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A caballo regalado agradécele los calcetines

No le mires el dentado. O eso dice el conocido refrán. Como con el resto de sus centenares de hermanos, tengo mis más y mis menos con él y lo que implica. Y es que en mis casi 30 años ya estoy algo aburrido de escuchar aquello de que soy una persona muy difícil a quien regalar. Algo que, por otra parte, no deja de ser cierto. Y es que además, con el tiempo me he vuelto perro de muy buen pedigrí. Cosa agradecida hasta para mí, pues afortunadamente eso ha pegado un bestial frenazo a mi lista de caprichos (que sólo ha aumentado en cuanto a sitios de ver y comer). Porque no me dan las pelas, porque en mi foro interno sé que apenas voy a hacer uso, porque al final todos hacen lo mismo más o menos igual, porque mi novia ya está hasta las narices de que meta cacharrería de todo tipo en casa o simplemente porque nunca voy a tener una colección con la que me sienta a gusto. Nótese el abanico de precios de decenas de millares a unidades.

Ahora viene la problemática de niño caprichitos: las alternativas y generalizaciones. Si os preguntan qué he enlazado en el párrafo anterior probablemente digáis que, por orden, veis: una motocicleta, un puñado de cámaras, un reloj, una cafetera y un vinilo. Que es lo normal. Muestra de una mente sana. Por supuesto sabéis que no es así para mí, ya que de lo contrario no estaría escribiendo nada de esto. El compromiso de las alternativas es tremendo y un auténtico dolor de cabeza (sobre todo para mi familia u otra gente que me quiere, por el motivo que sea). Muy sencillo. Imaginad ese autorregalo que de vez en cuando os salta en el subconsciente, a veces alguna foto, algún plano perdido en una serie, algún artículo o algún reflejo en un escaparate os recuerda que, en fin, sigue existiendo. No os hará más felices, no os hará mejores personas, no os hará más bellos ni más listos y es que tampoco ese es el motivo por el que alguna vez habéis tonteado con él metiéndolo en la cesta de la compra de alguna tienda on line y eliminándolo en el último segundo, vete a saber por qué. Sigues con tu vida y a lo mejor en otro momento, cuando te encuentres en otro estado de ánimo te das el sí quiero envuelto en satisfacción y notando la alegría abrazándote por comprar ese cepillo de dientes eléctrico, cuyas características te has aprendido ya de memoria y cuyas diferencias con todo el resto de la gama sabes enumerar y recitar pues te has convencido de que el que te va bien a ti es precisamente el MarcaABC Modelo123 apenas dos días antes de Navidad por 19,95€. Te llegará a mediados de la semana siguiente como muy tarde. Qué maravilla. Sorprendido, el regalo que te corresponde esas mismas navidades es un cepillo de dientes eléctrico; el ABC 122. El 122. 1. 2. 2. Es prácticamente igual que el 123 que tanto te había costado decidirte a comprar. Pero tú ya habías repudiado ese modelo, tú no querías el 124 con función estelar. No querías el 122 sin función magistral. El 123 representa exactamente todo lo que un cepillo de dientes eléctrico ha de ser. Es la proyección de ese concepto en tu cabeza. Es ideal.

Esto me pasó a mí el 25 de diciembre de 2015. Fácilmente estuve cuatro meses flirteando con el 123 antes de comprarlo, más del tiempo de vida útil de un dichoso cepillo convencional. Sonreí cuando abrí el paquete y dije sí al «¡Es un cepillo eléctrico, como el que querías!» que se lanzó décimas de segundo después de que el papel azul descubriese el frontal del presente.

Como niño bien educado fingí ilusión durante varios minutos y me convencí de que la humanidad llevaba cepillándose los dientes sin función magistral muchos más años de los que puedo pronunciar. Amazon, a base de enemistarse con sindicatos y empleados, ofrece un servicio de devoluciones que hace sonrojar al mejor valedor del Corte Inglés que puedas echarte a la cara, por lo que cancelar mi pedido (que estaba ya en reparto por el milagro de la logística robotizado) fue una agridulce experiencia de no más de medio minuto, que es lo que tardé en desechar la idea de no estrenar este regalo y podérselo endosar a alguien mientras disfrutaba de mi 123 en silencio.

Episodios similares a este me han sucedido unas cuantas veces y me imagino que a ti, a él, a aquellos también. Por eso mismo cuando me dan un regalo «porque toca», el aparente nerviosismo del qué será no hace más que esconder un ruego de que no sea algo «como el que quería». ¿Que qué desagradecido? Por supuesto. Pero atención, que si partimos de la base de que el regalo es un compromiso y que se lo dan a un muchacho con la vida resuelta (como más o menos todos aquí), creo que se puede tirar por el siempre agradecido camino intermedio: no complicarse un ápice. Por eso desde hace varios años (pocos, también es cierto) no puedo estar más contento de que me regalen calcetines. Y calzoncillos. Que es, además, lo que deberíais hacer vosotros al ver que esto ha estado en barbecho y sale un brote de la nada. Tal vez no fuese lo que esperabais, pero algo es.

Visto en: 🧦 🎀

2 respuestas a «A caballo regalado agradécele los calcetines»

Yo solo vengo a decir que llevo años adorando que me regalen calcetines y ya basta de pintarlos como regalos de Segunda división. Los calcetines son lo mejor del mundo mundial como regalo. Sobretodo si te sales de la norma y te gastas un poquito porque nadie quiere gastarse los duros en calcetines para uno mismo.

(Hace tanto tiempo desde mi último comentario que no recuerdo como iniciar sesión)

Y por eso, desde hace años, aviso de que no me gusta que me regalen nada por cumpleaños, reyes y demás. No quiero nada de eso. Si alguien me regala, que sea porque le apetece, como cuando lo hago yo.

Old Grumpy Man, sí, siempre.

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