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Pensando en alto

Tiendas de duplicados de llaves

Marchando una entradita con sabor old-school. A lo stand-up comedy, ¿os habéis fijado aguna vez en esas tiendas que viven de copiar las llaves de otros? ¿No os da miedo? Quiero decir, no es que en el fondo sean desconocidos con acceso a tu casa y derecho a bufé libre, es que directamente son desconocidos a los que les facilitas un acceso a tu casa. Es una profesión de riesgo. Pensad en ello.

Keys.

Otro punto interesante, ¿por qué son zapateros? ¿O qué? No me parece ni medio normal. Los zapateros arreglan zapatos: cambian suelas, ponen más tacón, hacen cositas de cuero, artesanía pura en el siglo XXI. ¿Y esta gente? Fíjaos en sus locales, que suelen encontrarse en los Carrefour, placas de matrículas falsas en la pared (yo compré una, por cierto, pero no es el momento de decir para qué), un accesorio que gira con varios llaveros (con llaves de diferentes familias) como si se tratasen de Chupa-Chups en una gasolinera, y placas de WC tan horteras que no se ven ni en una discoteca de menores. ¿Cómo podemos fiarnos de ellos? Ya no sólo por la casa, que al final y al cabo tendría que estar investigando dónde vivimos, pero es que también hacen copias de las llaves de un coche, tanto las que funcionan con radiofrecuencia como las más vintage donde tienes que introducir la propia llave en la ranura de la puerta y luego en el contacto. Estas últimas bueno, pero joder, no se me ocurre manera manera más rápida e higiénica de robar un coche. Estás tú ahí, en tu negocio, viendo pasar gente y ojeando el periódico mientras las máquinas de prensado hacen lo suyo, pim, pim, entretenido, aparece un hombre sonriendo, de esos que fingen que siempre tienen prisa, te pide que hagas una copia de una llave, te deja un llavero de Porsche. Tú le dices que encantado, serán 10 euros, bajas al garage del centro comercial o lo que toque, un coche así salta al ojo y no hay tantos como para que la aventura te haga perder un rato majo. Coche nuevo.

Para cuando te quieran empezar a buscar ya estarás en México disfrutando de unos margarita, o, en su defecto, traspasando Irún y comenzando tu vida clandestina. Montarás un negocio similar en otro país hasta que la Interpol te ponga el mote de «El Duplicador», Marvel sacará una serie dedicada a ti, «El Duplicante», que alcanzará la gloria en «Spiderman contra El Duplicante». A los tres años la película protagonizada por Di Caprio.

En serio, estos negocios son muy chungos, quiero pensar que se mantienen en pie gracias a una red de contrabando de droga oculta tras tanta parafernalia, porque de lo contrario está claro que hay mucho Duplicante por ahí suelto. Sólo hay que decir que, de pequeños, ninguno de nosotros tuvo un amiguito cuyo padre se dedicara a esto, ¿verdad?

Antes de despedirme, una última cosa, por si se alinean los astros y encontráis novia y vais a vivir juntos, necesitaréis hacer una copia de la llave (aunque sea de la casa de tus padres -este chiste es muy de monólogo-) y para ello terminaréis recurriendo a uno de estos negocios, ¿cómo encontrarlo? Muy fácil, olvida las páginas amarillas, olvida internet y olvida los once-ocho. Lo más eficaz. Ponte en cualquier punto de cualquier localidad de España y para a cualquier persona, pregunta, «Perdone, ¿una tienda para hacer fotocopias por aquí cerca?». Y la respuesta tipo siempre, siempre fue, es y será, «Pues allí en la esquina copian llaves, pero no sé yo si fotocopias…». Y es que tienen razón, joder, si hacen copias de llaves que es, a priori, jodido de cojones, ¿cómo no van a hacer copias de folios? ¡Si está tirado!

Habéis sido un público excepcional. Muchas gracias, espero que hayáis disfrutado. Gracias. ¡Hasta la próxima!

Visto en: Micro y taburete.

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Blogs Pensando en alto

La fidelización en los tiempos del coolera

Eso de fidelización es una palabra con un significado muy sencillo: hacer que los clientes vuelvan, que sean fieles a un producto. Que repitan con la elección del cine o que compren siempre la misma marca de salchichas. No hay más concepto. Centrando esta idea en el negocio de internet substituyamos clientes por lectores (es decir, personas que leen, consumen información, no dejan de ser clientes) y producto por, por ejemplo, un blog, un portal, una web en definitiva. Hay gente que escribe, relativamente bien, sobre lo importante que es mantener un grupo de seguidores fieles, que en el fondo es lo más importante para una página. Yo digo que mienten y, además, nadan en piscinas de hipocresía.

Un buscador se balanceaba sobre la tela de una araña

La entrada podría haberla escrito el mismo Capt’n Obvius en persona, pero es que, de verdad, me toca los cojones con tanta ira que me desgasta el escroto. No os dejéis engatusar , no os quieren, no sois especiales para ellos. Alejaos de estos falsos profetas que prometen kilos de amor por cada byte. Si os follan no es por tener un contacto más directo con cada uno de vosotros, es porque es fácil, rápido y, sobretodo, cool. Si no te contestan no es que esté muy ocupado con su protoempresa o conociendo a su futura ex-novia, es que no le importas como individuo, vaquero. Les importa Google. A tomar por culo el rollo social, ¿verdad? Eres una prescindible unidad dentro de sus miles de números que cada colaboran engrosando su AdSense y su Analytics, y quieren que vuelvas para que mantengas esos números. Si te envían un correo con caritas sonrientes no es que les caiga bien, es que si fuese una carta del club de Carrefour parecería demasiado formal a la par que barriobajero, qué tétrico, pero es la misma esencia.

Aquí dejo mi aportación, aprovechando que ahora todos pueden dar de palos al malogrado (sí, una forma televisiva de decir kaput) Nino Bravo en base a un aniversario, yo me uno con ternura, con miedo y con locura. Perdonad que no llegue a los agudos.

[dewplayer:http://www.nadanuevo.com/audio/ninobravo.mp3]

Visto en: Abril del 73.

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Cómics Jajajás

I’m Feeling Lucky… Luke!

I'm Feeling Lucky... Luke!

Visto en: Larry, Sergey, Morris y Goscinny.

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Lagarto Pensando en alto

Viajes en el tiempo

Quiero regalaros unas palabras acerca de los viajes en el tiempo. Nunca hay que ir hacia atrás. Esto lo aprendimos todos viendo Gárgolas, la serie aquella de unos monstruos que despiertan en Nueva York siglos después. «La pregunta no es dónde estamos, sino cuándo». Desde los albores de la ciencia ficción se ha pensado que el hecho de poder viajar en el tiempo implica cambiarte de posición a la par. No he llegado a comprender por qué. Hay gente, estúpidos buenistas, que afirman que utilizarían una máquina del tiempo (ya sea una cápsula unipersonal, una nave espacial o un asiento como en la obra de Wells y la película dirigida por su nieto, yo os recomiendo las dos cosas, que no me cuesta nada y si sólo os animo a leer un libro así me lo tiráis a la cara porque no salen los Jonas Brothers para colorear), para evitar la Segunda Guerra Mundial, la muerte de Lincoln, la Guerra Civil, la desaparición del Imperio Autro-Húngaro, poder chocar esos cinco con Jesucristo o cualquier otra soplapollez (aunque lo de Jesús molaría cantidad). Me hacen especial gracia las de los héroes, no sé si piensan presentarse en Berlín en los años 30 e intentar que Hitler no gane las elecciones, como he dicho al comienzo, no sé cómo pretenden llegar a Berlín, supongo que en tren. Si fuese a tierras bíblicas y se encontrasen en el mismo sitio que ahora mismo ya sería más complicado. A lo mejor prefieren ir al día del nacimiento de Stalin y, a lo Herodes, cargarse al crío para que no desarrolle la carrera política-armada que todos conocemos. Hay que tener cojones para tener un bebé entre las manos y cepillárselo, sea quien sea. Además, yo, personalmente y le joda a quien le joda, tengo claro que la guerra constituye un medio imprescindible para hacer avanzar la cultura, si esa frase no te parece mía o no la compartes echa la culpa a otro, que a mí me la trae floja, matizaría lo de cultura y lo corregiría sustituyéndolo por tecnología, y ahora sí que no me lo discute nadie. En definitiva, una única persona, por mucha buena fe que gaste, no habría sido capaz de evitar derramamientos de sangre equivalentes a millones de litros. Es así. Ya existieron buenas personas entonces y no lo consiguieron. Y aún evitando un único hecho no tendrás la certeza de que esa explosión violenta surja, como la muerte de la mujer del viajante en la película, spoiler y tal. A esto habría que sumar la conocida consecuencia de cuidado con lo que tocas que lo mismo luego ni naces, cenutrio McFly.

Perdonad que me pierda, pero es que esta es una de esas entradas que siempre he querido escribir y tengo bastantes cosas que contar. Siempre me ha gustado creer que realmente existe una diminuta, liliputiense como los de Guliiver (otro libro de viajes, estoy que me salgo), del tamaño infinitesimal de un electrón posibilidad de que, juntando unos determinados elementos, girando unas determinadas tuercas y golpenado unos determinados componentes cual televisión de tubo de rayos catódicos podamos vernos a nosotros mismos dentro de un tiempo especificado. «Tal cosa es imposible», ¡jamás! Y pese a todo nunca he visto nada de Dr Who. De momento la única solución viable es viajar hacia el Oeste, ganando horas al reloj, pero no cuenta.

Cuando digo eso de ir al futuro no me refiero a dentro de unos siglos, no pretendo realizar saltos seculares, eso lo hacía Hari Seldon con suma elegancia, conociendo de antemano qué pasaría en cada momento tras largos cálculos psicohistóricos. No, en absoluto, nada que ver. Soy mucho más egoísta. De crío me imaginaba mi vida con 14 años. Cuando llegué a los 14 empecé a pensar cómo sería yo con 21. Ahora tengo 21 y está claro que mi cuerpo me pide saber qué me depara el futuro y nunca he tenido en cuenta lo de las cartas, y la línea de la palma de la mano pese a que vaya por la vida disfrazado de Corto Maltés.

A veces es una situación excesivamente frustrante. Desearía poder utilizar una de estas máquinas y correr hasta dentro de un pequeño puñado de años, regresar aquí y no acordarme. Sí, carece de sentido, pero sería injusto tener nociones sobre el futuro que voy a vivir, no sólo por poder acertar el Gordo de Navidad, sino que, joder, me quita emoción a mi propia vida. Esto quiere decir que a lo mejor lo he hecho ya y no soy consciente (ciertamente esto es más de Descartes, lo del mus no, el francés que no soportaba madrugar), ¿estoy viviendo mi vida o lo estoy soñando todo? Bien, creo que me seguís. Es insoportable, quiero saber. Quiero saber hasta dónde habré llevado mi vida de Rolling Stone, ¿podré por fin instalar una batería en mi casa?, para qué empresa pequeña, mediana, grande, Google trabajaré… dónde viviré (y no me refiero a «en qué casa» sino en qué lugar del mundo, que es lo que más me atormenta), con quién si es que viviré con alguien, cómo la conocí, de qué color son sus ojos verdes y cómo es posible que sea tan guapa. Quiero saberlo ya.

Visto en: Febreo de 2010, a expensas de lo que venga.

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Lagarto

Una mañana por la mañana

Generalmente mi horario suele asustar a las personas que se hacen llamar normales. Me acuesto tarde y me despierto relativamente tarde, a las diez o incluso un pelín más si puedo arañar minutos al despertador. Desayuno. Me cepillo los dientes en una ventana que tengo colocada en el techo (cosas de la buhardilla) mientras veo pasar uno o dos coches, ahora que he aprendido a cepillarme sin babear es un lujo, el siguiente paso es alcanzar a la gurú del cepillado, una amiga que puede contarte por teléfono cualquier cotilleo mientras se lava los dientes y entiendes perfectamente lo que está diciendo. Hago la cama. Preparo las cosas del gimnasio e intento estar allí para las once. A la una y pico ya estoy en casa agotado y duchado. Por la tarde tengo clase y por la noche «hago vida».

Los viernes no. Por tanto hoy no. Anoche estaba realmente cansado y algo quemado con la vida, cosas que pasan, y me he despertado de malas porque los viernes por la mañana sí tengo clase. Y por la tarde hasta las ocho. Un lujo. Se me ha hecho tarde. Me he duchado con agua fría porque no había otra cosa. He comido dos tonterías y me he montado en el autobús siguiente al que suelo coger los otros días. Llego. Llego tarde, pero llego. Dispuesto a tragarme tres horas de una aburrida asignatura. Pero no había nadie. Pasillo arriba, pasillo abajo. Nadie que esté conmigo en esa asignatura. Me encuentro con una de estas leyendas vivas de las ingenierías, que lleva siete años en una carrera de tres cursos, «No, es que no hay clase, lo han cancelado porque la profesora está enferma y no sé qué. Los de tu clase se acaban de ir». Guay.

Me voy. Sigue lloviendo. Intento cogerme otra línea de autobús para que el viaje me salga gratis y por cuestión de tiempo me montó en la que tiene más tráfico de toda a esta gris capital provinciana. Monto yo y otra legión de descuidadas señoras dispuestas a sacarme un ojo con el paraguas (que, como no podía ser de otra manera, lo mantienen abierto debajo de la marquesina, son un amor). Delante de mí sube una chica, de esas que se nota que han saltado de bachiller al mercado laboral pasando por la casilla de un FP y disfruta sabiendo que, si la crisis quiere, a primeros del mes que viene podrá comprarse más ropa. Una chica normalita, la verdad. Pero no le funcionaba el bonobús, tarjeta del diablo. Tres, cuatro, cinco intentos. «Pues tiene que tener dinero, que acabo de recargarla…». Dios, parecía que iba a ponerse a llorar. Yo, haciendo gala de mi mala y poca fe me apresuro a picar y largarme ASAP. Un caballero desconocido, se ve que necesitado de amor, con gafitas y seguramente empalmado, se ofreció a pagarle el viaje. La chica, como mujer ladina que es, se lo agradeció. Un pagafantas a tiempo es maná. Ya estamos todos en el reconfortante, cálido y seco vehículo que causaría claustrofobia a una sardina enlatada. La chica le vuelve a agradecer el gesto a nuestro Técnico en Rescates de Princesas en Apuros. Él, valiente, sonríe y pregunta cómo se llama. Ella, sabia, responde que tiene novio y no quiere nada. Sí, me encanta, así son las arpías, te dejan acercarte hasta que cuando estés a su alcance puedan arrearte un sartenazo, dejarte KO y devorarte lentamente frente a su público. Él, humillado, se excusa con frases tipo, de esas que todo hombre tiene memorizadas, «No, no, si yo no quería nada». Y probablemente fuese verdad (y tal), ya hay que ser altiva y creída para, sin estar excepcionalmente buena ni llegar a bella creer que cualquier hacedor de buenas obras que se deja 37 céntimos por ti pretende llevarte a la cama esperar que le entregues tu flor, igual que hiciste con el musculitos dos cursos mayor que tú a finales de la ESO en aquella discoteca que ya cerró. No, mujer, menos lobos.

Tres señoras después, de esas que rozan los culos, piden perdón y se ríen intento hacer creíble su disculpa, «Uy, es que me caía», (no, señora, se tiraba, compre Viagra a su difunto marido, ups) se hace un interesante cambio de personal, por supuesto yo aún cabreado por haber perdido la mañana. Se baja el aspirante a héroe y la gorrona, por supuesto, ni se despide. Ahora era él quien parecía que fuese a llorar. Me arrincono, de pie, en un hueco y una mujer, ya metida en edad, empieza a gritar. Aseguraban que le habían robado en monedero (esta gente lleva billetes de 50 en el monedero, así que lo comprendí), y la momia hija de puta se me queda mirando. Si gritas y miras a una persona al mismo tiempo todo el mundo mira a esa persona pensando «Puerco ladrón, te parecerá bonito mangonear a una pobre anciana». Así, de repente, yo era el señalado, el apestado. ¡Qué genial! Antes de que yo pudiese si quiera defenderme la vieja saca del fondo de su grotescamente grande bolso una carterita, la levanta como el pescador que se hace con un atún de 70Kg y sonríe, «No, ¡aquí está!». Lástima, por unos segundos yo fui el centro de atención. No me jodas, ¿en qué piensa la gente?

Ya estaba casi llegando a casa cuando se suben dos chicas, la que se sabe guapa y su amiga fea, liderando a un escuadrón de jóvenes deficientes. Iban de excursión. 10 personas más dentro del autobús. Uno de ellos, el que más acné tenía, por cierto, su cara parecía un circuito de cross, vomitó encima de la guapa y la compañera, al ir a ver qué pasaba, recibió su ración de desayuno. Obra social, me parto. Todo el puto autobús oliendo aquella mierda. Venga, por favor.

Me bajé una parada antes de la correspondiente, y conmigo creo que casi todos, y caminé hasta casa, sudando, oliendo a lo que había potado aquí el amigo, mojado por la lluvia, acusado de ladrón y sin haber hecho nada en toda la puta mañana. Esperando que empiecen las cuatro horas de clase por la tarde. Olé.

Feliz fin de semana. Seguro que lo disfrutáis.

Visto en: Horario matutinos, mis cojones.