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Pensando en alto

La cosita del love hotel y las escorts sonrientes

Hace unos pocos años, yo estaba a punto de cumplir 21 (y el día 30 alcanzo los 25, guiño-guiño, regaladme muchas cosas, y tal), conocí a dos escorts. Una de ellas, con la que tuve más relación posteriormente, decía que nunca se acostó ni planteaba acostarse con ningún cliente, simplemente se dedicaba a acompañarlos, sonreír, repartir tarjetas y esperar llamadas. La otra, en cambio, decía que el sexo siempre era algo habitual con los clientes. A mí me parecía un mundo fascinante porque ambas eran chicas despampanantes, con sus carreras terminadas, que leían libros antes de que Crepúsculo o Grey lo hicieran molón, mucha clase. Jamás te imaginarías que, en diferentes partes del mundo, una de ella disfrutaba del morbo de conocer a un hombre cada noche y fingir que se querían. Le ponía.

Sí, a mí me parecía fascinante de verdad. Vivo en un calle donde la prostitución es común, no se esconde, y se acepta sin mucho reparo. Pero son prostitutas que, la verdad, da pena ver e imaginarse su situación. Todo lo contrario a la élite de los cuerpos que prefieren pasearse en habitaciones de hotel de lujo, desayunando Möet y cerrando joyerías. No lo necesitan, una quería hacerse con contactos de medio mundo y otra disfrutaba de verdad. Joder, tan frío e impactante que cada traman que me contaban me hacía querer saber más y más. Puedes mantener una vida completamente normal, casta a los ojos de todos, ser esa vecina con la que todos queremos quedarnos encerrados en el ascensor, de anuncio de cerveza en la que viene a tu piso a pedirte sal, la vecina a la que nunca te atreverás a decirle si quiere bajar a tomar una caña porque pudiendo estar con cualquier tío, no se iba a molestar en mirarte mucho, y resultar querer llegar a Mónaco porque un cliente va a estrenar el nuevo yate.

A ver, la hostia, me sigue pareciendo fascinante que ese mundo esté ahí, tan cerca de nosotros y a la vez tan aparentemente lejos. Soy capaz de mirar para otro lado en cada ocasión que una mujer (porque tiene una edad) se rasca la pierna subiéndose el vestido sentada en uno de esos pivotes frente al portal. Pero no fui capaz de desengancharme de sus historias de lujo, cuernos a la mujer (que, realmente, imagino que haría lo mismo en cualquier resort cubano) o, lo mejor de todo, cuando la chica contaba que lejos del típico calvo, de edad respetable y Jaguar clásico, era frecuente encontrarse con clientes de su edad que simplemente no querían tener ninguna relación. El mismo supuesto, pero pagando, pudiendo mojar las bragas de cualquier mocita de club el tío prefiere sucumbir al morbo de poner dinero de por medio y fingir un amor con IVA aparte.

Cuando me mudé a Madrid y dedicaba tardes a conocer las calles aledañas, los barrios cercanos, su arquitectura, sus tiendas y sus ‘cómo llego a casa desde aquí sin Google Maps’ reparé en un edificio negro de Chueca que ofertaba abiertamente habitaciones para intimar y marcharse, a sus puertas circula gente proponiéndote con quién pasar el rato. La escena de Léon con Portman de niña debe ser muy turbia en el mostrador de esa recepción. Siempre que paso por allí recuerdo los comentarios sobre los love hotel que me mencionaron sobre Japón.

Sí, es conocido en occidente porque las guías de viaje lo venden como una solución de alojamiento barata, pero que te cuenten con tanto detalle lo que sucede en las habitaciones, esa sensación que no se transmite más que tocándose los dedos de la mano, haciendo ese gesto de terciopelo invisible… Ay. Me parecía tan lejano. Pero resulta que no, que llevan tiempo aquí, que hasta el que dicen que es el mejor love hotel de Barcelona (no hace falta que os grite que no conviene que abráis el enlace con los niños correteando por ahí, o el jefe asomándose por encima de su taza de café) se promociona con una certificación ISO sobre higiene que yo creo que es lo mínimo exigible en estos negocios. Lo bueno de las tonterías 2.0 es que es realmente gracioso leerse las opiniones de los clientes, probablemente consultores informáticos, supongo que en Japón será igual, vayas o no con tu pareja. Y es que yo, que soy un enamorado del amor y no se cansa de vivir en una época en la que el porno está bien iluminado y prefiere pensar que disfrutan y son felices, recibí un tortazo de realidad cuando una amiga me dijo que ojalá su novio la llevase a un espectáculo de sexo en vivo en un festival erótico. Sí, sí, no me miréis así, me he desatado un poco y esta última revelación de chicas frágiles que quieren ir a mirar cómo a otra se la clavan merece una entrada algo más cochinota (que no sabría escribir), pero ayuda a entender por qué puedo llegar a publicar una sarta de anécdotas cerdas como esta.

Visto en: Colchones.

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¿Cómo hago para...?

La publicidad que ya debería ser y los bocatas de mañana

Uno de los entretenimientos de la gente que nos dedicamos a ‘esto’, sea ‘esto’ lo que sea, es comparar cómo trabajamos ahora y cómo se trabajaba antes. De ahí pasar al cómo se hará en el futuro. Imaginar el futuro, pedir a gritos que lleguen nuestros jetpacks, nuestros trajes plateados con antenas y vehículos voladores. The year two thousand.

Como todos los ingenieritos, ingeniertos wannabe, ‘picatas’, gente de back, gente de front, gente que ojea la National Geographic en el Metro mientras sufre por lo que mañana le dirá el mecánico del taller, gente subvencionada por Wacom, gente de vi (que es el bueno) y gente de Emacs (que no es lo malo, sí lo peor), como todos ellos, yo quiero y aspiro a ser un Zuckerberg, un Bezos o la jubilación de Ballmer. Así que todos buscamos pertenecer a (o crear, incluso mejor) la next big thing. Os dejo, de manera altruista (pero mi cumple es este mes y ahí abajo aparecen cosas que podéis regalarme) un par de ideas que pueden ayudaros a convertiros en esos nuevos niños ricos asentados en Menlo Park, Palo Alto, Los Gatos o Aliso Viejo.

La publicidad online en los tiempos de la cool-era

La publicidad online es un engorro y una patraña. Un mal menor que aceptamos y soportamos, pero que está mal planteado de raíz. Muy mal pensado, tanto, que hasta nuestro propio organismo ha desarrollado sus anticuerpos que distinguen un anuncio a tres millas y, correctamente, lo obvia, un AdBlock en la retina. No puede decirse nada más, es un sistema fracasado. Y hay que cambiarlo. Porque debe ser eficaz (y, se sobreentiende, efectiva).

La publicidad online debe salir, con urgencia, de cualquier margen de Google (incluso el superior) y olvidarse de la paparruchada (funcional, eso sí) de las subastas de palabras en una bolsa. Adiós al tanto pagas tanto vales. No. Tenemos herramientas (de verdad) que nos permitirían presentar una publicidad que, ojo, resultaría útil. Y si eso funciona, no hay mejor publicidad.

Me explicaré. Hay que centrar las vallas publicitarias allá donde mira el ojo, tan simple como eso: Facebook. Sí, esperad, hay que hacerlo bien. Podemos consultar varias APIs y destornilladores de estrella para saber exactamente qué hará tal o cual fulano, dónde va a estar, qué va a necesitar, a qué hora, qué clima hará y si ya lo tiene.

Era de noche y, sin embargo, llovía

Un caso práctico. Es noviembre de 2013 y todo el dinero que no te has gastado en intermitentes traseros lo has destinado a llevar a una bailarina de ballet retirada a ver a Jamie Cullum en La Riviera. Y Facebook (y Google) lo saben, porque has marcado que vas a ese evento, y no hay drama ni espionaje, ojo, abandonad las paranoias de patio de colegio y panfleto de Área 51. Y se saben los horarios, y ahí está el momento, ahí la publicidad es útil. Porque sales del recinto habiéndote dejado el corazón en Photograph y quieres ver qué dicen tus amigos o subir alguna foto por la mera envidia y ahí no puede aparecer, repito, no puede aparecer un anuncio de una empresucha forzándote a comprar acciones de Apple o Yahoo (Yahoo! si me dejáis ir de guay). Porque es una fría noche de noviembre de 2013 y tú y la chica de pelo trenzado que antaño vestía tutús tenéis hambre, frío y nadie ha comentado tu estado absurdo ni tu foto de una maceta y un perro dormido a su lado. No quieres comprar acciones, nadie se despierta un día, ve un anuncio de stock options de palo y decide jugar en Wall Street. Pero, eh, sigues con frío y con hambre y tenemos las herramientas suficientes como para que Facebook sepa la hora que es, que intuya que no hemos cenado porque sabe que hemos salido de un concierto, que me localice un sitio cercano donde me va a apetecer comer algo (porque, además, ¡conoce mis gustos!) y esto lo hace mejor que cualquier Siri de medio pelo, me plante ahí un anuncio que diga «¡Todos los miércoles 30% de descuento en Sidrería Martutene! ¿Reservamos?» con una letra pequeña diciendo que consumo mínimo de 25€ y un cartelón bien grande que diga «Sidrería Martutene, 250m, 3min, calcular ruta». Y, bingo, una mínima inversión de un bar se convierte en dos clientes más la tropa que acompañe porque Facebook (o la herramienta del momento que sea) ha sabido realizar un data-mining correcto de toda la grandísima información de la que dispone. Tenemos esa capacidad, hagámoslo.

La idea no resulta tan innovadora, ojo, sólo hay que fijarse en los anuncios de las radios, no son los mismos anuncios los que aparecen en una cadena de música comercial que los que aparecen en COPE, por ejemplo, y tampoco los mismos los que aparecen en COPE retransmitiendo un partido de fútbol que los que acompañan una misa. Y ahí buscan su nicho. Y más o menos bien, van tirando. Pero es que se puede hilar más fino porque ninguno de los dos de la pareja anterior ha sido previsor y cuando salen con la barriga llena y habiendo aprovechado la oferta del descuento empieza a jarrear y la misma aplicación, que no tiene derecho a hacerse la tonta con tantos datos con los que cuenta, sabe dónde estás y lo mínimo que puede hacer es sacarte un fotograma de Lost in Translation con una preciosa Scarlett en el paraguas que te propone comprar uno para que no te vuelva a pasar, y es probable que tú ya tengas uno, dos, diez paraguas, aunque, ojo, es probable también que ayer se te olvidara uno en un vagón de la línea 5, la semana pasada se te rompió al salir de la oficina y, oye, ese tiene orejas de oso panda y no puedes decir que no a esa melena que te golpea el hombro mientras se intenta colocar la capucha. Vendido por una tienda minorista que se dedica a ofrecer ese tipo de curiosidades.

¿No debería ser así ya? No tiene sentido que Amazon insista en ofrecerme en todas las webs que tienen su cajita de affiliates una y otra vez cualquier último producto que no he comprado. Puede que ni siquiera lo quiera o no me lo pueda permitir, no es cómodo recordarlo. No voy a comprarlo. Sí, sé que puedes marcar cierta publicidad en Facebook y especificar que no quieres ver anuncios de empresuchas intermediarias entre el Dow Jones y tú, pero ni se le acerca al funcionamiento que realmente entiendo debe tener. Y, de nuevo, contamos, de sobra, con la tecnología y la gente capaz de montar algo así en pocas tardes. Contentas a los anunciantes (que son los que te pagan por aparecer) y contentas a los clientes (que son los que dan dinero a los primeros).

500_mejores_recetas_jamie_oliver.torrent

Segundo plato de la entrada, los emparedados del mañana. Si bien en los párrafos anteriores me he hartado a decir que es algo que ya se puede hacer, o, mejor, que ya debería estar hecho, esta segunda parte la veo real en una década, aproximadamente. Veréis, ¿recordáis la hamburguesa de laboratorio? Pues ya está. Esa es la clave. Crear artificialmente un producto idéntico al que podemos comprar en una tienda. Crearlo, que es fascinante. La idea que se me ha ocurrido para sacaros de pobres desgraciados, llorones y quejicas, es desarrollar (cuando se pueda) una impresora 3D que imprima comida terminada. Me explico, que los ingredientes sean artificiales, que te descargues las recetas y las imprimas colocando un plato de cerámica blanca en la salida de la bandeja del papel y rebosen manjares exquisitos. Es una locura sólo pensar en que alguien haya tenido esta descacharrante idea, sin embargo, cuidado, lo veo. Se puede ir más allá, una máquina expendedora de platos cocinados (impresos) en el momento con diferentes precios según se configure el menú. La tecnología, poco a poco está llegando ahí.

Visto en: A Cullum lo vi en el Huerta del Rey de Valladolid, pero repetiría.