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Buhardilla Lagarto

Yo escribiré cuando tú bailes

El pasado jueves resbalé con la moto, una Vespa PX 200 del ’99 bautizada como The Townshend, en la glorieta de Rubén Darío, que es una rotonda de una de las zonas guays de Madrid. Terminé en el hospital con una fisura en el pie, muchos moratones, abrasiones, heridas abiertas y una clavícula rota. Poco, muy poco, me ha durado el capricho. Pero el del taller se va a alegrar. Esta anécdota, la del piñazo, a priori irrelevante, sirve como entradilla para que entendáis porqué, debido a la baja, ha aparecido un numeroso grupo de personas (no) pidiendo que escriba, que ahora iba a tener tiempo y ninguna excusa. Y es verdad.

Me aproximo a esto con cariño y lejanía, como si fuese un bar cercano que siempre ha estado ahí, donde el camarero te conoce perfectamente y donde has echado muchas horas, muchas risas y muchos llantos, pero que sabes que no puede ofrecerte más cosas. Con nostalgia. Y, ojo, eso está bien. No quieres que cierre ese bar, por la pena, porque es tuyo, porque has invertido mucho tiempo y esfuerzo en él.

Recuerdo, de crío, en no sé qué curso del colegio, una frase que decía que, en España, no se escriben libros porque no se leen y, a la vez, no se leen porque no se es escriben. Es la típica chorrada de Lengua y Literatura que juega a meterte el miedo en el cuerpo y a hacerte creer que si lees más eres más listo, como una ecuación matemática. Cuando nos da por pensar ya vemos que no hay ninguna relación directa entre cantidad de lectura e inteligencia. Peligrosamente también implica que si escribes mucho eres mejor que el resto. Pero que Anastasia siga follando con Christian. Y ya está.

No es por falta de temas, porque, mismamente, podría ponerme aquí a desarrollar un ensayo sobre algo tan aparentemente trivial y tonto como enrollar manualmente el papel higiénico. Eh, todos lo hemos hecho. Y es una chapuza. Y te preguntas cómo será la máquina que se encarga de ello, si hace girar el canuto de papel o éste permanece inmóvil mientras un brazo giratorio se desplaza a su alrededor, abrazándolo con el papel, primero una capa, luego otra, tal vez ambas a la vez. Quién sabe, tal vez ese mismo brazo va corrigiendo su posición cada décima de segundo. Hay que aclarar esto. Están pasando cosas chungas con esto. Igual hay gente que está muriendo con esto. No. No es por temas. Es por nostalgia.

Me da mucha rabia la gente de unos treinta años, bienio más bienio menos, que habla maravillas de los putos ochenta, los 80. Aquella década de heroína y música pésimamente producida que comenzó con el fallecimiento de Bonzo sólo dos años después del de Moon. No podía salir nada bueno de ahí. Y no quiero decir que todo tiempo pasado fuera mejor, sino que, por una vez, quiero decir lo contrario.

Cuando esta gente habla de esa década, de esos peinados y esas fotos vistiendo un chandal verde con reflectantes amarillos (ropa de yonki, que diríamos ahora), y dice que ojalá pudieran volver allí lo dicen con nostalgia, con mucha nostalgia, pero sabiendo que en el fondo no desean revivirlo ni siquiera superficialmente. Ni por los muertos por el SIDA ni, sobretodo, por las comodidades a las que ahora sí están acostumbrados: ya sea todo el conocimiento del mundo en segundos en la palma de la mano, poder escoger millones de opciones de ocio incluyendo las de cualquier país globalizado, los coches cómodos y seguros que apenas sufren problemas mecánicos, la democratización de la fotografía, ver que el 12-1 a Malta no queda en nada si miramos a Casillas y a Iniesta o, incluso, la carne de Kobe. Los videojuegos eran más difíciles, sí, pero ahora puedes jugar contra tu hermano que está viviendo en Edimburgo y os visita con cierta frecuencia gracias a las aerolíneas low-cost porque ahora volar en avión ya no es un acontecimiento especial.

La nostalgia nos engaña. La nostalgia nos hace venir a este bar. A este recuerdo de hace unos años donde no escribía dos post seguidos sin meter un ergo. Ni los 80 ni la Buhardilla tienen culpa de nada, en realidad. La comunicación ha cambiado y, aunque estoy disfrutando mucho escribiendo esto y recordando el bullicio que se generaba en mi alcantarilla underground, no sé si dejé de escribir porque no se leía o si se dejó de leer porque no se escribía. Pero he escrito sabiendo que se leerá. Cada tap del teclado. Sigue siendo una sensación maravillosa lo de escribir porque haya gente que quiera leerte y no lo de escribir porque yo lo necesite.

No sé cuánto pasará hasta el siguiente click en el botón azul de publicar, pero tal vez haya concluido mi reposo y mi rehabilitación. Tal vez se haya pasado de moda el buey Kobe y las bicis sin frenos ni cambios. Tal vez una factura desproporcionada del taller. Tal vez haya aprendido a colocar bien los hombros, recta la espalda, como en un vals vienés. Ese compás 3/4 tan marcado.

Visto en: 50 Shades of Geko.