del tirón. La mayoría de las entradas del comienzo me han sacado más de una sonrisa, «Tío, hay que ver lo equivocado que estabas» o, al contrario, «Tío, ojalá hubiese leído esto antes». Ha habido momentos complicados, posts densos que ni siquiera recordaba haber escrito y que me han sorprendido muy gratamente. Ni siquiera sé cómo diantres fui capaz de escribir alguna de esas cosas, no por falta de valentía, sino por puro valor literario. Quiero decir, me ha tocado estudiar poemas peores. Poemas de artistas que, supongo, en algún momento serían la hostia, pero poemas de mierda al fin y al cabo.

Content is king

El contenido es el rey. El rey. Y, en la mayoría de casos (exceptuando citas, vídeos u otras cosas y chorradas) el contenido lo generaba yo. Pero de nada sirve esforzarte en crear el mejor periódico del mundo, con la tipografía más legible que puedas imprimir en ese papel que tiene el grosor perfecto para ser manejable pero no romperse ni plegarse como los demás, con unas fotografías que ilustran las noticias realmente impactantes sin llegar al morbo y unos cuerpos de texto tan mágicamente maquetados que en ningún momento te perderás al cambiar de una columna a la siguiente, unos artículos de opinión que despiertan curiosidad e interés en cualquiera que ojee sus páginas y unas noticias contrastadas y veraces expresadas en un lenguaje comprensible a la par que preciosista y directo cuando ha de serlo (pero ante todo respetuoso) con una selección de publicidad exquisita donde no encontrarás ni ofertas de cruceros ni sórdidos bailarines… si nadie lee periódicos ya. Si nadie va más allá del titular y, en su versión web, los comentarios generados que sirven como resumen irónico y lacónico de lo que el articulista quería expresar.

Y aquí entramos en el debate centenario de que no se lee porque no se escribe o no se escribe porque no se lee. Creo que, en mi caso, se juntaron ambas. Naturalmente si yo no escribo nadie lee, por descontado, pero ese salto hacia otras plataformas hizo que todos dejásemos bastante de lado esto (me incluyo, de nuevo) por tanto el retomarlo siempre producía pereza, y aunque se escribiese (menos y alarmantemente peor, ahora ya comprobado) la gente ya se encontraba distraída con otras cosas, y por tanto, no se leía, no se comentaba, y yo no escribía. Nada reprochable y todo completamente lógico pues, al final de cuentas, que esto es lo que cuenta, no éramos más que los mismos tíos hablando entre nosotros sobre las mismas cosas, pero en otros medios. En otros soportes. Del telégrafo al teléfono y de ahí a Skype, si queréis. Curiosamente, cuanto menos he escrito ha sido cuanto más contacto real he tenido con vosotros. Se ha producido un acercamiento que, antes, hubiera sido impensable o, al menos, altamente dudoso (por mi propia mentalidad). Con algunos he cenado, con algunos he comido, con otros me he ido de cañas. Con otros… Ahora no importa, mientras sea feliz. No es que la culpa sea de Whats’App, pero casi, si hace un tiempo éste blog era prácticamente el único nexo entre varias personas y el tipo que escribe, poco a poco esa distancia virtual terminó en apretones de manos y hasta en esperas en aeropuertos. Todo aquello que necesitaba escribir lo contaba a las personas que sabía que iban a darme una solución al problema o simplemente a quienes pudiera interesarles. Rapidez.

Después de leer las mil quinientas entradas (1501, con esta), se me hace reconfortante ver que, aunque escriba peor, aunque eche de menos a muchas personas (no simples comentaristas) que solían leerme, reírse, criticarme, cuestionarme o hasta emocionarse con mis textos: la auténtica recompensa de un blog que en su momento no supe apreciarlo pues siempre parecía que estaría ahí, después de todo, lo que más añoro es escribir relatitos. Cuentos de algunas hojas. Más que eso, la capacidad para hacerlo. Recuerdo que varios de ellos, la mayoría, los escribía del tirón. Algo que me asombra. No me veo, ni me reconozco, capaz de hacer algo así ahora. Un cuento como el de San Valentín, que en aquél momento parecía una buena idea, lo escribí en cosa de dos o tres horas entre las doce de la madrugada y las cuatro. Recuerdo esa noche con cierta claridad.

Nunca antes había tenido tanta razón aquello de «Tú antes molabas». Pero, como en una serie de televisión, la primera temporada resultó llamativa pero tampoco extraordinaria, las dos o tres siguientes mantuvieron un interés notable alcanzando el sobresaliente en episodios (posts) concretos y todo lo que vino después lo ves (lees) por inercia y rutina, sin ningún interés real, mirando el reloj cada poco tiempo, sin saber cuándo dejarás de seguir el hilo de la trama, si ya sabéis que vuestra madre es la hermana del tío Barney.

Visto en: Un Lagarto Abuhardillado (by CBS).