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¿Cómo hago para...? Lagarto

La pose de la etapa de los cereales de marca

Una de Capitán Obvio, pero que tiene su miga y es conveniente (creo) recordarlo. Esto de vivir por uno mismo es toda una experiencia, sobretodo, porque en el mayor de los casos también vives para ti mismo. ¡Es único! Sin duda es una etapa de mi vida que debo aprovechar y de la cual me he dado cuenta hace más bien poco tiempo, cosa de semanas. Yo lo he bautizado como «la etapa de los cereales de marca». El nombre lo dice absolutamente todo.

Cuando comencé a vivir de mí mismo y en mi propio espacio quedé expectante intentando intuir por dónde podrían venir las balas y, durante los primeros dos o tres meses vivía literalmente dentro de una hojita de cálculo e intentando ser lo más minucioso posible en ella. No se puede decir que fuera algo enfermizo, pero sí le otorgaba una grandísima importancia. Tiempo después, el suficiente como para poder prever los gastos venideros, cuando ya creía tener la sartén por el mango, comencé a soltarme poco a poco hasta llegar al momento actual. No hablo sólo de economía (pues la economía doméstica, en la mayoría de los casos, no es más que sumar un mucho de una vez y restar un poco muchas veces hasta la siguiente suma), hablo de lo que se extiende de la economía pues, una vez tenido sujeto el tema de las cuatro perras de cada mes, si añadimos la mezcla adecuada de administración y caprichos alcanzaremos un modo de vida desahogado y de lo más placentero a la vez, ese en el que puedes decantarte por los cereales en base a su renombre y no a su nombre. Todo esto, por supuesto, desde el punto de vista de un puñetero pijo de la hostia como aparento ser y, peor, soy.

Todo se basa en pequeños trucos que, aparte de dar ambiente y hacerte sentir mejor por pura estética, te suben un poquito en la escala social de tu vecindad (o algo así). Son cosas como darte cuenta de que tienes unas latas de cerveza en el frigorífico por tener, para cuando viene alguien y quieres invitarle a que tome algo, lo mismo que el surtido Cuétara que, de niño, sólo veías en la mesita del salón cuando venía algún familiar concreto. ¿Tomas cerveza en casa? Siguiendo con el ejemplo. En mi caso concreto veía que sólo bebía, como he dicho, cuando venía alguien o, en tres ocasiones, viendo un partido de la Real Sociedad por streaming. ¿Qué he hecho? Comprar botellines, ¿por qué? Por puro glamour, por pura imagen, por puro ego, por pura sonrisa del que llega a la Mansión Wayne de provincias y le sale una chispita en los ojos al ver las jarras de cervezas siempre en el congelador y sentirse extrañamente entretenido y disfrutando del simple gesto de utilizar un abridor en lugar de urgar con la uña en el tirador de la lata. Por supuesto que los botellines son más caros que las latas, el vidrio (reciclado) se paga mejor que el latón. ¿Qué pasó con mi adicción a la cafeína? Se sigue alimentando de baratas latas de Coca-Cola Zero. Sin drama.

La magia de estos caprichos, de quedarte con el queso bueno y no con el queso, de darte el gusto cada semana de coger dos o tres ingredientes de cocina que sabes que son de la máxima calidad porque, por algún motivo, te has molestado en buscar y conocer lo mejor, en conocer quién hace el queso del Auchan y cómo, de disfrutar de las diferencias entre un embutido tradicional que te hace babear con el primer aroma una vez abierto el envoltorio envasado al vacío y el sobrecito de lonchas de algo que cogía antes por costumbre. Son detalles, algo más caros, pero que ahora me puedo permitir, no sé si dentro de otro medio año lo podré seguir haciendo, no sé cuándo me veré obligado a dar fin a esta etapa de Chocapic y pose. Caprichos de apenas cinco euros más a la semana que no te hacen sentir desgraciado cuando abres el frigo, el armarito de las especias o la maleta porque ahora puedes permitirte visitar Londres despreocupadamente con la excusa de tener un amigo allí.

Y, es que, manda cojones, a ratos se nos olvida que todo este tinglado que nos hemos montado de la sociedad, la vida y su convivencia, lo de pasar tiempo por aquí, de nada sirve si no disfrutamos, y se disfruta mejor con lo mejor, y su disfruta mejor buscando lo mejor, aprendiendo a conocerlo, sorprendiendo a los demás. Sacudiéndonos los complejos ridículos de pobre escondidos bajo la caspa siempre que podamos permitirnos detalles con nosotros mismos, ya sea un salchichón exquisito, una edición especial de Moby Dick editada por Penguin con un tacto extraordinario, la aplicación móvil de moda o sabiendo apreciar la alpaca en lugar de la lana. Creyéndote un dandi.

Visto en: Malasaña, Camden y alrededores.