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Buhardilla Pensando en alto

El día que me expulsaron de internet por error, dicen

Como personas de bien que sois, seguramente os hayáis pasado hoy por aquí, sólo por pasarse, a ver qué tal estaba esto. En ese caso, como de hecho me consta que ha habido personas (que así me lo han hecho saber) os habréis encontrado con un mensaje que decía que te vuelvas a casa, a hacer tu vida, que aquí no hay nada que ver, concretamente el que muestro en la imagen.

Mensaje anunciando la desactivación de la web

También, como las personas que lo han visto y me han avisado, pensaréis que no pago el hosting y entonces, claro, adiós al servidor. Pero no, ha sido un problema grave, muy grave y absurdo, de propiedad intelectual. Sí, Copyright, la cresta de la ola. Afortunadamente no ha sido necesario que ninguno de vosotros me comentase nada porque nada más levantarme esta mañana he leído la notificación por correo electrónico, decía, textualmente:

Dear adrian:

Your web hosting account for elgekonegro.com has been deactivated, as of 06/28/2011. (reason: terms of service violation – copyright violation)

This deactivation was due to a Terms of Service violation associated with your account. At sign-up, all users state that they have read through, understand, and agree to our terms. These terms are legal and binding.

Although your web site has been suspended, your data may still be available for up to 10 days from the date of deactivation; if you do not contact us during that 10 day period, your account and all of its files, databases, and emails may be deleted.

If you feel this deactivation was made in error, or in order to gain access to your account, please call our customer service line as soon as possible at (888) 401-4678 and press 5 to speak with a member of our Terms of Service Compliance department.
Please read the following, derived from our Terms of Service agreement, for additional information regarding the matter.

No subscriber may utilize the services to provide, sell, or offer to sell the following: information used to violate copyright(s), violate trademark(s), or to destroy others’ intellectual property or information.

Please review the current copy of our Terms of Service here:
http://www.bluehost.com/cgi/terms

Thank you,
BlueHost.com Terms of Service Compliance

Les ha faltado el buenos días, pero se lo perdonamos. La negrita del antepenúltimo párrafo es mía, por cierto. Inmediatamente me puse en contacto con ellos pidiendo explicaciones porque, de la noche a la mañana (y sin escribir nada aquí) algo había incumplido una normativa de derechos de autor. Así que empezó un serie de cruces de correo que duró hasta hoy a las siete menos algo de la tarde en el que se aclaró todo el asunto.

SPAM!, una referencia más a los Python

Tras hablar con el servicio de asistencia de Bluehost (empresa con quien tengo contratado el hosting donde se aloja elgekonegro.com y otras pocas páginas que poco o nada tienen que ver, como Nada Nuevo, en una de ellas trabajo día sí día también y algunas contienen prácticas de clase) me explicaron que en base a la ley vigente estadounidense para el cumplimiento del Copyright, llamada DMCA, se debía desactivar todo el servidor asociado a ese dominio del que se descuelgan todas las demás páginas. DMCA, Digital Millennium Copyright Act, ahí enlazada en la Biblioteca del Congreso, es una ley tan documentada como criticada y hasta Google, en castellano, se cubre las espaldas descaradamente por miedo a meterse en líos.

El hosting lo contraté con una empresa estadounidense precisamente por estas cosas, así, si quería decir SGAE LADRONES, no me podrían tocar porque tanto el dominio como el servidor (la máquina física, con sus cables y sus lucecitas) se encuentran en EEUU. Ahora bien, nunca pensé que llegaría a tener problemas con las normativas locales, y joder, estos no avisan. Disparan y no se molestan en preguntar después porque ya te encargarás de responder igualmente. En mi caso, tras explicarme los «cargos» me aclararon que el problema se encontraba en una entrada que yo recordaba como lo que era, corta y tonta, pero no podía verlo al no tener acceso, tras explicar que estaba seguro, ejem, de que el contenido de ese texto no podía albergar material registrado me revisaron el todo de nuevo y vieron que unos comentarios de SPAM que Akismet (el plugin de WordPress encargado de impedir que entre mierda) se había comido contenían nombres de medicamentos y otros productos milagros registrados a nombre de una empresa, yo no tenía permiso por parte de esa farmaceútica a utilizar esos nombres por lo que no debían aparecer en ninguna página mía, y esta ley permite echar abajo toda la infraestructura por dos palabras. Así, exfóliate los cojones.

Unos cuantos correos después consigo convencer a uno de los del servicio de atención al cliente que me dejara entrar en la web (que la habilitase de nuevo, al menos para mí) y pudiese borrar esos comentarios o, al menos, poder entrar a su panel de control, buscarlos en la base de datos y cepillármelos a manos. Accedieron a lo primero, los borré y la DMCA, que envía unos correos muy feos, me dijo que gracias por colaborar y que tenga un great day.

Me parece flipante. Está bien, es la ley, yo he elegido atenerme a ella (sin conocerla, cosa que, como sabemos, no me exime de cumplirla) pero cuyo cumplimiento se lleva a cabo de una manera tan radical que, envuelto en toda la absurdez del asunto, asusta. Me explico en pocas frases.

  1. Un robot consigue introducir basura en la caja de comentarios de tu blog y esta mierda se almacena sin que seas consciente.
  2. Otro segundo robot que rastrea internet compara continuamente resultados de búsqueda con una lista de términos almacenada y encuentra una o varias coincidencias en la basura anterior, en tu sitio.
  3. El servicio automatizado (hasta cierto punto) entiende que si está en tu página, tú eres responsable de ese contenido, independientemente de quién lo haya escrito ya que se ofrece una herramienta para hacerlo. Vamos, que se os ocurre decir que queréis matar a Obama y no pasaría nada, pero si se os ocurre copiar y pegar una porción de texto de Stephen King, por ejemplo, me cortan la cabeza.
  4. Ese segundo robot encargado de llevar a cabo el cumplimiento de la ley DMCA localiza la empresa donde se aloja tu web y envía la orden de cerrar los sitios asociados al dominio principal donde aparecen esas coincidencias registradas, no las páginas únicas y localizadas donde se han encontrado sino todo el servidor. Cosa que me ha mosqueado mucho ya que si nos ponemos en la piel de la gente que vive de su página web y ésta se encuentra en un servidor con su colega, pongamos, pierde los ingresos de unos días, y puede ser crítico, como un ataque DDoS pero con glamour y sin venganzas de palo.
  5. La empresa del alojamiento, tras ejecutar la orden de la ley, te avisa de que se ha tirado todo abajo por una infracción de términos de uso al ofrecer contenido protegido, sin especificar dónde ni desde cuándo, ni mencionar tampoco la famosa ley.
  6. Tras unos pocos tiras y aflojas consigues que te expliquen realmente lo sucedido y pides saber qué puedes hacer para solucionarlo, todo, mientras todas las páginas están deshabilitadas y la cuenta desactivada de forma temporal.
  7. Una vez que lo solucionas ellos lo verifican y, efectivamente, todo es correcto, te activan de nuevo los servicios. Unos saludos y aquí no ha pasado nada.

Increíble, sobretodo porque tuve que bajarme los pantalones y explicar que no había manera humana de que me estuviera haciendo rico con esta página (ni con ninguna otra) porque Google AdSense me canceló el servicio, de modo que aunque estuviese mostrando información registrada por quien fuese, no había beneficio económico ninguno. De nada sirvió. Ni eso ni insistir en que, por favor, habilitasen el resto de páginas que no eran Un Lagarto Abuhardillado. La dichosa ley lo dice así.

Probablemente me llaméis demagogo, y puede que peque de ello, pero me tiro a la piscina, desde el momento en que ARPANET se volvió una herramienta civil y las diferentes universidades comenzaron a delegar el desarrollo de internet a personal ajeno a la educación esto se volvió un negocio, con sus cosas buenas y malas. ¿Es necesario poner tanto empeño y esfuerzo por una tontería como unos comentarios de SPAM sobre pastillas mágicas que cualquier persona con dos dedos de frente ignoraría? Hay problemas mucho más gordos en internet y la gente destinada a solucionarlos carece de los recursos suficientes, la venta de esas sustancias, por ejemplo, contratos falsos, la pesada y turbia lacra de la pornografía infantil. Que joder, si te sabes mover por los tugurios más obscenos y tu estómago te lo permite puedes comprar armas y vídeos salvajes con menores explotados y todo con una relativa facilidad y anonimato. Bochornoso. Pues sigue exfoliándote porque para echar abajo ese servidor es necesaria una orden que no sé cuánto se tarda en extender pero supongo que más de lo que puede llevar a alguien eliminar datos de manera relativamente fiable, el cacheo que se haya generado y quemar un PC si hace falta. Vergüenza.

Visto en: USA.

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Lagarto

De la noche que hiciste West Side Story y todos se levantaron de su asiento para aplaudir

Puede sonar a pastelada pero ya sabéis qué leéis. Creo que he ido lo justo al teatro como para saberlo apreciar, no me apasiona pero en ocasiones me cautiva que haya podido sobrevivir a tantas cosas que, imagino, nacieron con firmes opciones de darle muerte: el cine, la radio, la tele o el más gótico y violento de los rocks. Mis padres son aficionados y hasta eran abonados del Teatro Calderón de Valladolid, supongo que es como ser socio de un equipo de fútbol, pero sin pasar frío y sin insultar a nadie (que se agradecería).

He tenido una relación curiosa con el teatro y es que siempre me cogían para las funciones escolares en primaria, por lo visto depende del comportamiento, si te portas mal no sales, si te portas regular eres un árbol (un árbol que en el escenario dice «¡Soy un árbol!», no sea que su padre, grabando algo que irá a un VHS, no sepa de qué es el disfraz que ha hecho su señora) y si te portas bien y das pocos problemas te ponen en primera fila de combate. Y a mí no me gustaba, ni ser el prota del cuento de navidad (donde hacía de abuelo y la chica que me medio gustaba de abuela, me tuvieron que teñir el pelo con un spray) ni de padre de Blancanieves (la madrastra, la esposa de éste, era la misma niña, yo ya no sabía si los organizadores lo hacían por algún motivo oculto). Le cogí asco al teatro. No me gustaba ensayar. Ni aprenderme las frasecillas estúpidas. Pero no hace falta decirlo, era mejor que clase.

Unos pocos años después salí de extra en un cortometraje que nunca he visto y que la IMDb (cuya B ponen en minúscula) decía que esta bastante malo, salía un chaval del Club Megatrix que ni recuerdo y una parte se rodó en mi colegio. Paren, a primera, otra. Una experiencia aburrida.

Lo que propongo estoy seguro que ya existe, puro teatro amateur, salir del trabajo en una ciudad de adopción (importante, que no dejes colgados a tus colegas o tu familia por subirte a un escenario) y hagas un rato el pelele, sin vergüenza ninguna, conjunto a otras personas que saben que dan el mismo repelús que tú con esos disfraces a medias y esa voz que apenas sirve para gritar las comandas de una hamburguesería sucia. Sí, quitarte los miedos, coger un guión, ponerte en la equis marcada con cinta aislante en el suelo mientras sudas por la luz del foco (que lleva y sostiene un compañero tuyo) y gritar.

Me imagino que esto debe ser muy típico en grandes ciudades con muchísima trayectoria teatral detrás, leáse Nueva York, Londres o Huesca. «Hola, soy nuevo y quería apuntarme al grupo de teatro». Pum, kilo y medio de folios: Hamlet, Romeo y Julieta, tontería infumable de Tenesse Williams que conocemos por Los Simpson y, por encima de todas ellas, mi favorita, la única obra que lees, escuchas o ves y sabes que quieres interpretar: West Side Story.

No sé si habéis visto Cats, para los que no, bien, es un muermo, un coñazo con un valor tan inflado que me produce ardores. ¿Los Miserables? Es como cualquiera de las pelis, pero con algo más de musicalidad. ¿Pero Bernstein? Joder, lo clava, no me gustan los musicales, son de niñas, el último que vi, Hoy no me puedo levantar, me gustó pero es que se lo puse fácil. Ahora, ¿portorriqueños contra criajos en Manhattan? Bueno, puede estar bien, pero así de primeras… Y no, nunca lo he visto, ¿eh? Pero tengo el disco rayado en Spotify. «The most beautiful sound I’ve ever heard, María». Maruca. Te cagas. Te cagas doce en una habitación en América. ¿Quién no querría ser Anton? ¿Quién?

Broadway. Esplendor. Pero bajemos de las nubes, no quiero vender hasta la última entrada del Victoria Eugenia, quiero un techo alto y un cassette. Un director descaradamente gay, que fume con filtro, gordo, trasnochado, que se entusiasme y se coloque una boa al cuello mientras nos coloca en nuestro sitio y grita que no: Que no y que no. Un lugar al que ir los martes por la noche, con tus «colegas del teatro» a ensayar y hacer el mono para olvidarte de los putos problemas cotidianos. Una típica memez extrasensorial. Una deliciosa y a ratos ridícula memez. No hay un más, un grupo de teatro amateur. Con lo que se tiene que ligar ahí. Y hasta con tías.

Semanas de ensayos, de memorizar textos, de «Ahora entras tú, ¿y luego quién va? ¿Pero dónde está mi capuchino? Ah, y luego vas tú, monina, que te me escapas. Ais…». Un rato de nervios y hale, a hacer como que nos pegamos mientras the bullets flying. Salir ahí, cansarse hasta desfallecer, romperse las cuerdas vocales, desentonar, quedarse satisfecho, darse la vuelta y ver a tus vecinos asiáticos aplaudiendo como unos putos descerebrados. Eso es lo que quiero.

Visto en: OK by me in America.

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Pensando en alto

Sebastien 5000+

Después de una conversación de madre con, quién sino, mi madre sobre cómo de desordenada estaba la buhardilla surgió una idea peregrina que ha rondado por la cabeza de muchos desde que existe la ropa: Una máquina que te escoja el mejor conjunto para cada ocasión. Ideal para solteros o gente que, como yo, ha cometido la osadía de juntar cuadros con rayas (y que además están solteros).

La idea, en origen, resultaría sencilla y tirando por lo bajo se podría desarrollar con Arduino o mi ansiado Lego Mindstorm, un sistema de rieles en los que cuelga la ropa (porque yo le sigo dando vueltas a los armarios) de manera que se ponga en marcha haciendo circular las prendas y se pare cuando deje a mano la prenda seleccionada (en principio por el humano), así, deberíamos tener al menos tres bandejas o circuitos en los que estarían primero los zapatos, encima suyo los pantalones y encima de éste riel, uno con camisas, jerseys, etc. Me explico, creo, es fácil de imaginar. Ahora, el usuario debería jugar con los circuitillos hasta dar con el conjunto acertado, y como es la parte difícil, se lo dejamos o a las mamás y a las novias y mujeres, a Esquire o a los ordenadores. Afortunadamente, con estos dos últimos no discutirás a gritos.

Pensaréis que estoy exagerando, pero creedme, yo también era más feliz pensando que podría pasarme la vida vistiendo «más o menos igual» independientemente del momento, hasta que ves que tienes que saber elegir colores y tejidos porque el ambiente (en algunos momentos puntuales) te lo exige, y desperté. Por ejemplo, nunca pensé que diría esto, pero el día 30 tengo que ir a una entrega de premios y no tengo ni idea de qué ponerme.

Al grano. El invento que ni he patentado ni desarrollado, apenas bautizado como habéis visto, pediría unos mínimos parámetros de entrada (tipo de evento, estado de ánimo, yo que sé) y, en base a la climatología, los datos de la ropa introducidos en el sistema o los que se pueden conseguir en la red te devuelve un montaje con las piezas del conjunto escogido. Si no queda suficientemente claro, no os preocupéis, he tenido el detallazo de perder diez minutos de mi tiempo en el siguiente dibujo explicativo:

Esquema Sebastien

Se comprende, ¿verdad? Mi idea mágica, bonita y comercialmente con sentido es sincronizar en una aplicación el catálogo de prendas adquiridas y almacenadas en un armario con las bases de datos de los vendedores de manera que de ahí se puedan sacar sus datos como el tejido, una imagen o el color, información que nos servirá para formar el conjunto final en base a la disponibilidad del resto de ropa, las características del evento y la temperatura de la calle o del recinto donde se celebre lo que se tenga que celebrar. Así, por ejemplo, si nos compramos en la web de Zara una camisa gris de algodón, esa compra queda registrada y nuestra aplicación introduce los datos directamente desde un servidor de Inditex, consultará la temperatura de la zona donde se haya configurado y te recomendará unos pantalones negros con un cinturón marrón clarito, si hace. Esto lo muestra en una pantalla (tipo la del iPad, que es un dispositivo que daría bastante juego en esto) y, si nos gusta en el dibujo representado en la aplicación, activaría los servos de los mecanismos de los rieles hasta dejarnos a mano el conjunto seleccionado. Voilà, todos guapos.

Si queréis quedaros con una idea resumen, pensad en todos estos programas de decoración o arquitectura que permiten diseñar un hogar con jardines y piscinas incluyendo muebles de empresas reales renderizados y listos para colocar, te piden las medidas del salón, dónde están las ventanas, cuántas sillas meterás en la cocina, en fin, de todo, y al finalizar te has hecho una idea bastante certera de cómo será el resultado final con unos tapizados concretos. Pues bien, el concepto es el mismo pero portado al mundano entorno de la moda. Una maravilla.

Quiero pensar que esto ya está (o ha estado) en la mente de otras personas antes que yo, de igual manera, si alguien está decidido a llevarlo a buen término en el mundo real porque lo ve viable comercialmente y se decide a invertir, estaré encantado de colaborar y ser accionista mayoritario. De nada.

Visto en: Patent Pending.

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Cómics Cine y TV Lagarto

Seven Evil Exes

Pese a la fama de underground, que me encanta, creo que hay temas que es necesario no tratar en este blog para no descubrirme mucho, si bien creo que, dentro de un orden, es algo demasiado mainstream y eso me resulta peligroso. Esto me obliga a crear ilusiones, juegos de luces, engaños y sombras cada vez que intento tratar alguna cosa concreta, de manera que al final tan sólo un puñado de gente (que es a quienes iba dirigida esa entrada) captan parte del mensaje, en casos concretos, a una única persona. Por este motivo, para no cifrar ni obligar a leer entre líneas, voy a ser algo más claro, pero a medias. Valentía cobarde.

El protagonista de la historia no quiere salir a la luz así que, por simpatía (y porque me sale de las pelotas, que soy quien maneja los hilos de esta trama) lo llamaremos Scott. Como Scott Pilgrim. Scott es más que un buen amigo mío, no seáis crueles.

El bueno de Scott, como toda la gente más o menos normal de su edad, que es la mía, terminó conociendo a una chica a quien, por continuar con la historia, llamaremos Ramona, por Ramona Flowers. Por supuesto, Ramona Flowers es una de esas diosas jóvenes que ni siquiera sé cómo pudo fijarse mínimamente en alguien como Scott, algo más joven y socialmente menos… «encajable», el hecho confeso de que ella sienta atracción por los nerds, geeks, y demás personas que distinguen Marvel de DC debe ser pista clave para llegar al cierre del caso. Se llevaron bien. Congeniaron. Iba pasando del tiempo y Scott y Ramona forjaron una amistad. La típica historia de chico conoce a chica unos cuantos pares de miles de escalones por encima de ella, chica cuenta su vida a chico, ambos intercambian penas y, por lo que sea, la gente del mismo círculo de ellos empieza a preguntar, «¿Pero pasa algo entre estos dos?, ¿él se ha lanzado ya?, ¿no debería hacerlo ella que es mayor?». Pero aquí no pasa nada hasta que, como no podía ser de otro modo, Scott, nuestro Pilgrim, se despierta un día, se asoma a la ventana, no sabe qué hora es, pero sabe que ve a Ramona con distintos ojos, y cree que debe armarse de valor para que ella, al menos, esté al corriente de que al pobre chicuelo le gusta. Y, como siempre, cuando todo apunta a que algo saldrá más el destino tiene guardado un As en la manga que nunca utilizará porque, en efecto, saldrá mal. Ramona, con miedo y sorpresa, decide que esto no puede ser, porque pondría en juego la valiosa amistad tallada por ambos con esmero. De modo que Scott mete sus cosas en el macuto, igual que en la película coge una botella de Coca-Cola Zero y tira para casa a contar sus penas al Wallace de turno, el contrapunto cómico (en este caso el compañero de habitación gay).

Scott Pilgrim y Ramona Flowers

En este frame del film que he capturado para vosotros, para que pongáis cara a los personajes si no habéis leído las diferentes aventuras o no habéis visto la película, se ve a Scott (Michael Cera) pensando en Ramona (la increíblemente guapa Mary Elizabeth Winstead, quien puede presumir de tener una de las sonrisas más bonitas del cine reciente y a la que no he perdido de vista desde que apareció de animadora en aquella entretenida película de Tarantino, Death Proof). El problema de Ramona en la ficción no es otro que sus siete exnovios malignos (disculpad si el término no es el utilizado en España, pero tanto los cómics como la película los tengo en versión original y sin traducciones o subtítulos). El Scott original debía derrotar, no sólo pelear contra ellos, a las parejas anteriores de la chica, Ramona. Y vaya si lo hizo. Al principio, lógicamente, por ella, porque quería tener una mínima oportunidad de que aquello, de una manera u otra, funcionase. Después de unas cuantas palizas, gritos y broncas, terminaría haciéndolo por él, empujado en cierta medida por el comentado Wallace, un ligón. Aquí lo veíamos en la historia primigenia (capturado de un PDF) enfrentándose al primer exnovio.

Scott peleando contra uno de los exnovios

Pues de una manera similar al Scott de tinta y trazo fino pero sin Rickenbacker 4003 (ya conocéis mi obsesión por este modelo de bajo eléctrico) con acabado Fireglo, el Scott de carne y hueso perseveró y fue ganando pequeñas a la par que descaradas batallas, diminutas, guerra de guerrillas en la que cada metro ganado era, sin ningún género de duda, un motivo de celebración (únicamente a nivel personal). El problema, es que nuestra Ramona, también podía colocar entre medias toda la distancia que quisiera, haciendo de aquello una empresa infinita. El acercamiento iba siendo notable y al cabo de un tiempo Ramona decidió que, por qué no, tal vez debiera dar una oportunidad a este Scott, ¿el mayor problema? Al igual que se ha explicado antes, si algo apunta a que va a salir mal, saldrá mal, pero ahí estaba Scott para enarbolar una bandera que decía, sin tapujos, «Espera, que yo no soy como los anteriores y creo que ya ha quedado demostrado». Y durante unos días, maravillosos, felices, soleados, cálidos y realmente espectaculares, Scott tenía más parecidos con Goku que con ningún otro personaje, ¿por qué? Fácil, porque iba en una nube. Ya entendéis. Vino, rosas y Mancini de fondo. ¿Qué puede salir mal? se preguntaría Blake Edwards.

No lo sé. Scott no lo sabe. No lo supo. Y se lo preguntó y me lo preguntó. «¿En qué he fallado?». Es una auténtica tortura, es una dinámica muy negativa, es una putada de las grandes, quitémonos de gilipolleces. No sabe por qué, no sabe cómo, ni siquiera cuándo, pero sabe que aquello que tantísimo esfuerzo le costó conseguir, ha decidido que no quiere ser. Y no sabéis cómo está el pobre Scott, después de quitarse de encima a todas las adversidades, el castillo de naipes cae, carta tras carta, frente a la mirada impotente de los ojos marrones oscuros de Scott.

Scott, de nuevo, habla con Wallace, que puedo ser yo (o cualquiera de vosotros) que actúa a modo de Pepito Grillo, recurriendo a la pragmaticidad más necesaria: «Haz lo que menos te duela, tío». Si bien, Scott Pilgrim no es una diminuta hormiguita más que sirve a su reina en este hormiguero al que llamamos Tierra. Él confía que, si lo hizo una vez, no hay nada que le impida repetir la hazaña. Él se siente culpable y no sabe por qué, él quiere recuperar el cariño que durante unos meses tuvo y, todo, porque está convencido de la valía de Ramona Flowers quien, para empeorar más el asunto al tristón de Scott, a estas alturas del cuento no tiene problema en intentar conocer otra gente y, también, otra relación o lo que sea, mientras intenta mantener con todas sus fuerzas la amistad con Scott, algo que ella valora con fuerza. En este punto muchos mirarán a Scott con cierto hastío y desesperación, no es más que un cabezota, pero creedme, si insiste en insistir, ejem, es porque está plenamente convencido de que Ramona, la a ratos sonriente y a ratos asustada Ramona, es por mucho, una de esas personas que se cruzan en la vida de cada uno no más una vez. Scott sabe que Ramona tiene ese toque especial. Scott sabe que merece la pena, joder. Y que hay un muro, de hormigón reforzado con acero, vigilado constantemente, sin Checkpoint Charlie en construcción por donde saltar la alambrada como la Alemania dividida. Pero esa misma Alemania enseñó a Scott que los muros, precisamente los de alambre de espino y guardias armados, son los que terminan cayendo.

Scott Pilgrim, insignificante, quiere insistir. Ramona Flowers, al contrario que en la ficción, donde su historia termina bien, sólo quiere que desista pues, al fin y al cabo, tampoco es cómodo para ella, menos después de decir a Scott que, si lo que apenas llegó a empezar se terminó, no fue por él, que no se culpe, que fue ella quien no estaba preparada para nada y menos arriesgando la mencionada amistad.

Conocéis a Scott (y bastante bien), conocéis a Ramona, y os aseguro que destaca con brillantez en muchos campos. Scott me ha pedido consejo, como cafre que soy, estoy a favor en que insista. Quiero dar un voto de confianza al pensamiento colectivo, por favor, ¿qué debe hacer Scott para salir del fango y dejar de lloriquear? Os aseguro que agradece vuestras respuestas. Más de lo que creéis.

Visto en: Toronto.

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Lagarto

Caballero Miguel Ángel y la tarjetita de la cárcel

Público, esta noche voy a contar cómo casi termino en prisión por pasarme de listo, de gracioso y sin buscar nada. Entre diciembre y enero se produjo una mudanza en la empresa de manera que la oficina pasó de ser un piso en una divertida zona de bares a ser toda una planta en una seria y concurrida calle muy cara. Una de las novedades que introdujeron fue un teléfono para cada uno de nosotros. Aquí empezaron las risas de lo que terminó como una historia absurda y documentada.

Los teléfonos eran dispositivos de Vodafone. Su apariencia es de un teléfono fijo aunque realmente lleva una tarjeta GSM como un móvil cualquiera, con batería y todo, sólo que con carcasa grande, teclado separado del auricular etc. Podías hacer llamadas internas entre los cientos de empleados, llamadas nacionales, recibir mensajitos y la verdad es que no les metieron 3G porque así se ahorraban un proxy, pero ya poco les faltaba. La función de centralita era bidireccional, es decir, existe un número fijo nacional (983XXXXXX) al que, cuando llamas, te constestan desde uno de estos móviles y de ahí te pasan la llamada a la persona con quien quieras hablar. En mi caso concreto, llaman del ayuntamiento, es por mi proyecto, el personal de administración pasa esa llamada a mi extensión y esa llamada se sigue realizando desde la línea fija y al mismo tiempo si yo recibo una llamada a mi número móvil (el número de la tarjeta Vodafone que me han asignado en la empresa) puedo pasar esa llamada a otro compañero igual que con la llamada anterior.

Bien, como es frecuente en estos casos, el número que me dieron había pertenecido a otra personas anteriormente y es algo que supimos desde el mismísimo primer día que lo conectaron. Pero no una persona cualquiera como una modelo de Victoria’s Secret o una sexy asistente de vuelo. No. El número de un caballero, Caballero Miguel Ángel Gómez. No pongo el segundo apellido porque algún resultado en Google sí que sale y no demasiado bonito. Extraño es el día que no enciendo el teléfono y recibo un par de mensajes de llamadas perdidas de números externos que ni pertenecen a la empresa ni al proyecto, además de haberse realizado a horas en las que generalmente ninguna oficina trabaja. Rutina.

Imagino que como a vosotros lo que más llama la atención es el título de caballero. Nada puntual, es una constante. Ninguna llamada comenzaba con un «Buenos días, mi nombre es Daisy Johanna Rubiales le llamo porque estamos promocionando un producto telefónico, ¿por favor podría decirme cuál es su actual compañía?», ninguna llamada empezaba por «Hombre, tío, por fin contestas». Simplemente eran empresas, ningún particular, de Cataluña que preguntaban por él con solemnidad, luego me preguntaban a mí si yo, aparte de tener su número, tenía sus datos para poder localizarlo (obviamente no, ni conocía la existencia de este caballerete, risas).

Ejemplo de mensaje

Un día llamaron de un bufete de abogados con cierta urgencia. Ese mismo día recibí un SMS de Carrefour en el que se comprometían a rebajar en un 80% la deuda de esta persona si realizaba el pago del 20% restante en un plazo de tres días. Imaginad qué cantidad de dinero debía el tal Miguel Ángel, perdón, Caballero Miguel Ángel, para que una empresa prefiera perder una gran mayoría del dinero si se asegura una pequeñísima parte. Posteriormente llamaron de Cofidis y de otras compañías dedicadas a los microcréditos y créditos rápidos con un tono cada vez más problemático.

Hace unas semanas llamó una mujer muy calmada y me pilló en un día un poco… tonto, digamos, trabajando en automático, pasando las horas sin pena ni gloria. Y contesté que sí, que era yo. Había dado ya tantas veces la explicación sobre el cambio de teléfono que no sé por qué en ese preciso instante decidí ponerme en su piel. Mi compañera ya me avisó de que no era buena idea. Esta mujer me preguntó directamente los motivos que tenía para justificar mi falta de asistencia a la cita, por qué ando tan desaparecido, por qué no he avisado y, de nuevo, qué razón tenía para no asistir a esa cita. Muy romántico, pensaréis, yo le seguí el juego y dije que había decidido dar un cambio en mi vida (sin tener ni idea de lo que estaba hablando) y ese fue el primer paso para hundirme en el fango. Tuvimos una charla breve y la verdad es que no demasiado intensa pero tan llena de sinsentidos que al final confesé no ser él, aunque le había cogido gusto a lo de ser llamado caballero, como si Arturo Pendragón posara a Excalibur en mi hombro mientras me arrodillo. Lástima que no se lo creyó. Sorpresa desagradable, la mierda me llegaba a la cintura. Tras una pequeña discusión en la que yo repetía una y otra vez que no la había entendido (porque eso de confesar que me estaba haciendo pasar por otro me sonaba muy mal) ella me dijo que llamaba desde los juzgados de Barcelona, que yo, es decir, Miguel Ángel, debía haberse presentado a la vista de un juicio o algo así. Como vi que el tema se ponía serio le explique una vez (pero con todos los detalles) que esto, para mí, no era más que una broma con la que nadie se había terminado riendo. La mujer, que no terminaba de tragar, me pidió los datos y no tuve problema en facilitárselos. Quedó en revisar el titular de la línea (para lo que creo que es obligatorio una orden) y, lo que sí me dejó seguro, fue una de las broncas que más escalofríos me han producido nunca. Me hizo sentir un delincuente, pero no un ratero, me hizo sentir una culpa que no se me quita ni con tres décadas en Sing Sing. Un rato de usurpación a cambio de una vida a la sombra no compensaba y aunque no han vuelto a llamar de ningún juzgado (o eso creo) para confirmar o desmentir nada sobre la titularidad de la línea, a mí ya me metió el miedo en el cuerpo con lo referente a bromas telefónicas. No sé, tal y como me dijo tuve suerte de que no me denunciara por nada. Y seguro que fue así.

Cárcel del Monopoly

Ya desde ese momento aprendí la lección que aquí os quiero dejar escrita, no juguéis con estas cosas. Tocan las narices, pero no hay otra que confiar en que se apacigüen y se extingan por sí solas a base «No, ya no es su número, lo siento».

Visto en: Seis tal tal.